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La carrera para curar el zika

Se investigan terapias sin la certeza de que lleguen antes de que el brote se extinga por sí solo

Mosquitos listos para su análisis.
Mosquitos listos para su análisis.LM Otero (AP)
Pablo Linde
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Es posible que cuando se encuentre un remedio para combatir al zika la epidemia ya haya terminado. Más de una veintena de equipos científicos investigan distintos tipos de vacunas y trabajan con anticuerpos para neutralizar a un virus que en la mayoría de los casos ni siquiera ocasiona síntomas, pero que en otros puede crear graves problemas neurológicos y terribles malformaciones en el feto.

Algunos modelos matemáticos predicen que en tres o cuatro años ya habrá tanta gente infectada en América que el virus no tendrá por dónde expandirse, ya que los contagiados quedan inmunizados. Es lo mismo que sucedió con el chikungunya, una enfermedad de características similares (aunque sin la cara más grave que sí muestra el zika). Fue avanzando por varios países del Caribe, afectó a una significativa proporción de la población y después dejó de ser un problema de salud pública. De seguir estos mismos pasos, la epidemia de zika llegaría al colapso y se extinguiría sola.

En la fase en la que se encuentran las investigaciones para hallar una vacuna es muy poco probable que pueda salir al mercado algún remedio efectivo antes de tres años. Esto suponiendo que todo vaya bien. Pero aún así, los investigadores mantienen una lucha contra el reloj para tratar de dar respuesta y evitar que el número de más de 1.700 niños nacidos con microcefalia siga aumentando.

Lo hacen por varios motivos. En primer lugar, los modelos matemáticos podrían fallar. Aunque tomando como ejemplo el comportamiento de otros virus similares —como el propio chikungunya y el dengue— parece probable que el brote desaparezca solo, las posibilidades de que permanezca por un número indefinido de años “no son pequeñas”, según advierte Cameron Simmons, epidemiólogo de la Universidad de Melbourne, en el Congreso Internacional de Inmunología que se celebra estos días en la ciudad australiana.

Por otro lado, aunque la epidemia acabase por sí sola en Brasil, incluso en toda América, no se puede descartar que afecte a otros países. Y de todos modos, conseguir una solución uno o dos años antes del fin del brote salvaría de la microcefalia a cientos o miles de niños. Aun en el caso de que el remedio no llegara a tiempo, ya estaría ahí para combatir un eventual brote, que podría producirse en dos o tres lustros, cuando haya suficiente población que haya crecido sin infección y, por lo tanto, sin inmunidad al virus.

Modelos matemáticos predicen que la epidemia puede terminar en tres o cuatro años. Es complicado tener una vacuna antes, pero los científicos trabajan contrarreloj

Pero para que todo esto suceda, primero es necesario lograr una vacuna. Hay en curso investigaciones con varios tipos de ellas. Las más efectivas, aquellas que debilitan al virus y se introducen en el organismo, son también “las más difíciles y lentas de producir”, matiza Jorge Kalil, director del Instituto Butanan de Brasil, que trabaja intensamente para lograr la inmunización. “Es complicado debilitar al virus en la medida justa para que no contagiemos a una persona si se lo inoculamos y que a la vez provoque una respuesta suficiente de las defensas”, añade. Estos problemas de seguridad hacen, además, que los trámites para experimentar con humanos sean mucho más prolongados y las exigencias regulatorias, mayores.

Otro tipo de vacunas introducen al virus completamente muerto. El instituto Butanan es uno de los que está experimentando con ellas y los modelos que se han probado en ratones son “muy prometedores”, según su director. El problema es que para crear una respuesta inmune suficiente hay que introducir una cantidad de virus que no es fácil conseguir de los cultivos celulares de donde se obtienen. A pesar de todo, Kalil piensa que estas son las más prometedoras a medio o corto plazo: “En ciencia no se pueden hacer predicciones de cuándo vamos a conseguir un hallazgo, intervienen muchos factores, pero mi obligación es trabajar para que podamos estar usándola en tres años”. En Estados Unidos comenzará en octubre el ensayo de la primera vacuna con el virus desactivado para tratar de probar su seguridad y eficacia.

El tercer tipo de inmunización consiste en inocular en el cuerpo proteínas del virus, que el organismo identifica y le sirve para producir anticuerpos. Otras dos con este método ya se están probando.

En esta carrera por encontrar el remedio contra el zika, el pasado junio se produjo un descubrimiento importante. El Instituto Pasteur de Francia halló un tipo de anticuerpo producido por un enfermo de dengue que se ha demostrado eficaz in vitro contra los cuatro tipos de este virus y también contra el zika. Se trata, sin embargo, de investigación muy básica, que todavía tendría que ser probada en animales y, de resultar satisfactoria, en personas. Giovanna Barba Spaeth, una de las investigadoras que ha descubierto este anticuerpo, explica que la idea es crear una inmunoterapia inyectando estas células en mujeres embarazadas para prevenir el desarrollo de la enfermedad. Su laboratorio está en conversaciones con otros para que comiencen las pruebas clínicas.

La gran ventaja de este tratamiento es que, al basarse en un anticuerpo que produce el ser humano, tiene pocos riesgos de seguridad y efectos adversos. Pero también hay varios inconvenientes. Por un lado, el tiempo de desarrollo. Si se prueba exitoso, parece poco probable que esté listo antes de las primeras vacunas. Por otro, su precio. Este tipo de terapias pueden costar varios cientos de euros, si no miles, por lo que es un remedio que probablemente no podrían permitirse los sistemas de salud de muchos países afectados.

“La cuestión es no poner todos los huevos en la misma cesta”, explica Kalil, que es también presidente de la Unión Internacional de Sociedades de Inmunología. “Hay que probar con todas las herramientas posibles. Muchas fracasarán, pero es la única forma de encontrar la adecuada”.

Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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