Una buena pizza es como una paella, puede ser algo espléndido o un mazacote de medio pelo. Quien quiera disfrutar en Nápoles de una pizza de calidad está obligado a soportar largas colas. Se me ocurrió llamar el pasado jueves para reservar en Masardona (única sede, insisten los propietarios) y me respondieron que no era posible, mucho mejor que llegase pronto.
A las 13,15h nos sentábamos en el santuario de las pizzas fritas, tan típicas en la ciudad como las pizzas al horno aunque no posean, ni de lejos, el mismo renombre.
¿Pizzas fritas? Comenzó a venderlas por vez primera en 1945 en la puerta de su casa la abuela del actual propietario, Enzo Piccirillo, llamada Masardona, estampa que Sophia Loren reproduciría en el divertido film El oro de Nápoles Un street food en toda regla. Con el tiempo el local se ha desdoblado en un obrador donde fríen para llevar, mientras atienden las comandas del mini restaurante anexo.
Por aclarar las cosas, lo que preparan en Masardona son gigantescas empanadillas, rellenas o no, elaboradas con la masa elástica y suave de las mejores pizzas. Todas con fragantes olores a pan frito y a precios que fluctúan entre 3 y 4 euros cada una. Según los casos las presentan envueltas en papel parafinado y recomiendan tomarlas con las manos, igual que cualquier bocadillo.
A pesar de sentirme aturdido por el estruendo del comedor, repleto de napolitanos, turistas y familias, disfruté mucho de sus especialidades.
Primero con el Battilocchio, tradicional de la casa, semejante a un calzone alargado, que pedimos relleno de berenjenas, pimientos, aceitunas y queso provolone, aunque también lo rellenan de chicharrones, pasas, piñones, tomates y pimientos...
Después, la llamada pizza primavera, sin rellenar, parecida a una bruschetta frita con queso de búfala, rúcola, tomates y albahaca encima. Ambas francamente ricas.
Cuando pasamos al obrador contiguo Enzo Piccirillo y su hijo Salvatore andaban en plena faena. Les pedí permiso para tomarles una fotografía, accedieron y al enterarse de que éramos españoles nos invitaron a probar los pedacitos. "Tenemos un puesto de frituras en Cala Molí (Ibiza), mi hermano Cristiano está allí ahora mismo", nos comentó Salvatore.
Y nos ofreció un plato de bocaditos rociados con hilos de chocolate, algo intermedio entre porras y churros, pura tentación golosa. Una experiencia muy recomendable.
Segunda experiencia.
Antes de regresar quería reencontrarme con la típica pizza al horno. Sin dudarlo me atuve a los lugares favoritos del gran cocinero Niko Romito que nos habló de Enzo Coccia y Gino e Totto Sorbillo
De nuevo una cola importante para alcanzar una mesa en Sorbillo, la única familia en el mundo, según afirman ellos mismos, que posee 21 hijos pizzaioli. Para TripAdvisor se trata de la primera de Nápoles. ¿Cuál es el mérito de sus especialidades? No sé si será por su oficio de años o porque trabajan con harinas biológicas y productos protegidos por el presidio Slow Food Italy. Lo cierto es que sus pizzas son de alto voltaje. Masas elásticas, suaves, de fermentación lenta, con coberturas muy cuidadas. Nos encantaron la inexcusable pizza Margheritta, la Nonna Carolina y la Carmela.
En el avión de vuelta me di cuenta que las pizzas fritas tienen rango femenino, mientras que las que se cuecen al horno de leña son cosa de hombres. Si son buenas, ambas merecen todos los respetos. En lo que a mi respecta me declaro fan absoluto. Sígueme en twitter en @JCCapel
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