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Tentaciones

Así es como empecé a comer de la basura (capítulo dos)

En su afán por saber más sobre el 'freeganismo', la periodista decide acompañar a sus nuevas amigas a descubrir qué hay en los cubos de unos grandes almacenes

Gettyimages

En el capítulo anterior:.... ¿Qué es el freeganismo? Contacto con dos chicas freeganas, me enseñan su nevera y su despensa. Está todo repleto de alimentos.

Mientras vamos en el coche me explican lo que vamos a hacer. Tengo la sensación de estar preparando un gran boicot capitalista. Incluso me pongo nerviosa. Nos dirigimos a unos grandes almacenes. Para mis nuevas amigas Paula y Paloma, es como hacer la compra: “Una de las cosas que más nos gusta es la sorpresa de qué nos vamos a encontrar. Adaptamos nuestra dieta a lo que encontramos. Y nos hemos dado cuenta de que nuestros deseos se cumplen. Nos pasa con la comida y con todo. Tenemos antojo de algo, y aparece. Hace poco hablábamos de tener una bañera y el otro día llegamos y Víctor había encontrado una al lado de casa. Nosotros los llamamos deseos cumplidos”.

- ¿Se pueden coger las cosas, así, sin más? -pregunto ansiosa-

Cierran con llave los contenedores con las mejores cosas, pero sólo algunos. Sacan unos 16 y suele haber 4 que están llenos. Hay veces que tenemos movida con los seguratas. Normalmente los productos están separados por zonas: precocinados, bollería, y basura de la cafetería, por ejemplo. Y también están las que llamamos “bolsas sorpresa”, que son bolsas de plástico con una compra hecha dentro. No sabemos si son de los trabajadores, o que no se han pagado o de qué, pero hay galletas muy ricas, productos delicatessen y cosas de gama alta.

Diana Aller

La gente flipa con la cantidad de seguratas, y sobre todo de la defensa de la propiedad privada, cuando alegan que lo que hacemos es un robo. Alguna vez ha llegado a haber secretas. En una ocasión llamaron a la policía y todo, y allí se presentaron 15 guardias, a los que debieron decir que teníamos una actitud violenta. Era absurdo, porque su defensa era “Mira, tiramos toda esta comida y se la quieren llevar”. Y nosotros explicándoles muy pacíficamente y con mucha calma, la cantidad de alimentos aprovechables y en buen estado que había allí.

- La experiencia en los contenedores

Llegamos a la vez que dos trabajadores de seguridad sacan los contenedores. Son un total de ocho, que dejan en batería en un lateral de la acera. Hay tres hombres de unos 30 ó 40 años (mal llevados, en cualquier caso) buscando alimentos en el interior. Nos sumamos a la fiesta.

Paula y Paloma meten los brazos con destreza por entre los residuos. En seguida detectan cuáles son los contenedores “buenos”

Paula y Paloma meten los brazos con destreza por entre los residuos. En seguida detectan cuáles son los contenedores buenos. sacan productos y más productos. Poco a poco yo también me atrevo a meter los brazos entre los desechos. Los señores que hay ahí cogiendo cosas, nos ceden parte de su mercancía; e incluso nos hacen recomendaciones: Hay mucho pan de hamburguesas ahí”; “¿Queréis esta pasta ecológica?”. Hay una extraña camaradería entre los allí presentes.

Uno de ellos, portugués para más señas, me explica que la semana pasada encontró unas latas de atún de lujo cuyo envase estaba sucio. Se llevó una docena y al llegar a casa comprobó el precio de cada lata… ¡En total se había llevado más de 800 euros en atún!

Uno de ellos me explica que se encontró unas latas de atún de lujo con el envase sucio. ¡En total se llevó más de 800 euros!

Siento una extraña emoción: es como hacer la compra, cazar objetos inertes, delinquir y encontrar tesoros. Todo junto. No sólo es la emoción de descubrir un mundo nuevo o encontrar auténticos manjares totalmente gratis. Hay algo de comunidad, de hermanamiento. Siento un agradable mareo como de subidón, como si me hubiera bebido un vodka con naranja, pero juro que no he bebido ni fumado nada en las últimas horas.

Llegan los basureros, abren los contenedores con candados (dos, en los que Paula y Paloma han metido los brazos igualmente), y los vuelcan en su camión. Después hacen lo mismo con los otros. Son respetuosos y nos saludan sonriendo. Nosotros dejamos los contenedores cerrados y perfectamente alineados para facilitarles la tarea.

Diana Aller

Los freeganos de allí, nos ceden una botella de agua que tienen para lavarnos las manos. Hacemos recuento de nuestro botín: cajas y bolsas repletas de verduras, galletas, cereales, gambas, conservas, pizzas… Yo me llevo una bolsa de plástico de las de supermercado grandes hasta arriba. Todo me parece una experiencia mística, embriagadora. Tengo un subidón extraño.

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