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Teatro que salva vidas

La compañía Alpha Chapó contribuye a combatir la malnutrición en el sur de Mauritania tratando de provocar cambios en el comportamiento de la población

José Naranjo
Mahmoud Hote interpreta una canción de sensibilización en Borujji delante de prácticamente todo el pueblo.
Mahmoud Hote interpreta una canción de sensibilización en Borujji delante de prácticamente todo el pueblo.Sylvain Cherkaoui (ECHO)

Demba Gangue sale de una humilde casa de barro apoyado en un bastón y lanzando improperios en soninké, la lengua local. Afuera, sentada sobre una alfombra en el suelo con un muñeco en los brazos, le espera Fatoumatou Alissi. El sol golpea con fuerza, pero nadie en Borujji se quiere perder el espectáculo y decenas de personas rodean la escena, que transcurre en el corazón de este pueblo del sur de Mauritania. Mezclando el humor y la pedagogía, Demba y Fatoumatou se trenzan en una conversación sobre la higiene y la alimentación correcta del supuesto bebé entre risas y aplausos de su entusiasta público. Ambos son actores del grupo Alpha Chapó y su objetivo es modificar malos hábitos de la población para luchar contra la mortalidad infantil y la malnutrición, que aquí, como en casi todo el Sahel, golpea con fuerza. Porque salvar la vida de estos niños no es sólo darles de comer, sino también cambiar comportamientos.

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Estamos en la región mauritana de Guidimakha, no lejos de las fronteras de Senegal y Malí, donde las tasas de mortalidad materno-infantil y malnutrición son las más elevadas del país. Aquí, la pobreza salta a la vista. El ganado y sobre todo el cultivo de cereales como el mijo o el sorgo, tan dependientes de la lluvia, son su principal sustento. Sin embargo, la disminución de precipitaciones anuales y el avance imparable del desierto hacen que la supervivencia se convierte en un reto diario. Las verduras y sobre todo la fruta, la carne o el pescado son un lujo que solo está al alcance de una minoría, especialmente cuando la última cosecha ya ha sido vendida y sus beneficios consumidos.

El verano, sin embargo, es época de tormentas y de lluvias esporádicas e irregulares. Grupos de pastores aprovechan el agua caída en las últimas semanas para conducir a los enormes rebaños de camellos, cabras y famélicas vacas en busca de las mejores zonas para pastar. A esta tierra casi siempre árida y polvorienta le ha crecido un manto verde y pequeñas lagunas florecen aquí y allá. Hay que aprovechar. Dentro de poco, todo volverá a estar seco otra vez. La contrapartida de esta estación de lluvias es que muchas aldeas quedan literalmente aisladas.

Las verduras y sobre todo la fruta, la carne o el pescado son un lujo que solo está al alcance de una minoría  

Un ejemplo es el pueblo de Dafort. Para llegar hasta aquí hay que sortear zonas totalmente inundadas a través de pistas de tierra. En el puesto de salud, Hassina Mint Vall aguarda pacientemente a que los médicos observen a su hija, la pequeña Rabia Mint Ahmedouna, de un año. Hassina no debe tener más de treinta, ella misma no sabe su edad, pero Rabia es ya su séptimo hijo. Viven a unos 10 kilómetros del puesto de salud, un largo camino que esta madre cargada con su bebé debe hacer a pie o, con suerte, en carreta; no tiene otra opción. “Desde el Ramadán la niña ha estado con diarreas y fiebre y perdiendo peso, así que decidí traerla. Ahora vengo cada siete días a recibir la ración semanal de suplemento nutricional”, asegura. No es la primera vez. El año pasado por estas fechas, Hassina también tuvo que traer a otro de sus pequeños malnutridos.

