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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una sociedad encantada de haberse conocido

Los universitarios disponen de facilidades para contratar ‘negros’ para sus trabajos de fin de grado

José Andrés Rojo
Un grupo de estudiantes en una facultad de la Universidad Complutense de Madrid.
Un grupo de estudiantes en una facultad de la Universidad Complutense de Madrid. KIKE PARRA

La combinación de problemas es notable y la solución, bastante efectiva. Si en el camino se liquidan algunos de los fundamentos sobre los que se debería sostener una sociedad competitiva y equitativa, pues mala suerte. Las cosas andan mal, así que conviene buscarse un apaño: ese es el lema. El asunto, en este caso, es el del trabajo de fin de grado, al que están obligados para obtener la licenciatura los estudiantes de cualquier carrera desde que se puso en marcha el Plan Bolonia.

Los engorros son varios. En primer lugar, los tiene el alumno. Preparar un trabajo en el que te juegas la carrera es sin duda una complicación. Los que elaboraron el plan pretendían a través de esa prueba confirmar un nivel mínimo de escritura y lectura, de uso de bibliografía y capacidad de defender un proyecto, de resolver problemas prácticos, elaborar síntesis, construir argumentos, plantear hipótesis y soluciones, etcétera. Lo lógico, en fin, para salir al mercado con los recursos necesarios para enfrentarse a un trabajo concreto.

Claro que conseguir todo eso tiene incontables pegas. La más evidente: que igual ni siquiera hay mercado de trabajo (así que para qué tanto esfuerzo). Pero es posible que la preparación no haya sido buena. Los alumnos se quejan de que muchos profesores no les explican bien el trayecto y las maneras para llegar a buen puerto, así que carecen de las herramientas, se sienten perdidos. Y tiemblan de pensar en el horror del suspenso.

Los padres tampoco quieren arriesgarse. Han hecho esfuerzos para que sus chavales lleguen hasta ahí, ya están realmente a punto, para qué correr riesgos inútiles: si hace falta hacer un último esfuerzo económico, pues se hace. Y están, además, los profesores en paro o los que tienen enormes dificultades para llegar a fin de mes. Una ayuda nunca viene mal.

Afortunadamente, ya lo habrán sospechado, este país tiene soluciones para cada problema. Solo hace falta buscar en Internet. Hay un montón de lugares donde los padres preocupados podrán encontrar solución para sus hijos afligidos, amén de colaborar en salvar de la ruina a algunos diligentes profesores en aprietos económicos. Los presupuestos pueden ajustarse, van de los 300 a los 500 euros por la preparación de un trabajo de fin de grado original, y se garantiza confidencialidad absoluta y que el servicio final estará exento de plagio alguno. ¡Se acabaron los afanes de “copiar y pegar”!: ahora hay tipos impecables que te ofrecen la trampa limpia de toda sombra.

Una sociedad tan diligente (y tan imaginativa), que no tiene la menor vacilación en diluir los inconvenientes del Plan Bolonia (ese lío de escribir y leer y hacer una presentación), es la misma sociedad que se rasga las vestiduras con la corrupción y el mal gobierno. Esa sociedad, tan encantada de haberse conocido y que tan obsesivamente se mira a sí misma como un dechado de virtudes, es la que celebra cada escándalo que le sirve la televisión como si fuera un gol de su propio equipo. Esa sociedad, vaya, necesita un capón.

Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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