Culo
Porque el día de mañana —ha sucedido— ese mismo reduccionismo barato podría decir: “Todos los ciudadanos son peor que las ratas”. Y entonces sí que estaríamos en problemas
Esta columna iba a titularse Periodistas malos, pero no se titula así por dos motivos: el menos importante, porque no entra; el más importante, porque la palabra “culo” convoca mejor. Por lo demás, esta columna no va de culos, sino de periodistas. Empezando por mí. Haciendo lo que he hecho he cometido un acto despreciable: poner un título con el único propósito de llamar la atención. ¿Eso transforma a todos mis colegas en seres despreciables? No. Eso sólo me transforma en despreciable a mí. En los últimos años nuestro oficio es blanco de acusaciones: se dice que todos los periodistas somos cerdos mentirosos, deshonestos y corruptos. Ese discurso, promovido desde el poder político, baja como agua santa hasta los ciudadanos, que han decidido consumirlo cual verdad revelada (como antes habían consumido, supongo, el discurso periodístico, hasta que el santo patrono gobernante bajó desde su monte a iluminarlos). Después le dan el Nobel a una colega y todo el mundo se queda un poco cortado. Pero no importa. Sólo quiero decir que me da impresión que aceptemos que, en efecto, los periodistas somos peor que las ratas. Podría esgrimir el argumento consabido: vivo en una parte del mundo donde hubo —y hay— personas perseguidas y arrancadas de la superficie de la tierra sólo por ejercer este trabajo. Pero rechazo con furia la idea de que los periodistas tengamos que ser mártires de alguna cosa para demostrarnos probos. Sólo quisiera decir que el reduccionismo barato —que tanto es capaz de sostener “todos los periodistas son peor que las ratas” como “todos los políticos son peor que las ratas”— es puro cotillón de demagogia. Y que, antes o después, termina por ser peligroso. Porque el día de mañana —ha sucedido— ese mismo reduccionismo barato podría decir: “Todos los ciudadanos son peor que las ratas”. Y entonces sí que estaríamos en problemas.
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