A su lado, la joven matrona Labouda Fofana asiente con la cabeza. “Este es un caso típico. Las jóvenes madres ayunan durante la época de Ramadán y o bien pierden la leche o esta es de mala calidad debido al ayuno, lo que repercute en la salud de sus hijos lactantes”, explica. Al menos Hassina ha decidido traer a Rabia al puesto de salud, otros niños tienen menos suerte: las largas distancias, la creencia de que un curandero puede ayudar a su bebé, la vergüenza de admitir la malnutrición, que se percibe no como una enfermedad sino como una maldición, o el hecho de tener a su cargo a cuatro o cinco niños a la vez a los que no pueden dejar solos durante mucho tiempo, disuaden a las madres de llevarles a un centro sanitario donde va a recibir la atención correcta.

Haby Diallo, de 28 años, da un suplemento nutricional a su hija, Mariama Ba, en el centro de salud de Ould M’Bonny.
Haby Diallo, de 28 años, da un suplemento nutricional a su hija, Mariama Ba, en el centro de salud de Ould M’Bonny.Sylvain Cherkaoui (ECHO)

“La pobreza y la falta de agua, la escasez en general, es un problema. Enorme”, añade Fofana, “pero no es el único. Muchas cosas tienen que cambiar. Aquí la mujer sólo tiene obligaciones, lleva todo el peso de la familia. Y encima la planificación familiar casi no existe y se casan a los 15 o 16 años. Normal que estén cargadas de hijos”. Waïga Bouyagui, director del puesto de salud, confirma las palabras de la matrona. “Es necesario un cambio de comportamiento. A menudo los niños caen enfermos por falta de información sobre cómo deben alimentar a sus hijos, aquí vienen malnutridos de familias de todo tipo, incluso de aquellas que tienen ciertos recursos económicos”. El puesto de salud es el primer paso para el niño malnutrido. Si tiene problemas añadidos que complican su salud, como paludismo o diarreas, o no responde al test de apetito, es trasladado a Selibaby, la capital comunal.

Desde hace seis años, la sección española de Acción contra el Hambre (ACH) está presente en esta región de Guidimakha, que tiene casi 300.000 habitantes y es una de las más pobres y castigadas de Mauritania, donde despliega diferentes intervenciones, apoyando a las 52 estructuras públicas de salud, que incluyen un solo hospital. ACH ha puesto en marcha un proyecto de clínicas móviles para combatir el aislamiento de una cuarentena de pueblos, reparten dinero y harina en los periodos entre cosechas en los que el hambre aprieta, forman y reclutan personal sanitario, construyen pozos, refuerzan el trabajo en los centros de recuperación nutricional y financian actividades de sensibilización, como emisiones de radio basadas en textos del Corán o el teatro de Alpha Chapó. Buena parte de este trabajo se lleva a cabo gracias al sostén económico de la Oficina Humanitaria de la Comisión Europea (ECHO).

Pese a que el esfuerzo realizado por los distintos actores internacionales es grande y que gracias a ellos se ha logrado salvar la vida de miles de niños, el problema está lejos de desaparecer. Ya no estamos hablando de hambrunas puntuales, sino de una situación de “emergencia crónica”, valga la contradicción, que dura ya más de diez años. En la actualidad, la tasa de malnutrición aguda es del 22,4% y la de malnutrición aguda severa, aquella en la que la vida del niño está realmente comprometida, es del 2,9%, lo que supera en casi un punto el baremo considerado de urgencia. Por eso, tanto ECHO como las ONG que trabajan en el terreno son cada vez más conscientes de que la intervención de urgencia debe combinarse con una labor más a medio y largo plazo para tratar de cortar el ciclo perverso de la malnutrición. Trabajar en la resiliencia, en la capacidad de adaptación de la población. Y ello pasa, sin duda, por la sensibilización orientada a cambiar ciertos hábitos.

