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Sandra soñó con ir a la luna y aterrizó en las estrellas

La historia de cómo una niña humilde de Costa Rica llegó a trabajar en la NASA gracias al tesón y apoyo de su madre

NASA Congreso LATAM
Sandra A. Cauffman en la NASA.

Una niñez marcada por la violencia doméstica, la pobreza y constantes adversidades. Esta es la historia de demasiados niños en América Latina y del Caribe. Y también lo fue para Sandra A. Cauffman. Lo inusual es que su madre, siempre pensó que los sueños imposibles de su hija no eran meras fantasías infantiles sino el camino para su felicidad.

Creado en 1959, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) es la principal fuente de financiación multilateral de América Latina y el Caribe. Tiene como miembros a 48 países, 2.000 empleados y su principal misión es reducir la pobreza en la región a través del apoyo de proyectos de desarrollo económico, social e institucional, en forma de préstamos, donaciones y asistencia técnica. Su sede central está en Washington.

El 20 de julio de 1969, en casa de un vecino de San José de Costa Rica Sandra vio en un televisor en blanco y negro como la nave espacial Apolo 11 llegaba a la luna. Allí comenzó su fascinación con el espacio. De camino a casa miró a la luna y le dijo a su mamá que ella también quería ir a la luna. Su madre pudo haberle contestado que ya estaba “en la luna” o que era un sueño imposible. En cambio, le dijo que el mundo da muchas vueltas y que, si estudiaba y se esforzaba, algún día podría llegar a la luna.

Y la verdad es que el mundo iba a tener que dar muchas vueltas para que Sandra, nacida en el seno de una familia humilde y abandonada por un padre abusivo, pudiera hacer de sus sueños realidad. Su arma secreta fue una mujer: su madre, quien a pesar de muchos reveses en la vida nunca bajó los brazos. Trabajó día y noche para sacar adelante a sus hijos, aunque sus múltiples faenas apenas alcanzaban para poner un plato de comida sobre la mesa. A los 9, dos años después de que Neil Armstrong llegara a la luna, Sandra se convirtió en la encargada de cuidar a su hermano pequeño cuando su madre se enfermó muy gravemente y terminó en el hospital por un tiempo prolongado. A los 11 tuvo que buscar un empleo para ayudar a pagar las facturas, añadiendo horas de fatiga a su jornada escolar y a los deberes.

El estrés y esa carga de responsabilidad podrían haber justificado un abandono escolar más. ¿A quién le hubiera sorprendido? ¿Quién lo hubiera notado? Además de las adversidades que enfrentaba Sandra en el ámbito familiar, el lugar y la situación económica de jóvenes estudiantes influyen negativamente en la decisión de desertar.

Sandra A. Cauffman con su madre.
Sandra A. Cauffman con su madre.

Ella, como muchos jóvenes en América Latina y El Caribe, podría haber desertado por problemas económicos, uno de cada cinco jóvenes lo hace actualmente, o por tener que trabajar (el 12% lo hace). Pero Sandra estaba decidida a no tomar el camino más fácil. Al contrario, se empeñó en estudiar y sacar buenas notas.

Cuando sentía que estaba a punto de rendirse, Sandra siempre pensaba en su madre y en lo duro que había tenido que trabajar. Y después se repetía a sí misma aquello que su madre le respondió cuando dijo que quería ir a la luna: “Si estudias y trabajas duro se te abrirán caminos que no puedes ni imaginar”. Esas palabras de aliento, así como el tantas veces repetido mantra materno de “no repitas el pasado, no repitas mis errores”, la ayudaron a seguir adelante.

Sandra enfrentó muchos obstáculos. Muchos de ellos fueron por ser mujer. Tras ser aceptada en la Universidad de Costa Rica, su consejero le dijo que no podía estudiar la carrera que había escogido, ingeniería eléctrica, porque no era una profesión para señoritas. Así que estudió algo parecido, ingeniería industrial. Tras tres años y medio de cursar una carrera que no le interesaba particularmente pero “adecuada” para una mujer, se mudó a Estados Unidos con su familia.

En EE UU si podría estudiar Física e Ingeniería Eléctrica, las materias que realmente le gustaban. El problema era que no hablaba más inglés que el que había aprendido en el colegio. Además, tendría que trabajar para costearse los estudios. “Siempre bromeo diciendo que hice una carrera de siete años”, dice Sandra al referirse a los tres años y medio de universidad que pasó en Costa Rica y otros cuatro en EE UU, “pero mereció la pena cada minuto que invertí en ello”.

La educación y una persistencia envidiable le abrieron puertas para hacer realidad su sueño. Sandra se convirtió en la subdirectora de Proyecto de la misión MAVEN (siglas en inglés de Atmósfera y Evolución Volátil de Marte) de la NASA, la agencia espacial de EE UU, donde ayudó a dirigir al equipo que construyó y puso en órbita el primer satélite a Marte que ayudará a los científicos a estudiar las altas capas atmosféricas del planeta rojo.

Firme defensora de la educación, Sandra pone toda su pasión en animar a los jóvenes a soñar y a que no dejen nunca de estudiar para conseguir sus metas. “No piensen nunca que por proceder de una familia pobre no pueden conseguir lo que quieren”, dice. “Sueñen y traten de llegar a esas metas, porque cuanto más imposible parezca el sueño, más lejos llegarán tratando de hacerlo realidad”.

Y si alguien duda de que los sueños se puedan hacer realidad, que le pregunte a la madre de Sandra.

*Gádor Manzano es especialista sénior en comunicación en el Banco Interamericano de Desarrollo.

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