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Nigeria: alimentar la violencia y matar de hambre

El número de personas que necesitan asistencia urgente en el noreste del país se ha duplicado desde marzo hasta los 4,5 millones

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"Dejé Mairi Kuwait temprano, a las seis esta mañana. Vine andando con mi hija. Ambas estábamos muy hambrientas y sedientas cuando llegamos aquí al hospital a las tres". Fátima y su familia tuvieron que huir cuando Boko Haram atacó su pueblo. Ahora viven refugiadas en Mairi Kuwait, en las afueras de Maiduguri, la capital del estado de Borno, en Nigeria. Ella es una de las 500.000 personas que, según Médicos sin Fronteras, necesitan ayuda urgente en los alrededores de la ciudad adonde llegan desde diferentes puntos conflictivos de la región. La falta de centros de asistencia médica en esta zona les obliga a caminar todo el día si enferman y necesitan ayuda. La organización, que en junio consiguió acceder a aldeas del país que llevaban aisladas por el conflicto armado desde hacía años, no duda en calificar la situación de "desastre sanitario". En zonas del Estado de Borno, como Bama, encontraron tasas de desnutrición grave superiores al 15%.

"Todo hace pensar que la situación en otros pueblos como Dikwa es igual de crítica y seguramente la población de estos lugares también necesitará alimentos y atención médica”, declara Isabelle Defourny, directora de operaciones de Médicos sin Fronteras. Y así es. Una alerta lanzada por el Programa Mundial de Alimentos (PMA) el pasado martes advertía que el número de personas que necesitan asistencia alimentaria en todo el noreste de Nigeria ha aumentado a 4,5 millones, casi el doble que en marzo, según el análisis (Cadre Harmonisé) realizado a mediados de agosto por varias agencias entre las que se encuentra el propio PMA.

Este estudio revela, además, que el número de personas que sufren inseguridad alimentaria grave —no saben si comerán mañana— se ha multiplicado por cuatro desde marzo hasta más de un millón (en los estados de Borno, Yobe y Adamawa). La situación ha alcanzado la fase de emergencia, es decir, la población necesita asistencia alimentaria para sobrevivir. Se estima que más de 65.000 personas —en zonas recientemente liberadas pero aún inaccesibles en Borno y Yome— se enfrentan a condiciones de hambruna.

Los niños se llevan la peor parte. Unicef ha publicado un informe este jueves en el que denuncia que el impacto de la violencia de Boko Haram durante años en la cuenca del lago Chad ha forzado el desplazamiento de 1,4 millones de niños y dejado al menos a un millón todavía atrapados en zonas de difícil acceso. "La crisis del lago Chad es una crisis que afecta a la infancia y debería ocupar un lugar prioritario en la Agenda Global de Migraciones", ha dicho Manuel Fontaine, director regional de UNICEF para África Occidental y Central. "Las necesidades humanitarias están superando la respuesta, sobre todo ahora que se puede acceder a áreas del noroeste de Nigeria previamente inaccesibles".

Vídeo: MSF

"Estas poblaciones necesitan asistencia urgente para recuperar su medios de vida, que se basan sobre todo en la agricultura, la pesca y la acuicultura artesanales y la ganadería. Y en los últimos tres o cuatro años no hemos podido hacerlo por el conflicto", señalaba Bukar Tijani, representante de la FAO (agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura) en África.

La dificultad para llevar esa ayuda a quienes la necesitan que están teniendo las organizaciones como el Comité Internacional de Cruz Roja, Médicos sin Fronteras o Unicef es doble. Por una parte, la inseguridad para acceder a determinadas zonas controladas por el grupo terrorista. La violencia de Boko Haram, que significa "la educación occidental es pecado" y busca imponer una versión radical de la sharia (ley islámica) en Nigeria, ha dejado hasta la fecha más de 20.000 muertos en este país. El grupo, que opera desde 2000 y se encuentra activo en zonas de otros países como Camerún, Chad y Níger, ha provocado el desplazamiento de más de dos millones de personas. En 2014, los milicianos secuestraron a 200 niñas que acudían a una escuela secundaria de Chibok, en el norte de Nigeria.