La vergüenza de admitir la malnutrición, percibida como una maldición y no como enfermedad, es uno de los motivos por los que las madres no llevan a sus hijos al médico

La troupe de Alpha Chapó llega al pueblo de Samba Kandji. Una vez más es Mahmoud Hote quien rompe el fuego y, con la música a todo volumen gracias a unos altavoces conectados a un generador, empieza a cantar. Los mensajes son de todo tipo y están relacionados con la higiene (por ejemplo la importancia de lavarse las manos para manipular alimentos o comer), los derechos de la mujer y los niños o la mutilación genital femenina, una práctica en retroceso pero que entre determinadas etnias se sigue realizando. Y, por supuesto, la necesidad de combatir la malnutrición, que pasa por prácticas como la introducción de alimentos variados en la dieta del niño en el momento adecuado, el reconocimiento y la aceptación de la enfermedad cuando aparece, acudir al centro de salud a los primeros síntomas y seguir el tratamiento de recuperación como es debido. Hábitos que pueden parecer sencillos desde una perspectiva occidental pero que en un contexto duro y de escasez como es el Sahel, donde el analfabetismo sobre todo femenino puede alcanzar el 80%, se convierten en un enemigo de empaque.

“Sobre todo en los pueblos las jóvenes madres no tienen acceso a mucha información, se aferran a sus tradiciones, a lo que han visto hacer a sus madres y vecinas, y esto no siempre es bueno para los niños”, asegura Dembele Amadou Samba, profesor de Filosofía en Selibaby y auténtico alma mater del grupo Alpha Chapó. “El teatro es una vía potente para llegar a las comunidades, muy conectada con nuestra cultura y nuestra tradición oral. Además, lo hacemos todo en lengua local porque entendemos que hay que promocionarlas, y la gente por aquí no tiene muchas distracciones, así que educamos a la vez que entretenemos”, añade. A su juicio, la clave es la continuidad y que sean los propios mauritanos quienes transmitan el mensaje. “De nada vale que vengan los extranjeros, traten de convencernos de cómo hacer las cosas y luego se vayan por donde han venido. Nosotros vivimos aquí, conocemos el problema y trabajamos en el cambio de comportamiento desde hace años. Nos creen porque no nos vamos a ningún lado, somos parte de la comunidad”.

Familia soninké en el pueblo de Samba Kandji (sur de Mauritania), donde muchos de los varones emigran hacia Europa en busca de una vida mejor.
Familia soninké en el pueblo de Samba Kandji (sur de Mauritania), donde muchos de los varones emigran hacia Europa en busca de una vida mejor.Sylvain Cherkaoui (ECHO)

En Selibaby, el doctor Diallo trabaja en el centro de recuperación nutricional (CRENAS). “La pobreza y la ignorancia van de la mano. La malnutrición infantil es un problema multifactorial que tiene que ver con las condiciones socioeconómicas de las familias. Hay niños que prácticamente sólo son alimentados con leche hasta los dos años”, asegura. Siré Diallo tiene menos de veinte años y está en el centro con su hija Salimata, de dos. “Desde que nació está débil, pero en los últimos meses se ha puesto peor. Vengo con ella en carreta dos veces a la semana, le gusta mucho el chocolate”, en referencia a su dosis de suplemento nutricional o Pumply’nut. Sin embargo, en su último viaje a Selibaby vino también con el pequeño Adama, de sólo tres meses. Sus dos últimos hijos están malnutridos, pero gracias al apoyo extra que reciben en el CRENAS tendrán una oportunidad.

Mientras tanto, la obra de teatro prosigue en la localidad de Samba Kandji. El actor aficionado Osseynou Mamadou Coulibaly interpreta el papel de una persona con problemas mentales que, sin embargo, actúa de manera correcta y fuerza el cambio en los demás: se lava las manos antes de comer, alimenta al bebé con una dieta más variada y se preocupa por su pérdida de peso, convenciendo a la madre de que lo lleve al puesto de salud. Los niños ríen a rabiar con sus expresiones y sus andares, pero el mensaje va calando. El grupo Alpha Chapó está integrado por jóvenes de Selibaby, capital regional donde la oferta de ocio no existe mucho más allá de jugar al fútbol en cualquier campo improvisado, algún concierto muy de vez en cuando o tomar el té o una bebida fresca al abrigo del sofocante calor. “Muchos de los jóvenes de esta zona deciden partir, hacia España, hacia Francia o donde sea, porque aquí la vida es durísima. Nosotros decidimos quedarnos y tratar de cambiar las cosas”, remata Demba Gangue.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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