Nihilismo
Para Isaiah Berlin, lo que distingue al civilizado del bárbaro es que está dispuesto a sacrificarse por valores en los que no cree del todo
El sábado pre-electoral tras el 11-M volvía por la noche de cenar con una amiga cuando, al pasar cerca de Génova, me rodearon un grupo de histéricos vociferantes. Uno me espetó: “¡Vais a hacer que nos maten a todos!”. Supongo que se refería a la brega contra ETA y las manifestaciones de Basta Ya. Nada teníamos que ver con aquellos atentados, ni tampoco ETA, pero al parecer consideraba que todos los enemigos del terrorismo azuzan el avispero y son culpables de las letales picaduras. Ahora también hay entre nosotros quienes equiparan los bombardeos franceses contra las bases de EI con los atentados de París. Vaya, los bombardeos de por sí no tienen muchos aficionados, salvo José de Espronceda, que era romántico: “Me gusta ver la bomba / caer mansa del cielo...”. Preferimos la paz, que cuenta ahora con un Consejo impulsado por Podemos para sumar al proceso de paz a la salsa Bildu de Euskadi. ¿Cuál es el contenido de esa “paz” sin vencedores ni vencidos cuyo conjuro debe disuadir mejor que las armas a los cortadores de cabezas sarracenos? Se parece mucho a la nada radiante de los teólogos negativos. André Glucksmann se equivocó empeñándose en considerar nihilistas a los terroristas de la yihad contra Occidente. No, el peligro nihilista de la autodestrucción asumida se plantea al revés. No son nihilistas los que predican los valores de la muerte, sino los que no defienden los valores de la vida. No son nihilistas los que creen en la plétora de sentido del Otro Mundo, sino quienes se han aburrido de esforzarse por el sentido relativo y frágil de éste en el que vivimos. Para Isaiah Berlin, lo que distingue al civilizado del bárbaro es que está dispuesto a sacrificarse por valores en los que no cree del todo.
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