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MIRADOR
Columna
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Sindicatos

Hoy en día, la importancia de la posición política de UGT o Comisiones Obreras es irrelevante

Jorge M. Reverte
Los secretarios generales de UGT, Pepe Álvarez y de CCOO, Ignacio Fernández Toxo.
Los secretarios generales de UGT, Pepe Álvarez y de CCOO, Ignacio Fernández Toxo. EFE

La libertad de expresión en España se encarnó en un hecho, que yo recuerdo festivo: hace 40 años que nació este diario. En esa época, las cosas tendían a ser históricas. El régimen franquista daba de vez en cuando coletazos trágicos (como Vitoria) o dejaba que en su seno crecieran los salvajes que realizaban venganzas ciegas, como sucedió con los abogados de Atocha.

Las libertades sindicales se recuperaron también envueltas en un ambiente festivo. Los muertos de Atocha sirvieron, por desgracia, para dar paso a aquello por lo que habían luchado en vida. Comisiones Obreras y UGT, además de un sinfín de otras siglas, representaron, y todavía representan, la fuerza de la clase obrera y, en general, de todos los trabajadores cuando actúan juntos.

Quizá es la lucha de clases la que ha muerto. Y quizá por eso la presencia de los sindicatos es cada vez menor. Antes, no hace mucho, cada vez que había una cita electoral o una crisis política, todo el mundo se preguntaba sobre cuál sería la posición de los sindicatos. Hoy esa preocupación existe solo de una manera muy limitada. La importancia de la posición política de los sindicatos es irrelevante. Estos días, con la enorme crisis que ha sacudido al PSOE, nadie se ha preguntado qué pasaba con UGT, que fue su sindicato hermano, unas veces mayor y otras menor. Nadie en la política puede olvidar la bronca que se montó entre UGT y el PSOE con motivo de la decisión de Felipe González de entrar en la OTAN. A nadie le ha importado un ápice lo que pensaran Álvarez o Toxo sobre el voto en contra de Rajoy o la abstención.

En Madrid hay cientos de miles de afiliados a las dos grandes centrales sindicales. Y no ha habido ningún acto político en relación con el PSOE. Muerta Izquierda Unida, el partido socialista es ya la única referencia de estos sindicatos.

Y la cosa tiene sus bemoles, porque a las grandes centrales les va a tocar lidiar con problemas de una envergadura enorme, como la reforma laboral, y los múltiples recortes que el Gobierno de la derecha va a realizar en nombre de Bruselas.

España no está peor que otros países de su entorno. Eso puede dar mucha satisfacción a la derecha, instalada en una situación de perpetua impunidad. Pero es una satisfacción que lleva dentro un enorme riesgo: o los sindicatos son partícipes de la discusión y del modelo de sociedad del futuro en Europa, o podemos encontrarnos con una olla a presión que nadie va a poder apagar.

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