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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Pese a todo, Bienal de Bamako

José Naranjo

Daouda Coulibaly en la esquina de Bamako Coura donde tiene su estudio fotográfico. / J.N.

En una esquina muy transitada de Bamako Coura, uno de los barrios más antiguos de la ciudad, una treintena de fotos se asoma a la calle. Jóvenes sonrientes, habitantes de otros tiempos, congelados para siempre en un instante de alegría. Los vecinos del presente transitan por delante y se detienen a mirar, encuentran allí al hombre que emigró y hoy vive en Francia, a la señora que murió, al niño que ya no existe. No muy lejos de allí, en el Museo Nacional, las imágenes de artistas venidos de todos los rincones de África desbaratan nuestra imagen del mundo y nos ofrecen su particular mirada sobre el paso del tiempo. Pese al ruido cercano de los kalashnikov y a la locura terrorista que no se detiene, la Bienal de Fotografía de Bamako ha vuelto y mantiene sus puertas abiertas para mostrar, una vez más, la pujante vitalidad de la creatividad africana. Ningún terror podrá jamás con ella.

En 2013, las armas crepitaban en Malí. La ocupación del norte del país por grupos rebeldes y yihadistas provocó una caída al abismo del Estado y forzó la intervención militar francesa. Por primera vez en su historia desde que viera la luz en 1994, la Bienal de Bamako, el encuentro de fotografía más importante del continente, se veía obligada a cerrar sus puertas. No estaban los tiempos para florituras. De eso hace ya dos años y muchas cosas pasaron desde entonces. Hoy, la gran cita de la fotografía africana ha vuelto a ocupar el lugar que merece. “Cuando lanzamos la idea de volver a celebrar la Bienal recibimos más de 800 peticiones para participar”, asegura Samuel Sidibé, delegado general de estos Encuentros de Bamako, “este es el evento que todos los fotógrafos estaban esperando. En algún momento pensé que el discurso dominante sobre los problemas de seguridad en Malí iba a retraer a la gente, pero nada de eso. Fue algo increíble”.

Inch'Allah, de Aboubacar Traoré, un grito contra el extremismo religioso.

Inaugurada el pasado 31 de octubre, la décima edición de la Bienal se articula en torno al tiempo. Bajo el lema Telling Time, la comisaria Bisi Silva propone a 39 artistas africanos que se pregunten sobre la fugacidad de la vida, el pasado, el presente y el futuro, imágenes que se exponen en el Museo Nacional. Allí se pueden ver las sorprendentes reflexiones sobre el Ébola de Bakary Emmanuel Daou, la atrevida propuesta sobre el radicalismo religioso de Aboubacar Traoré, el relato de la actualidad de su país del burkinés Hippolyte Sama o las fotos del baúl de los recuerdos del senegalés Ibrahima Thiam, entre otras muchas. Asimismo, una decena de exposiciones monográficas y temáticas se reparten por otros espacios, como el Instituto Francés, el Museo del Distrito o el Memorial Modibo Keita.

Fotografía de Bakary Emmanuel Daou de su serie Le Temps Ebola.

“Cuando nació en 1994 impulsada por el Gobierno y el Instituto Francés, la ambición era reconocer el trabajo de grandes fotógrafos malienses como Malick Sidibé o Seydou Keita, darle visibilidad, pero al mismo tiempo crear un gran evento continental, dar la posibilidad a los fotógrafos africanos y de la diáspora de poder presentar su trabajo, darlo a conocer, abrir la fotografía africana al mundo”. Samuel Sidibé explica que hace veinte años era muy difícil que un artista africano fuera reconocido más allá del continente, algo que, asegura, la Bienal ha contribuido a romper. “Hemos jugado un rol, ahora vemos a muchos en museos, galerías y exposiciones por todo el mundo, creo que eso lo ha desencadenado Bamako en buena medida, al igual que el auge de muchos pequeños festivales de fotografía por todo el continente”.

Sin embargo, hay un problema. Aunque se trata de una prestigiosa cita internacional, los Encuentros de Bamako no parecen despertar un gran interés entre los propios malienses. Para tratar de combatir esta apatía del público local, que tiene que ver, según Sidibé, con la falta de una cultura de asistir a exposiciones, la Bienal cuenta con dos iniciativas: una denominada 100 escuelas, 10.000 estudiantes, por la cual una veintena de fotógrafos locales impartirán talleres en los colegios en un intento de crear una masa crítica que sienta atracción por este evento; y una segunda iniciativa que comienza este año, denominada Studio Mali, en la que se ha propuesto a ocho estudios de fotografía de Bamako repartidos por diferentes barrios que saquen a la calle sus viejas fotografías en las que los bamakoises pueden encontrarse a ellos mismos, a sus parientes, a sus conocidos. Algo así como “si la gente no va a la Bienal, que la Bienal vaya a la gente”.

