Alimentos como arma de guerra
Bloquear el acceso de comida a zonas bajo asedio es una práctica habitual en conflictos como el sirio
Dos condiciones tenía que cumplir el régimen sirio para que los convoyes con alimentos llegasen el 13 de septiembre al este de Alepo: en primer lugar —según la versión de funcionarios de la ONU— enviar por escrito hasta la frontera turco-siria los permisos de entrada para que 40 camiones atravesasen la provincia norteña hacia el sureste. En segundo lugar, las fuerzas leales a Damasco tenían que levantar los controles militares en la ruta Castello, una de las fronteras estratégicas entre los dos bandos. El transporte de la ayuda era parte del acuerdo de cese de hostilidades en Siria firmado por Estados Unidos y Rusia que entró en vigor el 12 de septiembre.
Pero nada de eso se cumplió. Los 40 camiones, repartidos en dos convoyes y cargados por la Media Luna Roja, quedaron varados entre el paso turco de Cilvegozu y territorio sirio; un nuevo episodio de ese otro frente que se sirve del hambre, si no como arma de guerra, desde luego como táctica para socavar al enemigo. Según los cálculos de la propia ONU, unas 185.000 personas podrían haberse visto beneficiadas por esos camiones, con provisiones para un mes. Dos semanas después del bloqueo, el régimen lanzó una ofensiva terrestre por varios flancos de Alepo, entre ellos, precisamente, el castigado y asediado este de la ciudad. Los convoyes con comida, por cierto, siguen donde los dejaron, aguardando cada mañana a recibir luz verde para partir.
Sarajevo es un buen termómetro para medir el asedio de Alepo. Si el sitio de la capital bosnia, impuesto por los serbios desde abril de 1992 a febrero de 1996, fue hasta ese momento uno de los más largos de la historia, recordado por su intensidad y virulencia, el que sufre la antigua capital del comercio sirio no le anda a la zaga. La batalla por el control de esta ciudad comenzó hace ya más de cuatro años.
Como Sarajevo, dependiente de las raciones de comida que lograba introducir el Programa Mundial de Alimentos (PMA), Alepo sufre a la espera de que el régimen y los opositores abran las trincheras a los camiones de las agencias humanitarias. El cuadro que dibuja el enviado de la ONU para Siria, el italo-sueco Staffan de Mistura, para su franja oriental —la controlada por los alzados— es el siguiente: solo quedan unas 12.000 raciones de comida de las provistas por el PMA. Es decir, alimentos para 60.000 personas. No siquiera uno de cada cuatro sirios residentes en la zona (275.000 habitantes). El pan, según los datos recabados por De Mistura, está disponible solo tres días a la semana, y no hay combustible para servicios de transporte, extraer agua de los pozos, cocinar…
Alepo sufre a la espera de que el régimen y los opositores abran las trincheras a los camiones de las agencias humanitarias
Los hay que piensan que con pan y combustible se puede ganar cualquier batalla en Siria. Pero ni una cosa ni la otra abundan en la tierra que se considera “bajo asedio” de los bandos (donde vive alrededor de medio millón de personas) o de “difícil acceso” (más de 4,5 millones de personas). Destacaba De Mistura en una comparecencia el 25 de septiembre que, por si fuera poco, las panaderías están siendo atacadas. No es la primera vez. En las primeras crónicas del reportero Antonio Pampliega para EL PAÍS desde Alepo, en septiembre de 2012, los sirios ya bajo dominio de las fuerzas rebeldes se quejaban de la escasez de pan debida a la violencia: “Cada pocos días vamos cambiando [de lugar] las panaderías para dificultar que el Ejército las localice”, decía entonces un miembro del opositor Ejército Libre Sirio.
De aquello hace ahora cuatro años. El frente rebelde, inaccesible para la ONU desde el pasado 7 de julio, ha menguado hasta quedar encerrado en la franja oriental de Alepo —también hay enclaves en el oeste y el extrarradio rural— tras el cierre del paso de Rasmouseh, por el sur, y la ruta Castello, por el norte. Por allí tenían que haber cruzado los 40 vehículos de la Media Luna Roja cargados con comida y harina de trigo el pasado 13 de septiembre.
