Una captura de película
La caída de El Chapo no cierra los desafíos pendientes de la justicia mexicana
La tercera captura de Joaquín El Chapo Guzmán —el mayor narcotraficante del mundo— a los seis meses de su segunda fuga de la cárcel es una buena noticia. Repara el escarnio sufrido por el Gobierno y las instituciones y fuerzas de seguridad mexicanas tras su espectacular evasión de la prisión de máxima seguridad de El Altiplano, pero vuelve a sembrar de dudas la actuación de las autoridades. Para empezar, la pista que lleva a su detención no solo ha sido la megalomanía de un capo que quiere verse retratado como una suerte de Robin Hood en una película, sino el hecho de que una estrella de Hollywood estuvo durante siete horas con el hombre más buscado de México.
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La entrevista de Sean Penn con El Chapo deja en mal lugar a las fuerzas de seguridad mexicanas y da pie a toda clase de preguntas sin respuesta sobre las complicidades mexicanas y sobre todo estadounidenses para que se pudiera producir ese encuentro, mientras su captura era una prioridad nacional para México. Tampoco está de más recordar que el delincuente ahora detenido no es un bandido generoso sino un criminal extremadamente cruel.
El Chapo ha vuelto de nuevo a la prisión de la que se escapó y ahora comienza un largo e incierto proceso de extradición a EE UU, donde también tiene cuentas pendientes con la justicia. A las complejidades legales del caso se sumará el dilema nacional de entregar al vecino del norte a un delincuente del que las autoridades mexicanas deben extraer mucha información sobre el crimen organizado en su país.
“Misión cumplida”, escribió el presidente Enrique Peña Nieto en su cuenta de Twitter tras la captura. Una frase demasiado optimista: la violencia y la impunidad siguen presentes en México, está pendiente la identificación y castigo de quienes permitieron su segunda fuga y aún no se ha dado respuesta por los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, y por otras tantas y tantas víctimas del narcotráfico.
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