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La vida hoy allí donde el terremoto destrozó todo

Sindhupalchok, la zona de Nepal más dañada por el temblor que mató a 9.000 personas en 2015, tarda en recuperarse

Shreejana Lama, de 27 años, con sus hijos frente a la casa provisional en la que viven después de que el terremoto de Nepal destruyera por completo la suya.
Shreejana Lama, de 27 años, con sus hijos frente a la casa provisional en la que viven después de que el terremoto de Nepal destruyera por completo la suya.Laxmi Prasad Ngakhusi
Pablo Linde
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Pocos habitantes del distrito de Sindhupalchok dudan de que otro gran terremoto está por venir. Hay quienes lo esperan con miedo, otros con resignación y, algunos, con relativo optimismo porque sus nuevas casas son más resistentes que las que quedaron destrozadas el 25 de abril del año pasado. El brutal seísmo de magnitud 7,8, que llegó incluso a rebajar en algunos centímetros la altura de los Himalayas, se ensañó con esta región montañosa que se extiende a unos 60 kilómetros de la capital nepalí. Aunque no fue el epicentro del primer temblor —sí del segundo, de magnitud 7,3, en mayo—, el latigazo y las precarias construcciones de la zona la convirtieron en la más perjudicada del país: 3.438 muertos (de los 9.000 en todo Nepal), 63.885 casas severamente dañadas (el 96% de esa área) y más de un tercio de la población afectada (unas 109.000 personas).

Por las escarpadas montañas donde yacen desperdigadas pequeñas poblaciones a las que hay que acceder tras horas de caminatas y vehículos todoterreno se propagan rumores como que un temblor aún mayor que el del año pasado hará acto de presencia justo el día del aniversario. De ello está convencida Shreejana Lama, de 27 años. Lo cuenta con una sonrisa mientras cuida a sus dos hijos de uno y seis años en la entrada de su nueva casa: una cabaña de madera con techos de latón en la que vivirá, al menos, durante los próximos cinco o seis años. “Cada vez que el cielo se oscurece temo que pueda suceder otra vez. Yo creo que el 25 de abril habrá otro gran terremoto, pero al menos ya tengo experiencia, sé lo que sucede y que esta casa no se derrumbará sobre nosotros, pienso que la vida de mi familia no corre peligro”.

La vivienda de Lama, en la que vive con sus hijos, su suegro y su marido en las épocas que no está trabajando en Katamandú como albañil —que son las más—, es uno de los refugios temporales piloto que ha construido el consorcio para la recuperación del terremoto, formado por varias ONG y financiado por Echo, la agencia de ayuda humanitaria de la Unión Europea. La idea no es solo dar un hogar a las víctimas más vulnerables del terremoto hasta que puedan reconstruir sus viviendas, sino servir de ejemplo para los carpinteros, albañiles y los propios habitantes de las aldeas de Sindhupalchok y que así aprendan a construir estas edificaciones modestas, pero previsiblemente resistentes a nuevos seísmos y al monzón que llegará en un par de meses.

Todavía quedan 600.000 que están viviendo en refugios cubiertos por lonas, bajo puentes o en edificios inseguros

El paisaje de esta zona rural de Nepal ha cambiado mucho desde hace un año. La imagen de las casas de piedra y adobo que se convirtieron en ruinas en unos pocos segundos se parece más ahora a la de poblados chabolistas —por los techos de lata— esparcidos entre las plantaciones de arroz, trigo, maíz, patata y algo de marihuana que proliferan por las laderas del distrito, uno de los más pobres del país.

Los aldeanos, con la ayuda de los carpinteros y los albañiles que el programa ha contratado, tratan de emular casas piloto como la de Lama, con una estructura de pilares de madera que se refuerza en los laterales para resistir nuevos temblores. Las réplicas nunca cesaron y aún hoy, un día sí y otro también se sienten movimientos de tierra que superan los cuatro grados de magnitud.

