La vista gorda o la lección de Barnum
La corrupción no está mal vista. En España florece gracias a la tolerancia de las personas que rodean al corrupto y que le permiten, seguramente porque esperan que también ellas van a beneficiarse, hacer negocios turbios
En 1880 Phineas Taylor Barnum, famoso empresario y uno de los hombres más ricos de Estados Unidos, publicó un libro titulado El arte de conseguir dinero o las reglas de oro para hacerse rico. El libro es un curioso manual para hacer fortuna, concebido en la segunda mitad del siglo XIX, cuando Estados Unidos comenzaba esa expansión industrial y económica que muy pronto lo colocaría a la cabeza del mundo occidental.
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“En Estados Unidos, donde tenemos más tierra que población, para una persona con salud no es nada difícil hacer dinero”, sostiene Barnum en las primeras páginas de su libro, y después aporta un dato que ilustra aquella época en la que todo estaba por hacerse: “Hoy nueve de cada 10 ricos que hay en el país llegaron al mundo como niños pobres”.
P. T. Barnum tuvo varios negocios, pero el que lo hizo verdaderamente rico fue su famoso freak show, que se presentaba en un teatro de Manhattan, en Broadway con Ann Street, y en el que actuaban, o más bien se exhibían, todo tipo de criaturas contrahechas. Había enanos, albinos, macrocefálicos, mujeres hirsutas y elementos más dudosos como la Sirena Fiji, un monigote mitad mono mitad pescado, o la auténtica enfermera de George Washington, una señora de mucha edad, pero no tanta como los 150 años que el empresario le achacaba. Barnum era el paradigma de aquella época en la que todo estaba por hacerse y casi todo valía, incluso las chapuzas.
El poeta Walt Whitman, contemporáneo suyo, cuenta en uno de sus artículos de periódico de una mujer en Manhattan que, con una pistola en cada mano, defendía la tumba de su marido de un grupo de especuladores que pretendía levantar un edificio en el terreno que ocupaba el cementerio. Como contraparte de aquella expansión salvaje, aparecieron las voces de intelectuales y escritores que llamaban la atención sobre la velocidad con la que se modernizaba el país, con énfasis en todo lo que se iba aniquilando en ese camino hacia la modernidad.
En vez de aceptar lo que reparte el corrupto, el ciudadano debe evidenciar su falta de principios
Henry David Thoreau, por citar a uno de ellos, veía en ese progreso tumultuoso que sacudía al país una amenaza contra la especie y, para ponerse a salvo, se fue a vivir a una cabaña que construyó él mismo con los materiales que había en el bosque, cerca de un lago de nombre Walden, que acabó siendo el título del más hermoso de sus libros. Thoreau veía con desconfianza al tren, era un transporte que prescindía de la fuerza de los animales para ponerse en marcha y que se desplazaba con una rapidez que nada tenía que ver con la velocidad a escala humana.
P. T. Barnum, al contrario, abrazó la modernidad comprándose un tren, en el que subió a sus artistas y a sus freaks para recorrer un buen trozo del país presentando un espectáculo que se llamaba —y que ha sido el objeto de novelas y películas— The Greatest Show on Earth, es decir, El espectáculo más grande de la Tierra. De manera que Barnum tenía verdadera autoridad para escribir ese libro, en el que recomienda la serie de preceptos y de conductas que lo llevaron a él a ser un empresario exitoso.
Nos advierte, por ejemplo, que la información es imprescindible: “Aquel que no lee el periódico pronto encontrará a su negocio, y a sí mismo, fuera de juego”. Recomienda obviedades, como no gastar más de lo que se ingresa o no adquirir deudas; y advierte que, antes de tomar ninguna decisión financiera, hay que escribir en una hoja de papel dos columnas, una de gastos necesarios y otra de lujos, y vaticina que, con toda seguridad, la segunda columna será más larga que la primera.
Vivimos en un país que carece de recursos morales para condenar a los defraudadores
Buena parte de este manual está dedicada a la disciplina y a la conducta que debe observar quien esté interesado en hacer fortuna, nos dice que él fumaba alrededor de 15 puros cada día, pero que hace tiempo que ha dejado ese vicio pernicioso porque el efecto del tabaco le impedía pensar con claridad, y en los mismos términos se expresa de las bebidas alcohólicas y del opio, que también obnubilan e impiden gestionar la fortuna con sensatez. Se lanza con especial saña contra los que mastican tabaco, porque escupir todo el tiempo, la saliva oscura y espesa que produce la hoja, le parece una conducta que interfiere necesariamente con los negocios, pues es propia de gente sin control ni disciplina.
Aquí estamos, como puede verse, en la zona de estricta moral, en el territorio calvinista en el que P. T. Barnum asocia el éxito con la rectitud y el buen comportamiento. Nos dice, para apuntalar su idea de que la gente gasta la mayoría de su dinero en cosas superfluas: “Son los ojos de los otros y no los nuestros los que nos arruinan. Si todo el mundo fuera ciego menos yo, no me tendría que preocupar por las ropas finas ni por los muebles”.
Y más adelante esgrime otra idea que, me parece, funciona perfectamente para traerla hasta el siglo XXI, no tanto por lo que dice, como por lo que la idea sugiere, leída desde España: “Ningún hombre puede ser deshonesto, sin ser puesto rápidamente en evidencia, y en cuanto se descubre su falta de principios, se le cierran para siempre casi todos los caminos hacia el éxito”. El hombre deshonesto es siempre desenmascarado por la gente honesta, viene a decirnos Barnum, o dicho de otra forma, el corrupto existe, y opera, en función de que nadie lo descubra, o bien cuando su entorno tolera sus corruptelas.
Trayendo la reflexión de Barnum a nuestro terreno, tenemos que aquí la corrupción florece gracias a la tolerancia de las personas que rodean al corrupto y que le permiten, seguramente porque también ellas van a beneficiarse, hacer negocios turbios. Si en lugar de aceptar lo que reparte el corrupto se evidenciara, como decía Barnum, “su falta de principios”, el corrupto tendría menos posibilidades de salirse con la suya.
Esa corrupción gaseosa que inunda últimamente los periódicos y los noticiarios se debe, ni más ni menos, a que vivimos en un país que no solo tolera a los corruptos, también carece de los resortes morales para condenarlos; la corrupción en España, y en el mundo hispano en general, no está mal vista, de hecho goza de cierto prestigio, de otra forma no se explica cómo hoy la mayoría de los ciudadanos votaría por un partido que está hundido en la corrupción.
“Los ojos de los otros son los que nos arruinan”, decía P. T. Barnum, y lo mismo podríamos decir aquí, pero con el siguiente añadido: nos arruinan porque se hacen de la vista gorda.
Jordi Soler es escritor.
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