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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La ‘posverdad’ amenaza el año electoral europeo

Hay que combatir la banalización de la mentira como técnica política y electoral

Donald Trump, el político que más se ha beneficiado de mentiras y denuncias temerarias.
Donald Trump, el político que más se ha beneficiado de mentiras y denuncias temerarias.E. Vucci (AP)

No era infrecuente que los políticos democráticos mintieran, pero cuando se les pillaba en el charco del embuste tenían que pedir excusas y hasta dejar el cargo o prebenda correspondiente. Esa suerte de statu quo ha quedado arrumbado en los baúles de la historia. Lo ha demostrado la utilización de bulos y temeridades por parte de Donald Trump y de algunos de los defensores del Brexit. Lejos de pasarles factura, han triunfado en las urnas, lo cual da cuenta de que había muchos oídos receptivos y de que las mentiras no han sido debidamente contrarrestadas.

La exacerbación de emociones primarias ha beneficiado enormemente a los extremistas de Estados Unidos y de Reino Unido. Sería muy grave que parecidas actitudes se consolidaran también en el corazón de Europa. Muchos países del Viejo Continente se encuentran bien dotados de fuerzas ultraderechistas y/o populistas, al acecho de oportunidades para conquistar el poder. Y ocurre que 2017 está lleno de importantísimas citas electorales: Francia, Alemania, Holanda; quizá Italia; quién sabe si España.

La perspectiva de un año electoral muy complicado debe ponernos en guardia contra la banalización de la mentira como técnica política y electoral. Más allá de la consagración de post-truth como palabra de 2016 en el diccionario de Oxford, rápidamente difundida en español como posverdad, lo grave son las consecuencias del embuste en la vida pública. En su carrera política, Trump se ha ayudado con trucos como alimentar la duda de que Obama no había nacido en Estados Unidos sino en Kenia; más recientemente, se ha dejado acunar por la falsedad de que el papa Francisco le apoyaba. Tampoco ha tenido empacho en denunciar personalmente un gravísimo fraude en las elecciones presidenciales: “millones de personas” habrían votado ilegalmente, aseveró, temeroso de que el recuento de votos populares pusiera en peligro su victoria; por supuesto, con falta total de pruebas.

No se trata solo de que las noticias distribuidas sin verificación pretendan confundir al pueblo, sino que lo consiguen. Precisamente por ello hay que enfatizar el papel de otros actores de gran importancia que pueden impedir, o al menos dificultar, el funcionamiento de tales tramoyas. Los expertos aseguran que grandes empresas tecnológicas —Google, Facebook—, difusoras masivas de las mentiras que tienen a bien colocar determinados usuarios, podrían hacer más por evitarlo. También cabe insistir en el papel de los periodistas de los medios llamados tradicionales, cuyo esfuerzo en la verificación de datos falsos o erróneos abre terreno al combate contra la política de la mentira.

Sin duda, caminamos hacia un mundo nuevo. Y los europeos hemos de ser conscientes de los riesgos que corremos. Cuanto menos polucionados estén los canales de comunicación y más fiable llegue a ser la información que circula, mucho mejor.

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