En total, este consorcio para la recuperación tiene como meta construir para finales de mayo más de 1.500 refugios temporales, que beneficiarán a unas 7.000 personas. Más de 700 de estas viviendas están en Sindhupalchok. Como este, hay decenas de programas de distintos tipos de organizaciones públicas y privadas reconstruyendo la zona. Sin embargo, la ayuda no llega a todos los que la necesitan. Según un informe de Save the Children, aunque millones de personas han recibido asistencia de algún tipo, todavía quedan 600.000 que están viviendo en refugios cubiertos por lonas, bajo puentes o en edificios inseguros.

¿Está Nepal preparado para otro terremoto?

Pablo Linde | Katmandú

Cuando la terrible sacudida de tierra que asoló buena parte de Nepal el 25 de abril de 2015 comenzó, no fue ninguna sorpresa para la mayoría de los lugareños. Aquello para lo que las autoridades llevaban años preparándose ya había llegado. No era una cuestión de si un gran terremoto iba a suceder, sino de cuándo.

Aproximadamente cada 80 años, un seísmo de parecidas dimensiones ataca la cordillera de los Himalaya, que se alza majestuosa sobre enormes tensiones tectónicas. El anterior gran temblor había sucedido 1934, así que no era un secreto que el del año pasado estaba a la vuelta de la esquina. Y, lo que es peor, varios informes geológicos aseguran que no es la definitiva, que es probable que otra incluso mayor llegue en un momento indeterminado de los próximos meses... o años.

Ante este panorama, la pregunta es: ¿está Nepal preparado para otro evento similar? Según coinciden las autoridades locales y los trabajadores de organismos internacionales consultados, el país ya venía haciendo algunos preparativos para que la inminente tragedia no fuese tal. Como ejemplo, solo un par de meses antes del terremoto se acababa de inaugurar una infraestructura para desastres humanitarios cerca del aeropuerto de Katmandú con capacidad para 2.000 personas. Pero también señalan que si se cobró la vida de 9.000 personas y no de muchas más es porque coincidió que era un sábado, la jornada semanal festiva en el país, y mediodía. En un día laboral, con los niños en las escuelas y más personas en sus puestos de trabajo, las bajas habrían sido más numerosas. Igual que hubiera sucedido si hubiese ocurrido en mitad de la noche, con la mayoría de las personas durmiendo en el interior de sus viviendas.

Diversas instituciones del país intentan aplicar las lecciones aprendidas de la catástrofe. El Tribhuvan University Teaching Hospital (TUTH) de Katmandu, por ejemplo, ya tomaba varias medidas, como sujeciones especiales en el mobiliario o cubiertas de plástico en los cristales para que no cayeran sobre los enfermos. Según cuenta Pradeep Vaidya, uno de los doctores del hospital que se encargó de programar esta infraestructura, el resto de los centros de la capital están tomando ejemplo.

Algo parecido sucede con el centro de coordinación de emergencias de salud. Tulsi Prasad Dahal, su director, explica que un equipo trabaja en prever nuevas catástrofes, con teléfonos vía satélite que no se vean afectados por la caída de línea o un sistema de radio que les permitiría comunicarse con los equipos de urgencias ante tal evento.

El Gobierno también está haciendo hincapié en que las nuevas viviendas se construyan con criterios de resistencia a nuevos temblores, aunque lo cierto es que pasarán años hasta que las casas de quienes las perdieron estén de nuevo en pie.

Seguramente uno de los mayores aprendizajes es el de los propios nepalíes, que han tomado conciencia de lo que puede pasar y han comenzado a interiorizar normas básicas como ponerse debajo de una mesa en lugar de salir corriendo a la calle si ocurre un temblor. "En una situación así la verdad es que es difícil mantener la calma, hay gente que incluso saltó por la ventana y murió, cuando quizás habría sobrevivido si hubiera buscado un lugar seguro", relata Sweta Baniya, que trabaja en comunicación del consorcio de reconstrucción tras el terremoto.