Primero fueron los permisos que no llegaban; luego surgieron problemas con los carnés de conducir. Tampoco los milicianos opositores pusieron facilidades. “Obviamente hubo dudas por los dos bandos sobre el paso del convoy y ahora vemos el resultado”, manifestó de Mistura. El resultado es básicamente una cuenta atrás en la que la comida se agota al tiempo que crecen las hostilidades. El 18 de septiembre los aviones del régimen reanudaron los bombardeos sobre esta zona (desde entonces han muerto más de 300 personas).
Un equipo de la ONU enviado para recibir los convoyes que nunca salieron de la frontera informa a diario a sus jefes sobre los ataques. El día 22, uno de los aviones golpeó un depósito de agua del Este. Como represalia, el rebelde Ejército de la Conquista (Jaish al Fatah) cerró el grifo a 1,5 millones de personas del oeste. Conclusión: casi dos millones de alepinos se quedaron sin agua del servicio público hasta que la mediación de Unicef logró su restablecimiento.
El Gobierno de Damasco, mientras tanto, rechaza que Alepo esté sitiada y apostilla que es una tierra fértil que no puede pasar hambre. Sin embargo, más de cuatro años de guerra han destruido el campo y desplazado a miles de agricultores, fundamentales para alimentar las castigadas zonas rurales. Según los datos facilitados en un intercambio de correos por Adam Yao, subdirector en Damasco de la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Siria solo producirá este año 1,3 millones de toneladas de trigo —el cereal por excelencia en el país árabe—, menos de la mitad de los cuatro millones que cultivaba antes de la guerra. Su peor cosecha en 27 años. Y eso que el transporte de este grano, sobre todo desde el noreste, ha llegado a poner en sintonía a yihadistas, rebeldes y régimen, cada uno con su tajada.
Los sirios consumen una media de entre 180 y 200 kilogramos de trigo al año. “Es una materia prima estratégica para la alimentación y la seguridad nutricional”, señala Yao. Pero la violencia, la escasez de semillas y fertilizantes —que el Gobierno centraliza—, la falta de mano de obra, y una temporada más seca de lo previsto han hecho que en graneros del país como Hasaka, una provincia controlada por los kurdos que produce el 40% del trigo, se hayan plantado solo 472.000 hectáreas de las 706.000 previstas, según datos de la propia FAO.
Siria solo producirá este año 1,3 millones de toneladas de trigo, su peor cosecha en 27 años
En la tarde del 19 de septiembre esta guerra del hambre se hizo más brutal, si cabe. En el ataque a un convoy de 31 camiones cargados por la ONU y la Media Luna Roja en la localidad de Urum al Kubra, al suroeste de Alepo. Murieron 18 personas. Más de la mitad de los camiones fueron destruidos, así como los almacenes de donde se abastecían y una clínica cercana. Se desconoce por el momento la naturaleza del ataque, si fue desde tierra o se perpetró desde el aire. Aunque EE UU no suele incluir entre sus objetivos aéreos esa zona, Moscú culpó a la aviación norteamericana, mientras Washington respondió señalando a los cazas que bombardean objetivos del régimen. La ONU ha abierto una investigación.
Sea como fuere, los cargamentos de ayuda se demoran con consecuencias terribles. Y no solo en Alepo. Pasaron 150 días —¡cinco meses!— hasta que los 4x4 de la Media Luna Roja recibieron el visto bueno para viajar, el pasado 25 de septiembre, a las sitiadas Zabadani y Madaya, cerca de Damasco y bajo control de los rebeldes, y a Foah y Kefraya, en la provincia de Idlib, en manos del régimen. También llegaron alimentos recientemente a Al Waer y Talbiseh, al oeste de Homs, y a Moadamiya, cerca de la capital. Pero dos de los frentes más castigados, el de Al Rastan, en Homs, y Duma, municipio al este de la capital, bajo asedio diario del régimen, siguen aguardando a que las balas dejen paso a la comida. Se intentó la semana pasada. Pero la guerra, de nuevo, bloqueó los convoyes.
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