Fotografías antiguas de Malick Sidibé expuestas en su propio estudio de Bamako. / J.N.

En uno de esos viejos estudios el tiempo se ha detenido. Bagadadji es uno de los barrios más antiguos de Bamako. En la esquina de una de sus principales calles un mosaico de cuadros negros y blancos llama la atención del visitante. Allí, en este rincón de Bamako, se guarda un tesoro. El estudio de Malick Sidibé, uno de los más grandes fotógrafos malienses que jamás han existido, se viste de gala también durante la Bienal y saca al exterior las fotos y las vidas de aquellos que un día se sentaron delante de su objetivo. Desde que abrió su estudio en 1960, el infatigable Malick, quien ahora a sus ochenta años y enfermo ya casi no sale de casa, plasmó como pocos el entusiasmo de varias generaciones que salían a bailar o a celebrar una boda vestidos con sus mejores ropas y que antes pasaban por su estudio para inmortalizarse.

Karim, frente al estudio de su padre Malick Sidibé en Bagadadji, Bamako. / J.N.

En las estanterías polvorientas reposan todas las viejas cámaras de Malick, pero otro tesoro se esconde en los cajones. “Aquí están los negativos de las fotos de mi padre”, segura Karim Sidibé, uno de sus siete hijos, “viene gente de Guinea, de América, de Francia a buscar las fotos de sus padres o de ellos mismos cuando eran jóvenes”. Algunos estás identificados con nombres y apellidos, otros por el año en que se hicieron. Era sistemático Malick Sidibé. La pasión que despierta este pilar de la historia de la fotografía africana es tal que Karim ha tenido que retirar de la calle y exponer en el interior las fotos que participan en esta iniciativa de la Bienal porque ya se han producido algunos robos. Todos quieren tener una imagen suya.

No muy lejos de allí, en Missira, Mamadou Diallo muestra con orgullo sus imágenes, estas sí expuestas en paneles en la calle. Abierto en 1997, Studio Photo Plus se enfrenta como puede a los nuevos tiempos. “Tuve años muy buenos, pero ahora no. Todo el mundo tiene cámaras o teléfonos móviles y el ritmo que teníamos antes ya no lo tenemos. Me gano la vida, pero con enorme dificultad”, explica. En sus fotos, jóvenes con transistores o incluso subidos en su motocicleta dentro del estudio. “Les gustaba salir con su bien más preciado”, asegura Diallo. A los malienses siempre les gustó ser fotografiados. “Todas las familias guardan sus álbumes en los que tienen imágenes de matrimonios, fiestas y eventos sociales. Ahora los estudios están en crisis, todo ha cambiado con las nuevas tecnologías”, añade Amadou Sow, coordinador del proyecto Studio Mali.

Mamadou Diallo en la puerta de su estudio en el barrio de Missira, Bamako. / J.N.

También resistiendo las embestidas de la irrupción de cámaras en teléfonos móviles y otros dispositivos, Daouda Coulibaly mantiene su estudio en la confluencia de la Avenida Mamadou Konaté y la calle El Hadj Ousmane Bagayoko, en el barrio de Bamako Coura. “Con los réditos que me daba este estudio, abierto en 1976, me casé y pude construir mi casa. Me invitaban a muchas fiestas y celebraciones y yo tomaba fotos a todo el mundo. Hoy el panorama es diferente, apenas vienen seis o siete personas al día, con suerte, para hacerse una foto carné. Y apenas me invitan a nada”. Por esta esquina pasan a diario cientos de personas, muchos se paran a ver las 35 fotos que el propio Coulibaly ha seleccionado para mostrar su trabajo en el exterior. “Se reconocen, es divertido ver su reacción”, asegura.

En estos días que Bamako protagoniza las portadas de los periódicos por el fanatismo y el terror de unos pocos no se me ocurre mejor acto de resistencia y coraje que el de esta Bienal que saca a los barrios y a la calle toda la alegría de vivir de los habitantes de esta ciudad, los de ayer y los de hoy. Frente a quienes niegan el derecho a escuchar música, obligan a las mujeres a taparse el rostro o rechazan la representación de la figura humana, Bamako recupera y mantiene su Bienal, tanto la de los museos y exposiciones con lo mejorcito de la fotografía africana como la de la calle y los niños, la de las mujeres que venden verdura en los mercados y los hombres que, pese a todo, se esfuerzan cada día por llevar algo a sus casas. No se dejen engañar por los titulares. En Bamako la vida sigue.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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