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MIRADOR
Columna
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Otro camino

El resultado de las elecciones catalanas será sometido a una segunda vuelta dos meses después, en las nacionales

David Trueba

Ha sido muy complicado durante los años pasados explicar con claridad que el concepto del “derecho a decidir” era una trampa dialéctica. Pero finalmente, llegados a las elecciones al Parlamento catalán la verdad se ha impuesto por su propio peso. Hartos de gestos y demostraciones de popularidad, todo el mundo espera las elecciones catalanas del 27 de septiembre, porque tras largos años de ambigüedades calculadas los votantes expresarán sus preferencias en torno a la independencia a través de las candidaturas. Es grosero que el Gobierno trate de aprobar una reforma de ley a toda prisa, y que además la presente su candidato al Parlament, Xavier Albiol, confundiendo de nuevo Gobierno y partido para perjuicio del país. La mera elección de ese candidato de perfil duro para arañar el caladero de votos de Ciudadanos ya era una declaración transparente de que la confrontación es la única respuesta estatal. Al otro lado, Artur Mas ha logrado una candidatura unitaria con quienes presentaban querellas contra su partido por corrupción, algo que compromete el futuro político de los líderes de Esquerra y dificultará formar Gobierno tras las elecciones.

Corremos el peligro de no apreciar la potencia de la democracia, cegados como estamos por la gravedad del envite. Seríamos estúpidos si nos dejáramos llevar por el esfuerzo denodado de los partidos por convertir las elecciones en un estado emocional. Las campañas electorales procuran eliminar la razón, desterrar la inteligencia y el análisis del acto de votar. Ante tanta democracia vociferada, convendría serenarse y dejar hablar a las urnas con libertad. Las elecciones son una oportunidad para mandar a su jaula a todas las fieras sueltas. Porque ofrecerán un evidente resultado contable y si el independentismo supera el 55% de los votos, los españoles tendrán que inventar un espacio para preguntar de manera directa a los catalanes por su preferencia de modelo de Estado. De ser contrario el resultado, los independentistas recibirían un mensaje claro de que su aspiración carece del apoyo mínimo exigible para plantear un referéndum de tal calibre.

No hay que olvidar que el resultado de las elecciones catalanas, más allá del deseo de unos y otros de que sean plebiscitarias solo si gana su opción, será sometido a una segunda vuelta dos meses después, en las elecciones nacionales. Frente a quienes ofrecen dos callejones sin salida contrapuestos el uno al otro, enfrentando dos modelos erróneos de gestión democrática en el propio interés, no queda otra que aceptar que el camino correcto es el que marcan los resultados electorales, nos gusten o no.

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