El otro escollo para asistir a la población en riesgo es la falta de fondos nacionales e internacionales para afrontar la situación que podría ser incluso peor de lo que hasta ahora se conoce. “La violencia de Boko Haram seguirá empujando a más personas hacia el hambre y el sufrimiento", declaró Abdou Dieng, director regional del PMA en África Occidental. “Todos los indicios apuntan a una situación extremadamente grave. A medida que lleguen las lluvias y el periodo de escasez avance, y se abran más zonas a la ayuda humanitaria, es probable que la magnitud total del hambre y la devastación salga a la luz," añadió.

En este sentido, Hugues Robert, coordinador de emergencias de MSF, decía hace justo un mes: "Estamos descubriendo gradualmente la magnitud de esta crisis y nos preocupan particularmente los habitantes de las zonas remotas a los que no hemos sido capaces de acceder. A medida que se acerca la temporada de lluvia, también somos conscientes de la creciente amenaza de la malaria".

De momento, la organización médica va recabando los testimonios de aquellos que llegan a sus centros sanitarios. Estos son algunos de ellos:

Sobrevivir con dos kilos de comida a la semana

Apenas recibíamos dos kilos de alimentos por semana; a todo el mundo le daban la misma cantidad, ya estuviera solo o tuviera 10 hijos.

A finales de julio, los equipos de Médicos sin Fronteras (MSF) en Banki, un pueblo a 30 kilómetros de la frontera entre Nigeria y Camerún, derivaron a Maka, una mujer de 55 años de edad, al Hospital de Mora, en Camerún. Allí recibió atención médica de urgencia.

Maka sufre desnutrición aguda grave, una enfermedad poco frecuente en los adultos y que hace patente la complicada crisis alimentaria a la que se enfrenta la población de Banki desde hace cuatro meses. La acompañaban su nieto, de cinco años, y su sobrina, que cargaba a su espalda con un niño de 11. Los dos niños también sufrían desnutrición en un estado muy avanzado, por lo que debieron ser ingresados en el hospital de inmediato para recibir tratamiento.

Maka había perdido su sonrisa, hablaba muy poco y su cara demacrada carecía de expresión. Sin embargo, nueve días después del inicio del tratamiento, Maka empezó a mejorar.

"Nos vimos obligados a abandonar nuestro hogar a causa de los numerosos ataques violentos que se estaban produciendo. Al final, acabamos en Banki, donde hace ya cuatro meses mi familia y yo nos quedamos atrapados, sin posibilidad alguna de salir de allí. Perdí el contacto con algunos miembros de mi familia. Durante cuatro meses estuvimos encerrados en ese pueblo sin poder salir, sin poder hacer nada. Como tantos otros.

La vida se volvió muy difícil. Apenas recibíamos dos kilos de comida por semana, y casi siempre era arroz o maíz. Todo el mundo recibía la misma cantidad, tanto si eras tú solo como si tenías 10 hijos. Tenía que racionar la comida, porque si hubiese cocinado lo suficiente para que todo el mundo se sintiera lleno, la comida no nos habría llegado hasta la próxima entrega de alimentos. Nos correspondía un cubo de agua al día, pero, teniendo en cuenta que teníamos que beber y lavar los utensilios y la ropa, aquello no era una cantidad suficiente para todos. A veces ni siquiera conseguíamos eso. En lo que a atención sanitaria se refiere, de vez en cuando las autoridades enviaban personal médico, pero nunca se quedaban en Banki mucho tiempo.

Espero que mis hijos, los que todavía están en Banki, sigan recibiendo al menos la pequeña cantidad de alimentos que les corresponde. Eso es lo que se nos prometió. Sin embargo, lo que más me preocupa es la falta de seguridad".

