Cuidado con Francia
Frente a la ultraderecha, Valls intenta conciliar a una izquierda dividida
Los franceses se enfrentan a las elecciones presidenciales de primavera en un clima de pesimismo. La primera causa es la debilidad de los resultados económicos: un 10% de paro les parece intolerable, tanto que François Hollande había condicionado su lucha por un segundo mandato a una clara mejora. El paro ha bajado levemente en los últimos meses, ya sin tiempo para rectificar. Mientras tanto se mantiene la preocupación por el terrorismo, de lo que da buena cuenta un retroceso del 15% en las visitas al Museo del Louvre. En este ambiente, el partido extremista encabezado por Marine Le Pen concita todas las inquietudes en las corrientes centrales de la democracia.
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El programa difundido por Le Pen es una delirante mezcla de nacionalismo y populismo. Se presenta como defensora de los intereses populares, promete una campaña para sacar a Francia de la Unión Europea y propugna la vuelta al franco como moneda nacional —aunque con una confusa coordinación con otras monedas—; quiere reducir la participación de su país en la OTAN, pretende estrechar relaciones con Vladímir Putin y se declara admiradora de Donald Trump. Su partido, el Frente Nacional, está afectado por problemas internos, pero Le Pen confía en una campaña a cara de perro para tapar las disidencias.
La principal cuestión que se plantea es quién puede oponerse con mayor eficacia a las pretensiones ultraderechistas. A priori destaca François Fillon, ganador de las primarias de Los Republicanos, el partido de la derecha. Tan pronto como desveló su programa tuvo que retroceder en la propuesta de limitar la financiación de la sanidad pública a las enfermedades graves y de larga duración —lo demás pretendía enviarlo al aseguramiento privado—, mientras mantiene la necesidad de una drástica reducción de funcionarios. Católico tradicionalista, niega que el aborto sea un derecho aunque así lo diga la ley. No convence ni a su propio campo y, según alguna encuesta, ese programa suscita dudas entre los votantes.
La izquierda no debería desgarrarse mientras asiste a la batalla entre la derecha y la ultraderecha. Podría convertirse en el principal bastión contra Le Pen, a condición de cerrar filas. En el Partido Socialista hay diferencias serias entre el exministro Arnaud Montebourg, combatiente contra la globalización y defensor de una política de estímulos económicos, y el ex primer ministro Manuel Valls, que intenta conciliar a las corrientes enfrentadas. Su programa es europeísta, con la vista puesta en una refundación de la UE; además de ofrecerse como garante de una “República fuerte y de una Francia justa”, cuyas prioridades sean el esfuerzo en defensa y en seguridad, el aumento de los sueldos de los profesores y la financiación de un ingreso de 800 euros mensuales para la gente más modesta.
Valls lo tiene difícil. Emmanuel Macron, exministro en los Gobiernos socialistas, corre la carrera por su cuenta en nombre del centrismo. La imagen de firmeza de Valls en las reformas sociales es poco grata a la izquierda clásica. Sin embargo, seguramente sería la mejor opción para frenar al ultraderechismo.
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