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¿Podríamos cargar nuestro cerebro en un ordenador (y deberíamos intentarlo siquiera)?

La corriente transhumanista propone alcanzar la 'inmortalidad' conectando nuestras mentes a las máquinas

Fotograma de 'Mátrix'.
Fotograma de 'Mátrix'.

La gente siempre ha soñado con superar las limitaciones del cuerpo humano: el dolor, la enfermedad y, sobre todo, la muerte. Ahora, un movimiento recién creado reviste esta antigua aspiración de unos nuevos ropajes tecnológicos. Conocido como transhumanismo, es la creencia de que la ciencia brindará a los humanos un modo futurista de evolucionar que les permitirá dejar atrás su actual apariencia física y hacer realidad esos sueños de trascendencia.

Puede que la más radical de las transformaciones mediante las que los transhumanistas creen que la tecnología alterará la condición humana es la consistente en que la mente de una persona pueda convertirse en datos digitales y cargarse en un ordenador extremadamente potente. Dicha transformación nos permitiría vivir en un mundo de experiencias virtuales infinitas y, de hecho, alcanzar la inmortalidad (siempre que alguien se acuerde de hacer copias de seguridad y nadie nos desconecte).

Sin embargo, los transhumanistas parecen pasar por alto el hecho de que esta especie de copia mental se enfrenta a algunos obstáculos insalvables. Las dificultades prácticas lo vuelven inviable en el futuro inmediato, pero el concepto general también plantea algunos problemas más fundamentales.

La idea de la copia cerebral es un elemento básico de la ciencia ficción. El escritor y director de ingeniería de Google, Ray Kurzweil, quizás sea la persona que más ha contribuido a popularizar la idea de que esa aspiración podría hacerse realidad (tal vez en 2045, sin ir más lejos). Hace poco, el economista Robin Hanson ha analizado con detalle las consecuencias que ese hipotético logro tendría para la sociedad y la economía. Imagina un mundo en el que todo el trabajo lo llevan a cabo las emulaciones incorpóreas de las mentes humanas, que funcionan dentro de simulaciones de realidad virtual que utilizan sistemas informáticos en la nube del tamaño de una ciudad.

Para replicar la mente de forma digital, tendríamos que representar en un mapa todas las conexiones entre 86.000 millones de neuronas

La idea de que nuestra mente pueda cargarse en un ordenador está a un pequeño paso de la noción de que ya haya vivido y viva en una simulación informática similar a la de Matrix. El emprendedor tecnológico Elon Musk reavivaba hace poco este debate al sostener que la probabilidad de que no estemos viviendo en una simulación informática solo es de “una entre miles de millones”. Por supuesto, esto no es más que un renacer tecnológico de la idea de que la realidad es una ilusión, algo que los filósofos y los místicos llevan centenares de años debatiendo.

Pero la idea de que podamos cargar nuestra mente en un ordenador presenta algunos problemas importantes. Para empezar, los aspectos prácticos: existen billones de conexiones entre los aproximadamente 86.000 millones de neuronas que tiene el cerebro. Para replicar la mente de forma digital, tendríamos que representar en un mapa todas esas conexiones, algo que escapa por completo a nuestras capacidades actuales. Dada la velocidad a la que avanzan actualmente los ordenadores y las tecnologías de la imagen, podríamos lograrlo dentro de unas décadas, pero solo con un cerebro muerto y seccionado.

Más que moléculas

Aunque fuésemos capaces de crear el “esquema de conexiones” de un cerebro vivo, eso no bastaría para entender cómo funciona. Para ello, tendríamos que cuantificar con exactitud cómo interactúan las neuronas en cada unión, lo cual es una cuestión de detalles moleculares. Ni siquiera sabemos cuántas moléculas hay en el cerebro, y mucho menos cuántas son vitales por sus funciones, pero, independientemente de la respuesta, son demasiadas para replicarlas con un ordenador.

Esto nos lleva a una dificultad conceptual de más calado. El mero hecho de que podamos simular algunos aspectos del funcionamiento cerebral no significa necesariamente que estemos emulando por completo un cerebro real, o de hecho, una mente. Ningún aumento concebible de la potencia de los ordenadores nos permitiría hacer una simulación del cerebro a escala molecular. Así que la emulación cerebral solo sería posible si fuésemos capaces de separar el funcionamiento digital y lógico de los confusos detalles moleculares.

Para entender las operaciones de un ordenador fabricado por el hombre, no tenemos que hacer un seguimiento de las corrientes y voltajes de todas las piezas, y mucho menos saber lo que hace cada electrón. Hemos diseñado el funcionamiento basado en conmutaciones de los transistores para tener un mapa inequívoco del estado de los circuitos reducido a la sencilla lógica digital de los unos y los ceros. Pero como nadie diseñó el cerebro, sino que este evolucionó, no hay razón para esperar que su funcionamiento pueda representarse sencillamente en un mapa reduciéndolo a la lógica digital.

Idea peligrosa

Aunque la copia de la mente sea un sueño imposible, algunos podrían argumentar que imaginar esa posibilidad no hace ningún daño. Todo el mundo, en algún momento, debe de sentir miedo ante su propia mortalidad, ¿y quién soy yo para criticar las diversas formas en las que la gente afronta ese miedo?

Pero el transhumanismo, con su mezcla de lenguaje científico e ideas en esencia religiosas, no da igual porque tergiversa nuestra manera de pensar en la tecnología. El transhumanismo tiende a ver la tecnología como una forma de hacer realidad todos nuestros deseos. Y ello suele justificarse con el argumento de que la tecnología guiará inevitablemente el desarrollo humano hacia una dirección positiva.

Sin embargo, eso distorsiona nuestras prioridades científicas y nos impide tomar decisiones sensatas sobre el desarrollo de las tecnologías que necesitamos para resolver problemas actuales que sí son reales. La copia cerebral es un estupendo punto de partida para la ficción especulativa, pero no una buena base sobre la que hablar del futuro.

Richard Jones es jefe de investigación e innovación de la Universidad de Sheffield.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en la web The Conversation.

Traducción de News Clips.

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