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MIRADOR
Columna
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Zarzuela

Viendo y oyendo a nuestros políticos parecería que lo que sucede aquí tiene que ver con las tragedias de Shakespeare o con las historias épicas de la Biblia

Mariano Rajoy, junto al ministro de Justicia en funciones, Rafael Catalá.
Mariano Rajoy, junto al ministro de Justicia en funciones, Rafael Catalá. Jorge Zapata (EFE)

Este es el panorama de la política española a fecha de hoy: un partido —el que gobierna el país en funciones— que tiene a la mitad de sus dirigentes sentados en los banquillos de los juzgados acusados de corrupción (a pesar de lo cual sigue siendo el más votado); un segundo partido —el que encabeza la oposición también en funciones— que parece un patio de vecindad, con todos sus responsables a la gresca; un tercero que a lo que aspira según su líder es a dar miedo; un cuarto que va y viene ofreciendo sus votos al mejor postor y cinco o seis más pequeños, pero no por ello menos decisivos, que van desde los que piden la independencia para Cataluña y el País Vasco hasta los que se conforman con inversiones extras en sus territorios de implantación importándoles un rábano el resto de los españoles ¿Alguien puede creer que esto es un país normal?

Viendo y oyendo a nuestros políticos (o a sus representantes en las televisiones, esos incombustibles opinadores que discuten a voz en grito a todas las horas acrecentando la impresión de que España es un cuadrilátero de boxeo), parecería que lo que sucede aquí tiene que ver con las tragedias de Shakespeare o con las historias épicas de la Biblia, esas en las que se visualizan las grandes pasiones y anhelos de la humanidad, pero, a poco que uno se fije, observará que lo que dicen y hacen nuestros políticos está más cerca de una zarzuela, ese género lírico tan español. Yo, al menos, cuando veo a Mariano Rajoy, le identifico, más que con Hamlet, a pesar de sus existenciales dudas, con el Don Hilarión de La verbena de la Paloma fumándose su puro triunfador camino del Parlamento con una rubia (la Cospedal) y una morena (Soraya Sáenz de Santa María) de cada brazo. Del mismo modo en que Pedro Sánchez me recuerda al pobre cajista de imprenta al que aquel le ha birlado la novia y Susana Díaz a la Mari Pepa de La revoltosa cantando con pasión de enamorada: “¡Ay, Felipe de mi vidaaaa! ¡Ay, Felipe de mi almaaaa!”… Quedémonos, pues, en el costumbrismo y no pretendamos ser lo que no somos, esos héroes de tragedia de altos vuelos que a los escritores españoles se nos dan tan mal. Ya lo advirtió Rafael Azcona, el gran guionista de nuestro cine, cuando en el Café Gijón de Madrid escuchaba al actor Juan Luis Galiardo, gran quejica y aprensivo al parecer, lamentarse de sus muchos males. “Mira, Juan Luis —le defraudó Rafael Azcona cuando el actor terminó de hablar—, con todo lo que a ti te pasa, Dostoievski no hubiera escrito ni medio folio”. Pues eso.

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