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MIRADOR
Columna
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El escribidor

Desde hace ya varios meses, la vida privada de Mario Vargas Llosa está eclipsando a la profesional

Julio Llamazares

El 80º cumpleaños de Mario Vargas Llosa está sirviendo para todo menos para que la gente vuelva a leer al autor de algunas de las novelas más emblemáticas de la literatura en lengua española del último medio siglo, la mayoría de ellas, ay, pertenecientes a su primera época como escritor. (Por supuesto esto es una opinión personal que el lector no tiene por qué compartir).

Por una parte, la vida privada del escritor, que desde hace ya varios meses está siendo pasto de las revistas del corazón y de la prensa amarilla, volvió a eclipsar la profesional hasta el punto de que la cena con la que celebró el acontecimiento se convirtió en un acto de sociedad, como ya le sucediera en la presentación de su última novela en Madrid o en sus distintas apariciones en público, sean por el motivo que sean. Como en el mito del basilisco, la civilización del espectáculo que criticó en un libro reciente le está pasando factura por atreverse a coquetear con ella.

Por otro lado, la afición de Vargas Llosa a la política, que lo llevó a presentarse hace años a la presidencia de su país (con un resultado decepcionante, que no esperaba seguramente) y que, desde hace ya varias décadas, ocupa sus esfuerzos tanto o más que la literatura, se está viendo también de manifiesto estos días, tanto en la cena de su cumpleaños, en la que había más expresidentes de Gobierno que en muchas cumbres iberoamericanas y más políticos en activo que personas pertenecientes al mundo de la cultura y de la edición, como en el ciclo de conferencias organizado para celebrar su obra, pero en el que de lo que se habla es de si Aznar y Rajoy se miran o no o de los presos políticos de Venezuela. Mal final para una obra que comenzó siendo crítica con el poder y ha acabado por servirlo, como ha ocurrido con tantas otras, muchas pertenecientes, por cierto, a autores también premiados con la recepción del Nobel.

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No seré yo el que le aconseje a nadie y menos a una persona con la experiencia y la inteligencia de Vargas Llosa (cada uno elige su camino y sus gustos y aficiones, además), pero, en su caso, yo me preocuparía. Cuando a la mesa de un escritor se sientan más políticos que escritores y más famosos que gente anónima y cuando sus apariciones públicas se parecen a las de las estrellas de rock o a las del Papa en gira por el mundo es que el escribidor ha muerto y en su lugar se sienta un actor que hace las veces de él sin que ni el escribidor ni el público se den cuenta.

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