Yo te maldigo
Pese a su tono rancio y caduco, son muchos hoy, a izquierda y derecha, los que idolatran el término soberanía
Soberanía. Una palabra maldita, regada de sangre y desgracias, abonada por millones de muertes a lo largo de la historia. Soberanía. Del latín superanus,la autoridad que está por encima de todo y todos. Un concepto del siglo XVI en cuya formulación original (“el poder absoluto y perpetuo de una república”, Jean Bodin, 1576) ya queda claro su inmenso potencial destructivo.
Ese carácter absoluto y sagrado, laico o religioso, es lo que la convierte en un peligro. No extrañe que bajo ella se hayan refugiado todos los opresores que en la historia ha habido. Porque cuando en política algo se sitúa encima, alguien queda debajo. Y una vez formado ese poder, sea por la vía de la inspiración divina, como en la monarquía absoluta, sea mediante la formación de la voluntad general, como en la versión radical de la democracia que defienden todavía hoy populistas y comunistas, o a través de la conformación de una nación basada en la etnia, la lengua o la cultura, como defienden los nacionalistas, todo lo que quede fuera o detrás de ese poder, sean individuos libres, minorías u otros países, carecen de espacio ni derechos.
Hasta hace poco, éramos muchos los que celebrábamos que el concepto estuviera en desuso. Pensábamos, incluso, que lo habíamos derrotado. Soñábamos que el proyecto europeo lo había superado y que nos encaminábamos hacia esa “paz perpetua” cosmopolita que dibujara Kant.
Pero no. Pese a su trágico historial y su tono rancio y caduco, son muchos hoy, a izquierda y derecha, los que han vuelto a idolatrar el término. Desde el Podemos de Pablo Iglesias al Frente Nacional de Marine Le Pen pasando por el racismo proteccionista de Trump, el neoimperialismo de Putin, los independentistas de la Asamblea Nacional Catalana o la extrema derecha que todavía se manifiesta por las calles de España cada 20 de noviembre, todos se encomiendan a la soberanía como ideología liberadora, como si no supiéramos que detrás de ella viene la dictadura, la guerra y el triunfo de la identidad, la raza y la nación sobre la razón y la libertad individual.
Me gusta el siglo XXI. No quiero volver al XVI. Por eso, soberanía, yo te maldigo. @jitorreblanca
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