La moda que mira atrás
Chanel y Saint Laurent presentan en París sus nuevas colecciones, llenas de guiños a un tiempo pasado, pero evitando la nostalgia
Karl Lagerfeld no sabía hacia qué lado mirar. Rodeado de un enjambre de celebridades, en el que se lograba distinguir a personajes tan variopintos como Pharrell Williams, Isabelle Huppert o Bernadette Chirac, el modisto se dejaba zarandear por decenas de aduladores que elogiaban su nueva colección para Chanel, que esta mañana ha presentado bajo la bóveda acristalada del Grand Palais de París. En ella se distinguían innumerables sombreros salidos de otra época, en algún lugar entre los que lucieron las sufragistas –después de todo, era 8 de marzo– y modelos clásicos como el bowler y el tambourin.
“Hoy en día ya nadie lleva sombrero. Todo el mundo prefiere las gorras. Me apetecía reivindicarlo, porque da un aire misterioso sin que uno tenga que vestirse de negro”, apuntó Lagerfeld cuando le dejaron un respiro. Después de construir un supermercado, una galería de arte o una terminal de aeropuerto para presentar sus últimas colecciones, el diseñador apostó la mañana del martes por una relativa sobriedad. El desfile transcurrió en una copia ampliada del apartamento del 31 de la rue Cambon, en cuyo salón Coco Chanel solía presentar sus colecciones.
Si a los sombreros, las perlas y ese escenario vintage se le añade que la mayoría de los looks revisitaron el mítico traje de dos piezas en tweed que la misma Chanel popularizó en los cincuenta, el conjunto pudo parecer una oda a la moda de otro tiempo, cuando el número de colecciones por año todavía era razonable y nadie se sublevaba contra el calendario de desfiles, como sucede hoy en el mundo anglosajón. “No, no hay nostalgia en mi propuesta”, desestimó Lagerfeld. “De todas formas, a quienes pueden comprarse mi ropa, el tiempo presente les debe de parecer muy bueno”, añadió con perfidia.
Su tentativa de actualizar el patrimonio de Chanel no fue suficientemente rotunda ni resultó del todo convincente, aunque Lagerfeld tampoco se limitó a pasar revista a un puñado de modelos pretéritos. Al káiser lo que es del káiser: intentó actualizarlos con colores inesperados como el rosa fucsia, el amarillo mostaza o el blue jean, y aderezó los modelos más clásicos, en blanco y en negro, con cenefas en zigzag, patrones de tartán o motivos geométricos similares a los de las telas africanas. Siempre astuto a la hora de capturar el espíritu del tiempo, reformuló prendas a la moda como el abrigo oversize o el plumón en versión distinguida y no dudó en emplear a la plana mayor de las instagirls, esas jovencísimas modelos surgidas de las redes sociales, como Kendall Jenner o Gigi Hadid. Incluso coló a tres hombres en su pasarela, remitiéndose a esa fluidez de género que brota en la moda más reciente, aunque sus diseños no tengan nada que ver con ella.
Por su parte, Hedi Slimane también se remitió al pasado en su nueva colección para Saint Laurent, presentada en la noche del lunes con una gran expectación. Entre otros motivos, porque podría ser la última: los rumores apuntan a una despedida inminente del modisto francés. Su desfile tuvo lugar en el nuevo atelier de alta costura de la marca, una mansión dieciochesca en el barrio de Saint-Germain, que Slimane ordenó restaurar tras su fichaje en 2012. El modisto prescindió esta vez de ese rock descarnado que suena en todos sus desfiles, prefiriendo algo tan exótico como el silencio, solo interrumpido por los tacones de sus modelos, mujeres algo ariscas y altaneras, y por la voz de Bénédicte de Ginestous, quien anunciaba el número de cada diseño en los desfiles del mismísimo Yves Saint Laurent entre 1977 y 2002. El lunes volvió a la labor.
El diseñador también hizo numerosos guiños a los diseños del creador de la marca, de las transparencias en muselina negra que escandalizaron a finales de los sesenta a las pronunciadas hombreras de los ochenta, pasando por los vestidos ultracortos de su escandalosa colección de 1971. A la vez, no fue un simple refrito: el diseñador supo llevar la propuesta a su terreno, el de la oscuridad punk, los cortes estrechos y los vestidos de un solo hombro, con toques en rosa y turquesa eléctrico.
Comparar las dos colecciones daba pie a la estupefacción. El traje de tweed de Chanel, con el que se vistieron las mujeres preliberadas que se habían arremangado durante los años de la guerra mientras sus maridos estaban en el frente, parecen hoy un emblema algo reaccionario. Y, al revés, esas candidatas precoces a mujer florero que uno logra entrever en los diseños de Slimane, como salidas de un baile de promoción en un instituto de Beverly Hills, resultan el colmo de la mujer emancipada, a la que no hay que preguntar dónde estuvo anoche. El pasado tiene sus sorpresas.
Valentino, el triunfo de la reinvención
Propulsados por las buenas críticas y por excelentes resultados comerciales, los nuevos diseñadores de Valentino, Maria Grazia Chiuri y Pierpaolo Piccioli, volvieron a convencer ayer con la presentación de su nueva colección para el próximo otoño-invierno. Un piano que interpretaba en directo a Philip Glass y un par de piezas dodecafónicas acompañó un desfile pensado como una reflexión sobre la feminidad y claramente inspirado en el mundo de la danza contemporánea. Los diseñadores jugaron con los extremos: presentaron faldas plisadas y tutús combinados con botas militares o, al revés, chaquetas de cuero y cadenas de plata vestidas con bailarinas. Apostaron también por los motivos geométricos sutiles, los estampados siderales y las texturas plasticosas, en una silueta que parece dejar atrás el legado del fundador de la marca. Deseosos de subrayar su acercamiento conceptual a esta colección, Chiuri y Piccioli citaron a John Cage, Merce Cunningham, Martha Graham y Karole Armitage entre sus inspiraciones.
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