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El enfoque cultural en la lucha contra el ébola

El caso del entierro de una embarazada muestra que se puede llegar a controlar la epidemia asociando medidas empáticas a las drásticas normas epidemiológicas

Un trabajador de MSF sostiene a una niña en el centro de tratamiento de ébola de Conakry.
Un trabajador de MSF sostiene a una niña en el centro de tratamiento de ébola de Conakry.SAMUEL ARANDA

Guinea-Conakry, julio de 2014. En el departamento de Gueckedou, en la región conocida como Guinea Forestal, en plena epidemia de ébola, una mujer del grupo étnico Kissi, embarazada de 10 meses muere en el hospital departamental con diagnóstico de “caso altamente probable de ébola”.

El equilibrio roto por la muerte debe ser reparado culturalmente mediante ritos funerarios que faciliten el viaje y renacimiento del muerto en el mundo de los antepasados. Pero el fallecimiento de una embarazada, dos cuerpos en uno solo, plantea una compleja situación de dualidad que eleva la angustia social. La difunta estaría condenada durante toda su nueva vida en el otro mundo a “cargar” con un “no nacido social” si no se le practica una cesárea “liberadora”. No hacerlo, además, constituye una ofensa a los dioses y a los antepasados y, por consiguiente, una amenaza para los vivos. Futuras generaciones de mujeres emparentadas con la difunta serían condenadas a morir durante el embarazo.

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Nada más darse a conocer la noticia de la muerte de la embarazada, las mujeres menopáusicas de los tres pueblos emparentados con la difunta se echan a correr por las calles lanzando gritos parecidos a los de los chimpancés heridos. Todas las mujeres en edad fértil deben irse de sus casas y alejarse de la maldición, y no pueden regresar hasta la celebración de los funerales tradicionales. El viudo y su familia reciben amenazas de expulsión de la comunidad si no reparan la situación.

La decisión de la familia de llevarse el cuerpo para practicar una cesárea tradicional y funerales comunitarios como manda la tradición en este tipo de casos se encontró con la firme oposición de los médicos, que advertían un alto riesgo de contagio. Por la misma razón, tampoco se practicaría una cesárea hospitalaria. Lo más conveniente era el entierro de la mujer con el feto dentro.

La crisis generada por este enfrentamiento de lógicas (la sanitaria-racionalista y la local-religiosa) pudo resolverse gracias a mi urgente investigación-acción socio-antropológica, poniendo en evidencia el significado profundo de la muerte de una mujer embarazada. Esta intervención, convenciendo primero a la comunidad para que aceptara un entierro sin cesárea, y después a la Organización Mundial de la Salud para que financiara los gastos funerarios, permitió la organización del Wolile, el ritual reparador de la ofensa.

El mayor desafío para los médicos suele ser su
poca preparación para entender los factores culturales asociados a la enfermedad y a la muerte

El ritual se celebró al séptimo día de fallecer la mujer e implicó, día y noche, a todos los pueblos emparentados con la difunta, a las autoridades administrativas y dignatarios locales, a mi misma y a mi equipo. Las mujeres en edad fértil regresaron a sus casas. Se repartió la carne cocida de la cabra sacrificada, la cola tradicional, sal, arroz, y aceite de palma. El oficiante limpió de la maldición a toda la asamblea echando en los pies de cada cual una decocción de plantas medicinales conocidas por sus virtudes apaciguadoras.

La intervención construyó puentes de diálogo intercultural, permitiendo así demostrar tanto a la comunidad como a los médicos que se podía llegar a controlar la epidemia asociando medidas empáticas a las drásticas normas epidemiológicas. Mostrando sensibilidad frente al sufrimiento, a la incertidumbre, a la enfermedad, al miedo y a la muerte, el ritual contribuyó además a resolver los conflictos generados por la crisis de confianza —el mayor desafío para los médicos suele ser su poca preparación para entender los factores culturales asociados a la enfermedad y a la muerte, lo que genera en muchos casos resistencia y violencia social— entre la comunidad y los actores externos (nacionales e internacionales) y contribuyó a la fuerte implicación de estas comunidades en la lucha contra la enfermedad.

El último caso controlado positivo de ébola en el departamento de Gueckedou se registró en diciembre de 2014. Y no se registró ningún otro caso hasta la declaración de fin de la epidemia por la Organización Mundial de la Salud el 29 de diciembre de 2015.

A pesar de que otros ejemplos de intervenciones culturalmente orientadas consiguieron resultados positivos y de la importancia demostrada de este enfoque en la lucha contra el ébola, la mayor parte de los agentes de cooperación internacionales sigue sin incorporarlo de hecho en sus estrategias globales, tanto humanitarias como de desarrollo, limitándose en muchos casos a una mención rutinaria.

Julienne Anoko es socioantropóloga, responsable de programas en el departamento de Comunicación para el Desarrollo de Unicef en Guinea-Conakry.

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