El principal problema en Sindhupalchok, más allá de la fiereza del movimiento de la tierra que padeció, es que las construcciones estaban hechas sin seguir los más mínimos estándares de seguridad. Eran el fruto de años de trabajo de las familias, pero se levantaban sin más técnica que la de apilar unas piedras sobre otras con un poco de barro para sellarlas. Eso, en una de las zonas más susceptibles a catástrofes naturales del mundo, se demostró claramente insuficiente. “Me he dado cuenta de que llevaba toda la vida construyendo mal”, se sincera Krishna Tamang, albañil de 52 años.

Casi ninguna vivienda quedó en pie. En la que vivía Bimala Ghatraj, de 31 años, junto con su familia cayó en unos segundos. Sepultó a su sobrino de seis años, que pudo salir de entre las piedras. Su hermana, de dos, no fue localizada hasta cinco horas después del temblor. Ya estaba muerta.

Quizás por tener esta tragedia a sus espaldas, Bimala es de las pesimistas con la posibilidad de un nuevo seísmo: “Estamos en un refugio temporal, pero no sé si aguantará algo tan fuerte como lo del año pasado”. Cuando se le pregunta por qué piensan que habrá un nuevo terremoto, no sabe exactamente qué responder. “Todos damos por hecho que sucederá tarde o temprano”, responde ante el asentimiento de una docena de vecinos que la rodean. Lo cierto es que existen estudios geológicos que alertan de que las placas sobre las que se asienta la zona pueden volver a moverse con igual o mayor fuerza en un futuro no lejano, si bien predecir la fecha de un seísmo es imposible.

Haya o no nuevo terremoto, la vida en Sindhupalchok tardará en volver a la normalidad previa al desastre. Un portavoz de la UE que trabaja en el país explica que reconstruir una casa como las que tenían (con los preceptos de seguridad que palíen nuevas catástrofes) cuesta entre 5.000 y 6.000 euros. Hasta ahora, el Gobierno solo ha otorgado ayudas de emergencia de unos 160 euros a las familias afectadas, aunque tiene previsto otorgar 200.000 rupias (1.654 euros) a cada familia sin hogar.

Pero el proceso para repartir este dinero no es ágil. Supuestamente, los técnicos gubernamentales tienen que evaluar cuáles son las que han sufrido daños suficientes para conceder la subvención. Para empezar, se enfrentan al reto de determinar qué es exactamente un hogar. En una de las aldeas de Sindhupalchok, por ejemplo, decidieron que 22 eran merecedores de la ayuda, pero sus habitantes no la han aceptado todavía porque no están de acuerdo con los criterios de los peritos. Como viven juntas varias familias, quizás en diferentes pisos o en varios asentamientos dentro de una misma parcela, consideran que cada una de ellas es un vivienda distinta y merece, por tanto, sus respectivas 200.000 rupias. De todos ellos, solo uno ha aceptado el dinero para ponerse a construir su casa, según explica Ranjit Singh Rawat, consejero del consorcio de reconstrucción.

Pero incluso con este proceso burocrático superado, el trámite sigue sin ser rápido. El Gobierno aporta una primera cantidad de 50.000 rupias (415 euros). Cuando se gastan y comprueban que las técnicas son las adecuadas para evitar nuevas catástrofes, otorga el resto del dinero. Y, aún así, a los lugareños les queda un largo camino por delante. Esos alrededor de 4.000 euros de diferencia entre lo que cuesta reconstruir su hogar y la ayuda del Estado son una fortuna en un lugar donde el sueldo mínimo es de 8.000 rupias (67 euros) al mes.

