Spike Lee reivindica el poder negro de Michael Jackson
El cineasta ha rodado un documental en el que da a conocer todo lo que hizo el 'rey del pop' para terminar con el racismo en Estados Unidos
“Tócame y me enciendo. No hay nada como el deseo del amor. Me derrito como cera caliente. Deja que el amor nos lleve a través de las horas”. No, no es la letra traducida del último single de Miley Cyrus pero sí de alguien que levantó las mismas pasiones entre una fracción de la población estadounidense (la adolescente) hace más de 37 años. Su nombre era Michael Jackson y la canción llevaba por título Don't stop till you get enough, uno de los bombazos que enmascaraba su primer disco alejado de sus hermanos, Off the Wall, en el que la sexualización del antaño niño prodigio ya era una realidad.
Precisamente coincidiendo con esta efeméride se reedita el disco y se lanza junto a un documental dirigido por Spike Lee que lleva por título Michael Jackson's journey from Motown to Off the Wall [El viaje de Michael Jackson de la Motown a Off the Wall]. La historia deja lejos los escándalos que acompañaron a Jacko en los últimos años de su vida, su problemática relación con las madres de sus hijos, sus extraños comportamientos, su obsesión por la cirugía estética o su piel cada vez más blanca. No hay lugar para el espíritu atormentado que fue Michael en los 2000 sino para un alegre chavalín de los 70 que se convirtió en el referente de toda la adolescencia negra estadounidense ( y prácticamente el único).
Los que mucho consideran el germen del disco más vendido de todos los tiempos, Thriller, tuvo una aceptación algo más discreta. La realidad es que en la música estadounidense seguía imperando una segregación racial que a nadie parecía escandalizar. Los charts se dividían entre aquellos en los que los afroamericanos podían entrar y aquellos en los que no. La entrega de premios de los Grammy de 1980 todavía dividía entre negros y blancos. Michael Jackson y Off the Wall arrasaron, claro, pero no en las categorías generales (eso ya sería después y con la salida al mercado de Thriller).
El año en el que el pequeño de los Jackson 5 se presentaba al mundo como un chico en el baile de graduación y conseguía su característico look –que de haber estado en el siglo XXI se hubiera convertido en viral– fue el año en el que Michael cumplía 21 años, la mayoría de edad legal en Estados Unidos. Calcetines blancos y zapatos de claqué aparte, la producción de Quincy Jones afianzaban la supremacía de los afroamericanos a la hora de generar música que entonces se dio por englobar dentro del rythm and blues (pero que en realidad englobaba al funky, al soul o al disco). Un disco que influenció sin saberlo a gente como The Weeknd o Pharrell Williams.
Y es que precisamente la música disco fue la que el joven cantante descubrió en ese templo de los blancos adinerados que era Studio 54 y que vivió su máximo apogeo a finales de los 70. Pocos lo recuerdan pero las fotografías son la prueba fehaciente de que un ya independiente Michael se paseaba por allí entre gente como Andy Warhol o Bianca Jagger. No participaba en las orgías bañadas en cocaína pero se dejaba deslumbrar por el colorido, los bailes y la música que pinchaban los diyeis. Acababa de mudarse a Nueva York para vivir en la gran ciudad junto a La Toya, la hermana con la que más cercanía sentía, y dejaba atrás a sus hermanos al menos en la producción musical.
Sin ellos se lanzó al cine, en donde soñaba con ser una estrella de Hollywood. Su obsesión por El Mago de Oz se vio colmada cuando Sidney Lumet lo llamó para encarnar a Espantapájaros en la adaptación de la película con un cásting únicamente conformado por actores de raza negra. Allí volvió a coincidir con Diana Ross, quien lo había amadrinado en sus comienzos musicales y juntos desarrollaron una historia que no alcanzó muy buenas críticas pero sí supuso todo un éxito de taquilla gracias a los visionados recurrentes de la comunidad afroamericana.
Junto a Jackie, Tito, Jermaine y Marlon había formado The Jackson 5. Eran una boyband al uso, la primera vez que la población adolescente negra de Estados Unidos podía sentirse identificada con algún producto musical. Años bajo el estricto control de su padre, Joe, habían hecho que la banda que tuvo unos años de popularidad como The Jacksons (problemas entre discográficas), alcanzara la perfección. Lejos de hacer gala de la timidez propia de los adolescentes los cinco fueron pioneros a la hora de lucir monos metalizados y zapatos de plataforma. Sus días se dedicaban por entero a los ensayos de las coreografías y las actuaciones en programas de televisión como Soul Train, donde provocaban el delirio cada vez que subían al escenario.
Una serie de televisión de dibujos animados y un contrato discográfico con la Motown, con la que ninguna otra banda tan joven había firmado, parecían impedimentos a la hora de crecer como artistas de los hermanos Jackson. Lo que en un principio parecía una bendición, compartir sello con The Supremes o crecer bajo el ala de Diana Ross, terminó en un lío de contratos y firmas que tardó en dejar volar libre al joven Michael. Mientras tanto el pequeño de la familia se entrevistaba con ídolos suyos como Fred Astaire y era admitido en un mundo de blancos en el que los afroamericanos no tenían lugar. No lo tuvieron hasta que llegó él y lo hicieron sus hermanos.
Un camino largo y lleno de paradas hasta llegar a ser el icono pop más importante de la historia del ser humano es lo que ha tenido que recorrer Michael Jackson. Un camino -nada sencillo- que abarcó tal popularidad que los referentes necesarios para no caer en los problemas que desembocarían en su muerte prematura en 2009 ni siquiera estaban definidos. El Viaje de Michael Jackson de la Motown a Off the Wall permite volver a ahondar en la época más brillante de Michael y a minimizar los efectos que una personalidad excéntrica y excesiva tuvo en su imagen pública en los últimos años de su vida. Desde Jacksonville, Indianápolis.
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