La montaña mágica
La Ruta del Cares es uno de los puntos más conocidos del Parque Nacional de los Picos de Europa
De las múltiples dicotomías que van marcando la vida con la obligación de elegir, y que siempre dejan la sensación de que, se escoja lo que se escoja, será un error, una de las más clásicas es: ¿playa o montaña? Si a la altura del 15 de agosto se pronuncia el sustantivo “vacaciones” o el sustantivo “veraneo” la imagen recurrente será de sombrillas en el arenal, pelotas, toallas, olas, conchas, tablas, cuerpos... Pero hay otros mundos, otros colores y otras texturas más allá del inmenso azul en que todo se reinicia, como adivinó Valery.
Quizá las dos figuras de la fotografía no lo hayan pensado, probablemente no se han parado a debatir sobre la distancia que va de lo vertical a lo horizontal, de la arena al granito, del pez al rebeco, de Rilke a Homero...
Todo ello se vuelve palabras, solo palabras, cuando se recorren los Picos de Europa, el parque nacional más antiguo de España —el mes pasado cumplió 98 años desde que se creó como Parque Nacional de la Montaña de Covadonga, con dos sucesivas ampliaciones hasta sus algo más de 67.400 hectáreas actuales—. Y, dentro de él, uno de sus trayectos más conocidos, la Ruta del Cares, los 12 kilómetros de belleza caliza que median entre Poncebos, en Asturias, y Caín, ya en León —o al revés, que cada uno empieza la ruta donde quiere y para eso está el tantas veces repetido “vosotros comenzáis por un lado y nosotros por otro, y en el medio nos cambiamos las llaves de los coches”—.
A un punto cualquiera del trayecto se asoman los dos visitantes de la imagen, como hicieron entre junio de 2015, cuando se instalaron los sistemas de aforo de peatones, y marzo pasado algo más de 155.000 personas. En conjunto, el parque nacional recibió en 2015 por encima de 1.913.000 visitas, la mejor cifra en 10 años, lo que lleva a recordar que también la montaña —como cualquier playa o cualquier capital atrayente, se llame o no Barcelona— ha de ser sostenible y quien la recorre no debe dejar en ella ningún recuerdo de su paso.
Al final, de nuevo simples palabras o números que poco importan a quien como esos dos personajes de la instantánea se asoman a la grandeza que se eleva.
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