La amenaza del miedo
El yihadismo ganará si Europa rompe los consensos y gira al extremismo
Los golpes terroristas de los últimos días y semanas en suelo europeo suponen un salto cualitativo que no se puede minimizar. El yihadismo se ha cebado en diferentes puntos de la Tierra —Bagdad, Kabul, Mogadiscio—, pero la novedad es que ya afecta a Alemania y mantiene una tensión sostenida en Francia, países decisivos en Europa y con elecciones previstas el año que viene. Por eso las democracias no deben caer en la tentación de la explotación política de los atentados. Ni el Estado Islámico ni Al Qaeda —si es que son los últimos responsables de la estrategia criminal— tienen capacidad para desestabilizar a Europa, a menos que el continente rompa sus consensos y se vea instrumentalizado por partidos extremistas.
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Francia lleva ocho meses en estado de excepción y su Parlamento se ha visto obligado a prorrogarlo por otros seis. En ese contexto, y dada la existencia de un fuerte movimiento de extrema derecha, es incalculable la siembra de terror que supone el asesinato de un sacerdote octogenario en la iglesia de un pueblo normando. No solo por la psicosis de inseguridad que alimenta, sino por la perversidad del ataque —inmediatamente condenado desde otras confesiones, la musulmana la primera— a un templo católico.
La sociedad resiste contra el terror más de lo que parece, como lo demostró la española en tiempos pasados. Pero esta oleada crea un clima de miedo en el corazón de Europa al inundar cualquier sitio, desde un festival de música en una pequeña ciudad de Baviera a un tren o al habitualmente calmado Paseo de los Ingleses de Niza. Y hay que descartar que se trate solo de venganzas por la guerra contra el Estado Islámico, dado que atacan tanto a Francia, que sostiene una intervención militar contra el califato, como a Alemania, alejada de los escenarios bélicos de Oriente Próximo, y donde todo indica que el objetivo consiste en reavivar el rechazo a la generosa acogida de Angela Merkel a los refugiados. Las críticas a la canciller y la movilización militar exigida por el líder de Baviera son muestras de la recuperación política provocada por el catalizador de los atentados.
Es verdad que las explicaciones a los últimos ataques resultan claramente insatisfactorias. Identificar y neutralizar a los millares de europeos que combaten junto al Estado Islámico es el objetivo de todos los servicios de seguridad. Sin embargo, la inteligencia criminal que guía a los yihadistas utiliza ahora a individuos fuera del radar de los servicios antiterroristas —salvo uno de los asaltantes de la iglesia de ayer—. Por eso no hay que dar por buena la sencilla explicación habitual de la radicalización exprés. Es imposible reducir la ofensiva criminal de los últimos días a la obra de unos dementes o de simples delincuentes que se han visto atrapados en las redes de la propaganda yihadista.
Nadie debe engañarse: el aumento de graves actos de violencia resquebraja la confianza de la sociedad y puede acentuar la ruptura de consensos democráticos básicos. Los riesgos, tan cercanos, invitan a sacar a España, con la mayor urgencia, de la zona de provisionalidad política en la que se ha instalado su dirigencia.
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