Laboratorios de desarrollo sostenible
Las reservas de la biosfera han sido proyectos piloto de los que se pueden sacar muchas lecciones
Lumidla Jiménez ofrece tentempiés a los turistas que llegan a la orilla de la laguna de Chinancocha, en la reserva de la biosfera de Huascarán de Perú. Con las mazorcas de maíz con queso, la sopa de quínoa, la papa rellena de huevo o el chocho (un altramuz andino), los visitantes tratan de hacer más llevaderos los 3.850 metros de altura en la majestuosa quebrada de Llanganuco, desde donde se pueden apreciar varios de los picos de la Cordillera Blanca, la cadena montañosa tropical más alta del mundo.
El dinero que gana Jiménez no es para ella, sino para su pueblo, la comunidad campesina Unidos Venceremos, que le paga un jornal cada vez que sube a la laguna, haya turistas o no. Unidos Venceremos es una comunidad de propiedad colectiva de la tierra situada unos kilómetros más abajo, fuera del núcleo de la reserva, en la denominada zona de amortiguamiento. Ha obtenido permiso para trabajar en esta zona protegida gracias a un proyecto de desarrollo sostenible del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp) peruano, que gestiona la reserva. A cambio, tienen que pagar una cuota anual y colaborar en la limpieza y conservación del lugar.
Unidos Venceremos ha capacitado a los comuneros interesados en participar en las actividades turísticas de Chinancocha, el punto más turístico de Huascarán por la facilidad de acceso por una carretera a medio asfaltar desde la ciudad de Huaraz. La comunidad paga un jornal por cada día de trabajo. Algunos venden alimentos, otros artesanías, otros dan paseos en bote a los turistas y otros se dedican a limpiar y cobrar la entrada en los baños. Lo hacen por turnos, una semana van unos y a la siguiente cambian.
Mucho tiempo antes de que la comunidad internacional se comprometiera en 2015 con los Objetivos de Desarrollo Sostenible y antes también de que comenzara a aceptarse como la clave para salir de la encrucijada en la que la industrialización desenfrenada ha puesto a nuestro planeta, estas dos palabras que durante mucho tiempo parecieron contrapuestas ya estaban en el centro del programa de la Unesco (la organización de Naciones Unidas para la educación, la ciencia y la cultura). Antes incluso de que el propio concepto de desarrollo sostenible se definiera con precisión en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro de 1992, la Unesco había creado en los setenta una nueva modalidad de áreas protegidas: las reservas de la biosfera.
Se trata del programa El Hombre y la Biosfera (MaB, por sus siglas en inglés), que nació expresamente para compaginar la conservación de parques naturales de especial importancia por sus ecosistemas únicos con el derecho a desarrollarse por parte de las poblaciones que vivían en torno a ellos explotando sus recursos de una manera no depredadora.
En marzo, Lima acogió el 4º Congreso Mundial de Reservas de la Biosfera para establecer el plan de acción para los próximos 10 años. Pendiente de aprobación por la Asamblea General de la Unesco, en él se propone difundir las experiencias de las más de 600 reservas repartidas en 120 países como laboratorios de desarrollo sostenible y las lecciones aprendidas a lo largo de estos años para facilitar la aplicación de estos modelos.
Lo que hay que hacer es combinar la vida de los seres humanos en armonía con esta biosfera
“El programa MaB es una especie de avanzada en términos de pensar la relación entre seres humanos y naturaleza”, defiende el coordinador del Sector Ciencias de la oficina de la Unesco en Perú, Ignacio Cancino.
Pioneras en la búsqueda de una combinación armónica entre conservación ambiental y desarrollo, las reservas de la biosfera han sufrido una evolución en su gestión paralela a la del concepto de desarrollo sostenible. Se empiezan a declarar tras la Cumbre de la Tierra de Estocolmo de 1972, en la que el tema principal fue la contaminación, el deterioro ambiental. "Entonces se comienza a pensar que tenemos un impacto y tenemos que comenzar a pensar otras formas de relación con la naturaleza”, recuerda Cancino.
Estas zonas se crean a partir de áreas naturales protegidas, que se convierten en sus núcleos. Alrededor se establecen zonas de amortiguamiento o tampón, que corresponden a las de las propias áreas protegidas y donde ya hay una considerable presencia humana. Y en torno a ellas hay una zona de transición. “Son las zonas donde hay mayor población y en las que se desarrollan actividades que uno podría pensar que no son compatibles, como actividad minera, petrolera, etcétera. La gracia de las reservas de la biosfera es tratar de hacerlo compatible”, explica Cancino.
Al principio, el programa MaB puso un fuerte énfasis en el tema de la conservación. Esto ha dificultado la relación con la población local, que suele ver en la declaración de reserva de la biosfera un impedimento para realizar sus actividades económicas y una condena al subdesarrollo. Pero a partir de los noventa se empieza a privilegiar la construcción de las reservas desde las experiencias locales.
La experiencia ha enseñado a los responsables de estas zonas que la conservación no será posible si las poblaciones afectadas, que ya forman parte del propio paisaje, no se involucran en ella. Y que no lo harán si la consideran contraria a sus intereses.
Esto lo sabe bien Kyong-O Moon, especialista en Conservación y Gestión de la reserva de la biosfera de Shinan Dadohae, en Corea del Sur. Kyong-O asegura que recibió “insultos y hasta puñetazos” cuando comenzó a informar en 2009 a la población local sobre la designación como reserva de este archipiélago de medio millar de islas. “La gente local no entendía el concepto. No quería ni oír hablar del programa”, recuerda. En la zona designada, que incluye marismas con una gran diversidad ecológica y es punto de paso obligado para múltiples aves migratorias, viven casi 40.000 personas (aunque ninguna de ellas en el núcleo) que se dedican fundamentalmente a la pesca, a la producción de sal y a la agricultura.
