Del delirio neoyorquino al ‘bel design’ italiano
El estudio de Rem Koolhaas transforma un palacio veneciano del siglo XVI en un gran almacén
Uno de los retos más difíciles para un arquitecto es trabajar en Italia. Allí es raro que un proyecto parta de cero. La necesidad de convivir con el pasado, de respetarlo y de dejarlo hablar sin que haga enmudecer al presente forma parte intrínseca de los nuevos edificios italianos. Así, a la dificultad de lidiar con el patrimonio se añade la de saber valorar la importancia de ese pasado cuando uno adquiere la responsabilidad de trabajar en una ciudad como Venecia. ¿Hasta qué punto es importante, y posible, reflejar el periplo vital de sus inmuebles históricos?
Junto al puente de Rialto, sobre el Gran Canal, el Fondaco dei Tedeschi fue una colonia comercial establecida durante las Cruzadas. Por eso, aunque el edificio original data del siglo XVI, su estructura se remonta al siglo XIII. El inmueble, sobrio y mastodóntico, aparece en algunas vedute [género pictórico típico del Settecento italiano] de Canaletto —que mezclaba lo existente con lo imaginado— y forma parte del paisaje cotidiano de la ciudad: los vecinos todavía pueden atravesarlo libremente. Su uso ha variado tanto a lo largo de los siglos que Napoleón lo convirtió en aduana y Mussolini en oficina de correos. La última transformación, inaugurada esta semana, lleva la firma del holandés Rem Koolhaas, que tras concluir en Milán la Fundación Prada ha diseñado para Benetton la transformación del Fondaco en unos grandes almacenes. "Hemos querido evitar la nostalgia, desmitificar la imagen sagrada de los edificios históricos", declaran los arquitectos de OMA, el estudio que dirige Koolhaas. Y es cierto que la escalera mecánica roja, encerrada en un cuerpo de madera, parece atravesar los forjados tan velozmente como los siglos. A pesar de intervenir muy poco —el edifico es un monumento protegido desde 1987—, OMA ha conseguido que su transformación sea drástica. Y no solo por el color rojo.
Una serie de marcas geométricas circulares atraviesa las paredes para ofrecer vistas insólitas y acercarse a los materiales con los que está levantado el edificio. Mostrando las diversas capas que lo sustentan, el palazzo se presenta como un palimpsesto de su propia historia y de sus diversas intervenciones. Curiosamente, los arquitectos explican que la mayor destrucción no la causaron los dos incendios que sufrió el Fondaco, ni siquiera el descuido o el paso del tiempo. Fue la intervención moderna y la entrada del hormigón armado durante los años treinta lo que ha resultado más complicado de restaurar.
Es curioso ver cómo en un marco como Italia, en el que se debe proyectar de puntillas, Koolhaas recurre más a la desnudez estratégica y al maquillaje sutil (con pan de oro, como en la Fundación Prada) que a las grandes decisiones formales. En la Italia admirada y reinventada por Koolhaas no quedan huellas del delirante Nueva York de los años setenta ni de las grandes invenciones asiáticas que firma su oficina. Venecia y Milán parecen mostrar un Koolhaas hecho a mano, atento al detalle y a la técnica y fiel a la tradición del bel design italiano.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.