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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fe de errores

Pedro Sánchez propone un acuerdo tripartito de viabilidad más que dudosa

Un gesto entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias antes de su reunión del 30 de marzo de 2016.
Un gesto entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias antes de su reunión del 30 de marzo de 2016.Claudio Álvarez (EL PAÍS)

Los protagonistas de la nueva negociación política tienen que enseñar mucho más claramente sus cartas para valorar si existe alguna posibilidad mínima de formar el “Gobierno progresista” o “del cambio” evocados por Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, o si la reunión y las palabras de ayer fueron solo para la galería, como parece. La negociación entre PSOE, Ciudadanos y Podemos, propuesta por Sánchez, sería teóricamente suficiente (199 diputados), pero su único denominador común consiste en desalojar de La Moncloa a Mariano Rajoy. A estas alturas no se puede empezar como si las elecciones se hubieran celebrado ayer: han transcurrido 102 días y ya es hora de distinguir entre política e ilusionismo.

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Hemos escuchado unos cuantos enunciados —ley electoral, medidas contra la corrupción, justicia social— y la tendencia a aparcar o relativizar nada menos que la política económica o la reforma de las estructuras del Estado. Son estos asuntos los que hacen casi imposible un acuerdo entre Albert Rivera y Pablo Iglesias que pueda servir para hacer presidente del Gobierno a Pedro Sánchez. En lo escuchado ayer no hay un verdadero plan, solo tacticismos encaminados a desbloquear la formación de un Ejecutivo. Y sin proyecto es imposible valorar en serio una reunión de la que solo salió el acuerdo de volver a reunirse.

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Ahora se ven con mayor claridad los errores cometidos desde que se empezaron a trenzar los mimbres de un nuevo Gobierno. En lo que se refiere a los líderes del intento de negociación, Pedro Sánchez nunca debió negarse tajantemente a todo contacto con el Partido Popular, que le obliga a buscar los apoyos a su investidura por caminos tortuosos. Esta situación no tiene salida sin la abstención de uno de los dos grandes partidos, y es eso lo que debería de haber negociado Sánchez en lugar de insistir en un acuerdo “de izquierdas” con una fuerza que, aceptando que merezca esa etiqueta, sería más bien una izquierda arcaica y extrema incompatible con los valores que debe defender una fuerza socialdemócrata, moderna, reformista y proeuropea como tiene que ser el PSOE.

En todo caso, el acuerdo con Podemos, desaconsejable, tampoco parece posible, por lo visto ayer. Es verdad que las formas son más corteses, los vetos menos tajantes y los requiebros al adversario más insistentes. Que Iglesias renuncie a un cargo que nunca tuvo (la vicepresidencia del Gobierno) en aras de un pacto, o que esté dispuesto a hablar con Sánchez y Rivera cuando reclamaba exclusividad con el PSOE dice mucho de sus capacidades de actor, más que de político. Todos tendrían que tragarse sus palabras y cambiar sustancialmente de posiciones para que fuera posible un pacto de investidura. Sin embargo, las piezas del rompecabezas parecen hoy tan incompatibles como en los meses precedentes.

Cada vez queda menos tiempo para la disolución de las Cortes y los partidos recelan de jugársela en las urnas. Pero un acuerdo resulta tan difícil que más bien hay que ver en las actitudes de todos un intento de cargar al otro con la responsabilidad de un fracaso. El “ya se verá” de Pedro Sánchez no solo es una confesión de fragilidad, sino que nos deja a oscuras sobre lo que está dispuesto a ceder y con quién pretende realmente gobernar.

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