Es por eso que muchos de los vecinos de las aldeas asumen estos refugios temporales como algo más que eso. Lo cierto es que están previstos para más de cinco años, de forma que dé tiempo a ir aportando poco a poco los recursos necesarios para construir un nuevo hogar. Esto se demorará previsible mucho tiempo, dado que la principal actividad de la zona es la agricultura de subsistencia. Cultivan lo justo para ir tirando y muchos de ellos ni siquiera conciben la idea de vender sus productos. En las zonas rurales, las transacciones con dinero son escasas y los bancos, una quimera.

Lama tiene una minúscula tienda de comestibles que ahora ha instalado en la parte trasera de su casa temporal. Atender las necesidades esporádicas de alcohol y aperitivos de sus 150 vecinos no le quita mucho tiempo ni le aporta grandes ganancias. Las remesas, cuando las hay, suelen proceder de los maridos o hijos que se han ido a trabajar fuera. Muchos a Katmandú, como el esposo de Lama, pero otros a países de los alrededores, como como Malasia o Singapur en el Sudeste asiático, o Arabia Saudí y los Emiratos Árabes en Oriente Medio.

Muchos habitantes de Sindhupalchok dan por hecho que otro gran terremoto llegará pronto. Algunos temen la fecha del aniversario

Y si el terremoto ha tumbado la mayoría de las viviendas de la región, también ha puesto en peligro uno de los hitos de la historia reciente de la zona. Hace casi una década fue declarada libre de defecaciones en campo abierto (open defecation free), algo que ya había conseguido la mayoría de los distritos de Nepal, pero que no deja de ser todo un logro en un área tan rural. Por poner un ejemplo, en la vecina India es una práctica habitual para aproximadamente la mitad de la población, es decir, más de 600 millones de personas. Más allá de las incomodidades obvias de este proceder, acarrea problemas sanitarios y hace más vulnerables a las mujeres, que tienen que buscar zonas escondidas para hacer sus necesidades con el consiguiente riesgo de violaciones o abusos.

Antes del seísmo, la mayoría de las viviendas de Sindhupalchok contaba con una letrina o, en el peor de los casos, era compartida por dos vecinos. Tras el temblor, muchas de estas infraestructuras quedaron destruidas y la práctica de defecar al aire libre volvió a ser habitual en la mayoría de las comunidades. Poco a poco, las letrinas se están reacondicionando. En Pyukharsa, donde vive Lama, ya cuentan con aproximadamente una para cada tres viviendas “Durante los primeros meses sí tuvimos que volver la práctica de defecar en el campo, pero ahora contamos con suficientes letrinas para abandonarla de nuevo”, explica Tulasi Narayan Shakya, presidente de este asentamiento de 40 casas. Es otro de los proyectos de Echo y sus socios sobre el terreno, que ha invertido casi 1,1 millones euros tanto en su reconstrucción como en rehabilitar las fuentes de agua que abastecían a las aldeas de este distrito.

Desde uno de los depósitos que se han construido para abastecer a la aldea de Jireghare, el presidente de la comisión de agua de su comunidad explica orgulloso cómo todos los hogares contribuyeron a hacerlo posible. “Tras el terremoto toda la infraestructura de agua quedo dañada. En todo el pueblo solo nos quedó un grifo por el que salía muy poca, teníamos que racionarla y además estaba sucia, así que empezamos a tener multitud de problemas de diarreas. Estuvimos así durante varios meses. Poco a poco fuimos reconstruyendo las fuentes y con este depósito, que acaba de entrar en funcionamiento, ya hay abastecimiento suficiente para todas las familias en los 13 grifos que hay distribuidos a lo largo de la aldea”, relata.

Los nuevos depósitos y cañerías que se están construyendo en Nepal también tienen en cuenta la posibilidad de nuevos seísmos y, teóricamente, están construidos de forma que los resistirían. Porque, aunque nunca se sabe cómo ni cuándo se producirá el siguiente terremoto, en Sindhupalchok están convencidos de que el del año pasado no es el último gran movimiento de tierras que verán en sus vidas.

Este reportaje se ha realizado con la ayuda de Echo, la agencia de ayuda humanitaria de la Unión Europea.

Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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