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Tentaciones

Ahora la moda entre los famosos es abandonar las redes sociales

Kim Kardashian, Justin Bieber, Selena Gómez… y ahora Kendall Jenner. Cada vez más celebrities eliminan su perfiles para desintoxicarse de Instagram o Twitter

Hubo una época, no tan lejana, en la que la idiosincrasia de una celebridad pasaba por rehuir de los focos. Esa imagen de estrella intocable e inalcanzable, de ser todopoderoso que únicamente se dejaba ver en sociedad cuando su agenda promocional se lo marcaba, se fue completamente al traste cuando las redes sociales democratizaron el postureo en medio mundo. Facebook, Instagram o Twitter nos han traído muchas cosas buenas y horas de entretenimiento para cualquier buen voyeur que se precie, por supuesto. Pero en este 2016, más que en ningún otro año, ha habido muchos famosos que por voluntad propia han decidido darse de baja o bien eliminar temporalmente sus cuentas. ¿Acaso esta repudia es una tendencia?

El caso de Kim Kardashian, que mantiene todas sus redes en stand by desde que en octubre un grupo de ladrones le diera el susto de su vida en París, ha sentado cátedra en el asunto. Su malsana sobreexposición en Instagram ayudó a que los atracadores supieran en tiempo real dónde se encontraba. Y, por ello, la curvilínea esposa de Kanye West vive oculta de cara a la galería desde entonces. Volverá, sin duda, igual que su hermana Kendall Jenner, que el pasado fin de semana cerraba su escaparate en Instagram para sorpresa de sus seguidores. “Solo quería desintoxicarme. Solo quería un poco de descanso. Me despertaba por la mañana y era lo primero que veía, me iba a la cama y también era lo último que veía. Me sentí un poco dependiente. Es una desintoxicación”, confesó la modelo hace escasos días a Ellen DeGeneres.

“Me despertaba por la mañana y era lo primero que veía, me iba a la cama y también era lo último que veía”, confesó Kendall Jenner

La dependencia a las redes sociales no va a menguar de la noche a la mañana (no hace falta más que observar el ejército de zombis que deambulan cada día en el transporte público sin levantar la vista de su smartphone), del mismo modo que el gozo que muchas personas con vidas grises encuentran en el like, su única vía de aceptación social aun poniendo en riesgo su privacidad. No obstante, si algo no va a desaparecer es la figura del troll profesional: algo que sufren tanto los famosos como los que aspiran a serlo algún día.

Justin Bieber este pasado mes de agosto cerró su cuenta de Instagram después de leer un aluvión de insultos dedicados a su actual pareja, Sofia Richie (hija del melodramático musical Lionel Richie). Aunque también Selena Gómez, proclamada la reina de Instagram con más de 102 millones de seguidores, decidió seguir los pasos de su ex hace meses cansada de batallar con los haters y con un lupus que le ha causado depresión y ataques de pánico. Ninguno de los dos ha vuelto.

Del mismo modo, la actriz Leslie Jones, una de las protagonistas del innecesario remake de Los Cazafantasmas, echó el cierre a su Twitter durante semanas tras recibir mensajes racistas. Y lo mismo hizo la cara de la nueva saga de Star Wars, Daisy Ridley, cuando su Instagram se llenó de mensajes amenazantes que la ponían a caer de un burro por criticar públicamente el uso de armas de fuego en Estados Unidos.

Como la inmensa mayoría suele hacer, Jones y Ridley se desconectaron temporalmente hasta que el vendaval se relajó. Aunque también hay otras personalidades como Azealia Banks, una de las artistas más egocéntricas y bocachanclas que pueden encontrarse actualmente en Internet, que borró su cuenta de Twitter (aunque no ha hecho lo propio con su Facebook e Instagram) porque se veía incapaz de gestionar las trifulcas tuiteras que ella misma generaba. Por mucho que dosifique el uso de las redes y no se muestre omnipresente en todas ellas día sí y día también, la dependencia sigue ahí inamovible.

En España también ha habido recientemente casos de personalidades que han seguido esta corriente. Frank Cuesta, el presentador más animal de nuestra parrilla televisiva, durante semanas estuvo ausente de Twitter e Instagram también por culpa de los trolls. Aunque si alguien vivió en sus carnes el odio de sus detractores ese fue el torero Francisco Rivera, quien después de exhibirse con su hija en brazos mientras toreaba una vaquilla, y hasta aparecer en los informativos como si de un paria social se tratara, tomó la hábil decisión de privatizar sus perfiles para esquivar la inquina de comentaristas anónimos.

Asimismo, no hay que olvidar el cyberbulling que millones de jóvenes sufren en sus carnes diariamente, un escabroso asunto al que debe ponerse freno con mano dura lo antes posible. Pero, ante todo, se sea famoso o no, deberíamos reflexionar seriamente del uso que le damos a las redes sociales. Mostrar nuestra mejor cara (dígase también falsa realidad) nos pone en sintonía con la sociedad, pero de vez en cuando no está de más desquitarse de los teléfonos y observar con atención lo que nos rodea sin recurrir a una cámara o una pantalla. La tendencia de borrar nuestro rastro de las redes es algo que está en auge, pero solo el tiempo dirá si caeremos en sus garras nuevamente como reincidentes o realmente nos empezaremos a replantear para qué sirve este exhibicionismo exacerbado.

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