Kyong-O recuerda que decidieron empezar con un pequeño proyecto piloto de desarrollo sostenible enfocado en el turismo y se reunieron con la población para mostrarles en qué consistía y cómo se podían beneficiar. “Quisimos escuchar sus voces y no considerarlos simplemente como un objetivo a persuadir”, añade. Después, se les implicó en actividades remuneradas de monitoreo ambiental de la fauna y flora, control de la basura y reciclaje.
Poco a poco han ido ganándose a los habitantes del archipiélago, que han visto crecer el número de visitantes de 250.000 en 2009 a 800.000 el año pasado. “La gente ha empezado a poner la denominación Reserva de la Biosfera a sus productos, lo que atrae a más compradores a mejores precios. Esto significa que la gente está feliz con el programa MaB”, se congratula Kyong-O.
Un éxito similar ha tenido el programa de la laguna de Chinancocha, en Huascarán. Con la mejora de los servicios turísticos, el número anual de visitantes ha crecido hasta superar los 120.000. Y con ellos han aumentado también los ingresos de Unidos Venceremos. “Al principio desconfiábamos un poquito”, reconoce Jaime Ramos, presidente de la comunidad. “La gente no quería que nadie viniera de otro sitio aquí a dar órdenes”.
Pero finalmente aceptaron y no se han arrepentido. En tres años, las arcas comunales han pasado de arrojar un saldo favorable de 5.000 soles (unos 1.300 euros), provenientes fundamentalmente de las multas por faltar a las asambleas y por la venta de eucaliptos, a 30.000 (unos 8.000 euros) anuales. Este año han donado una computadora a una de las escuelas de la comunidad y una fotocopiadora moderna a la otra, han podido regalar una canasta de Navidad a cada uno de los 400 comuneros y ya piensan en construir una gasolinera y un albergue. Una cuarta parte de los comuneros participa en la actividad turística.
“Cuanto más dinero ganen, más les vamos a poder exigir que saquen menos recursos del parque”, dice Edson Ramírez, especialista de la administración del Parque Nacional de Huascarán, núcleo de la reserva. Y el proyecto ya está dando los primeros resultados. “Antiguamente”, señala el presidente Ramos, “la conservación casi no la practicábamos. Desde que hemos entrado al parque, poco a poco nos hemos ido concienciando: que no botemos los plásticos, que no talemos árboles, que no cacemos animales…”.
Gracias a este proyecto, Lumidla ha podido salir adelante tras quedar viuda con una hija pequeña. Complementa sus ingresos con la agricultura y un par de vacas que tiene pastando libremente en las alturas del Parque Nacional. Otros muchos vecinos de Unidos Venceremos y de otros pueblos de la zona de amortiguamiento tienen reses dentro del área protegida.
“El tema de las vacas es de lejos el principal problema del parque. Hay aproximadamente unas 22.000 cabezas de ganado”, explica Ramírez. Estos animales, que reemplazaron hace mucho tiempo a las especies autóctonas, como las llamas o las alpacas, compactan el suelo al caminar y arrancan de raíz la planta al pastar, al contrario que los camélidos. Además, “generan sobrepastoreo y son adictas a la sal, por lo que andan escarbando buscándola”.
Esto produce un grave impacto ambiental en Huascarán, que cuenta con el 70% de los glaciares tropicales de América Latina, con 30 picos por encima de los 6.000 metros sobre el nivel del mar y con especies de fauna y flora únicas, como la puya Raimondi (una bromeliácea que crece durante 30 o 40 años para alcanzar hasta 15 metros de altura y florece una sola vez unos meses antes de morir) o el quenual, el árbol que crece a mayor altura en el mundo.
En Unidos Venceremos, asegura Jaime Ramos, han acordado en asamblea sacar sus animales de la zona de la laguna hacia abajo: “Muchos turistas tienen miedo a los animales”, argumenta. Y también piensan en reducir el número de cabezas que tienen en las partes más altas.
“Lo que hay que hacer es combinar la vida de los seres humanos en armonía con esta biosfera. Esta es fruto también de la interacción con el ser humano”, apunta Ignacio Cancino. Es lo que comprendieron también en la reserva de la Tierra de Argán, en el sur de Marruecos, donde existen bosques de un árbol endémico del desierto del suroeste del país magrebí y de su vecina Argeloa: la argania spinosa o argán. Driss Fassi, secretario general del comité del MaB marroquí, cuenta que desde tiempos de la administración colonial francesa no se quiso hacer nada con el argán. "Decían que no era una planta doméstica”, comenta. Por esta razón, el desierto fue ganando terreno a los bosques, que eran talados para obtener madera y combustible. Mientras, la población nativa bereber permanecía en el subdesarrollo sin saber que tenían un tesoro al lado.
Pero tras la declaración de la reserva de la biosfera en 1998, se decidió explotar el fruto de este árbol para producir un aceite muy apreciado por su alta concentración de Omega 6 y por sus cualidades cosméticas antienvejecimiento. “El programa funcionó: los precios se multiplicaron por 100 y de se dejó de talar el argán”, se congratula Fassi.
En el plan de acción diseñado en Lima para el periodo 2016-2025 se pone énfasis en dos aspectos, según destaca Ignacio Cancino. Por un lado, en entender estas reservas como laboratorios para el desarrollo sostenible. Por otro, el cambio climático: “Desde que surgió la idea, las reservas se constituyeron en espacios en los cuales se podía observar cómo se produce el cambio climático. Ahora se tratan de pensar en ellas como espacios en los que también se experimentan modelos de adaptación y mitigación”.
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