Contra el derrotismo
El PSOE tiene futuro pese al pesimismo que prolifera a su alrededor
A decir de cualquiera que estos días abra un diario, escuche una radio o se asome a las redes sociales, el PSOE sería un partido sin pulso ni voluntad, finiquitado, inválido tanto para gobernar como para ejercer la oposición.
No son ajenos a este ambiente anímico los propios socialistas, sean líderes, militantes o votantes, que en lugar de asumir los (objetivamente pésimos) resultados electorales e intentar entender qué fue mal y cómo corregirlo, pasaron de la negación de esa realidad —el famoso “resultado histórico”— a un tono fatalista en el que no se percibe salida alguna.
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Hay que contar también con la inestimable aportación del PP, con ese tono de cínica aflicción que apenas oculta su verdadero deseo de prolongar las penurias del rival. Tampoco hay que minusvalorar el papel de los medios, volcados en retransmitir en directo y con todo morbo lo que venden a la audiencia como los últimos días de un otrora fiero león, hoy postrado y agonizante. Y no se puede olvidar el coro de analistas perezosos, con sus peroratas, repetidas una y mil veces, sobre la crisis de la socialdemocracia, que siempre concluyen en que, hagan lo que hagan los socialistas, en España o fuera de ella, están acabados.
De esa conjunción de factores se desprenden unas conclusiones que, a pesar de provenir de ámbitos muy diversos, acaban siempre siendo las mismas: el PSOE está muerto, o si no, a punto de morir, o si no, a punto de suicidarse.
Como suele ser el caso en todos los análisis dominados por el pesimismo antropológico o ideológico, el punto de llegada es, lógicamente, el mismo que el de partida: el pesimismo.
Los problemas de los socialistas españoles son muchos y serios, eludirlo o minimizarlo carecería de sentido, pero ni son los únicos ni más graves que tiene España ni es el PSOE el único partido que tiene problemas graves (una breve mirada al PP, pero también a otras formaciones partidos en crisis de identidad, desde Podemos a la ex Convergencia, pasando por Ciudadanos, lo dejaría en evidencia). Y siendo cierto que la socialdemocracia enfrenta problemas de una gran magnitud en el ámbito global, también es cierto que los partidos conservadores también sufren presiones (por su derecha xenófoba y nacionalista) que palidecen comparados con los de los socialdemócratas.
La socialdemocracia tiene un futuro. ¿Cuál? El que los socialdemócratas sean capaces de forjar con su activismo, confianza en sí mismos y capacidad de entender cómo se han transformado las necesidades sociales. Desde Trudeau en Canadá a Renzi en Italia u Obama en Estados Unidos, está claro que los reformistas tienen mucho que decir y hacer.
En España la situación no es distinta y, por tanto, no tiene por qué ser peor: la negativa a asumir los fracasos electorales y los graves errores de estrategia cometidos desde el 20-D han ahondado divisiones preexistentes e impedido la recuperación de la confianza. Pero una vez enderezado el rumbo y asumida su doble derrota electoral, el PSOE ha de encontrar en su papel de oposición al PP el acicate para reconstruirse como la alternativa reformista que necesita este país.
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