Hoy, la cara de Maka muestra el esbozo de una sonrisa tímida, reflejo de su más sincero agradecimiento. No obstante, no puede evitar preocuparse por el futuro que le espera a ella y a su familia.

"Estoy contenta de que mis hijos y yo podamos recuperarnos aquí en Mora. Cuando estemos mejor, si conseguimos arreglárnoslas y trabajar un poco para poder vivir, intentaré volver a Banki con mi marido, aunque tengo claro que allí no podemos hacer nada. Lo que de verdad me gustaría es que mis hijos y aquellos familiares que todavía están en Banki viniesen conmigo aquí, a Camerún. Tenemos utensilios de cocina, un poco de comida y luchamos para sobrevivir en condiciones de seguridad. También nos gustaría permanecer cerca del hospital. Aunque Nigeria es nuestro hogar, allí no tenemos libertad. Tenemos demasiado miedo de volver".

Hambre que hace perder la cabeza

Dayo, de 31 años, fue derivada al Hospital de Mora en Camerún a finales de julio por los equipos de MSF en Banki, Nigeria. Acompañaba a su hijo enfermo de cuatro años, Barine. El niño, que sufría desnutrición aguda severa, tuvo que ser ingresado de inmediato en el hospital.

Dayo dice que antes de llegar a Mora tenía tantísima hambre que a veces tenía la impresión de que estaba perdiendo la cabeza. "Cuando alguien me hablaba, ni siquiera era capaz de distinguir si era un hombre o una mujer". Se negó a tomar la medicación que los equipos médicos de la región le recetaron tras una consulta. “Con el estómago vacío, las pastillas causan efectos secundarios insoportables, por eso decidí no tomarlas”.

Nueve días después del ingreso de Barine, su salud ha mejorado de forma significativa, aunque todavía no puede tragar las dosis de alimento terapéutico que son necesarias para tratar la desnutrición que sufre. Por desgracia, dos de los cinco niños a los que MSF derivó al mismo tiempo que Barine han muerto. A pesar de haber sido hospitalizados, su enfermedad estaba demasiado avanzada.

Al igual que Barine y su madre, más de 15.000 nigerianos desplazados llevaban viviendo en condiciones deplorables en Banki desde hace casi cinco meses; un lugar que se asemeja terriblemente a una ciudad fantasma.

"Vengo de un pueblo a 15 kilómetros de Banki. Un día, unos hombres armados llegaron a nuestra casa y nos prohibieron trabajar o viajar. Eran violentos y nos intimidaron. Mi marido, mis hijos y yo huimos hacia el bosque, armados solo con machetes y palos. Fue entonces cuando empezamos a sentir hambre de verdad. Cocinábamos mijo seco y alubias; lo que podíamos conseguir. Solo cocinábamos de día, ya que de noche el fuego habría llamado demasiado la atención y la gente de la que nos escondíamos nos habría visto.

Entonces incendiaron nuestro pueblo. Perdí a mi madre, a mi padre y a mi suegra durante los ataques.

Llegamos a Banki con las manos vacías, sin ni siquiera un plato o una olla; solo con alguna ropa que llevaba cargada a la espalda. No podíamos salir de la ciudad y no había nada que hacer aparte de esperar la entrega de provisiones, de las que dependíamos por completo. Por suerte, las autoridades están distribuyendo algo de comida entre la población, pero no es suficiente. Apenas recibimos dos kilos de arroz o maíz por semana, y a veces tenemos que racionarlo para que nos dure dos semanas. Si necesitamos combustible, cogemos la madera de los refugios para quemarla.

En todo el tiempo que he estado en Banki, aún no he visto ni un trozo de jabón. Además, tenemos que tener mucho cuidado con el agua, ya que la poca cantidad que recibimos cada día la necesitamos para beber, para lavar la ropa y para asearnos".

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