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Tribuna
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Espasmos financieros

La economía no se ha normalizado. Los bancos centrales deben evitar medidas precipitadas

Emilio Ontiveros

Tendremos que esperar a que los dos banqueros centrales más importantes del mundo den su versión de lo ocurrido las dos últimas semanas en los mercados financieros y, lo que es más relevante, podamos deducir cuál será la reacción de sus políticas monetarias. Ni Janet Yellen ni Mario Draghi han acudido al cónclave bancario que cada año tiene lugar en Jackson Hole, Wyoming. De ese encuentro suelen deducirse claves en el comportamiento de esas instituciones en las que se confía para domeñar los episodios de inestabilidad financiera, intrínsecos al sistema económico. Recordemos que en la reunión del año pasado el presidente del BCE anunció su disposición a intervenir de forma activa con el fin de frenar las amenazas deflacionistas y revertir los efectos dañinos de las políticas de austeridad a ultranza que se habían estado practicando en la eurozona desde 2010.

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Se supone que los bancos centrales no han de orientar sus decisiones de política monetaria atendiendo al comportamiento de los mercados financieros, en menor medida al de los más espasmódicos mercados de acciones. Pero lo ocurrido a partir del 11 de agosto puede significar algo más que una corrección bursátil al uso. Que el epicentro de esa convulsión haya estado localizado en la economía china, la segunda más importante del mundo y la más difícil de escrutar, justifica esa expectación.

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Las devaluaciones en el tipo de cambio del yuan acentuaron la inquietud acerca de la capacidad de las autoridades chinas para evitar un descenso del crecimiento por debajo del actual, históricamente reducido, inferior al 7%. Recordemos que China ha crecido durante más de dos décadas a ritmos del 10% y que todavía el año pasado casi la mitad del crecimiento económico mundial era originado por aquella economía. De la expansión china no solo dependen aquellas economías emergentes exportadoras de materias primas, que explican las recientes caídas en el comercio internacional, sino también otras avanzadas, como la alemana, que la tienen entre sus principales clientes. O como la estadounidense, que desde hace tiempo se beneficia del exceso de ahorro chino para la financiación de sus déficits. Si China asignara a otros propósitos inversores sus cuantiosas reservas internacionales en dólares y dejara de comprar bonos públicos americanos, los tipos de interés en EE UU subirían de forma significativa, con el consiguiente efecto contractivo sobre la economía.

Es en momentos como los actuales cuando la confianza en la calidad de la información cobra todo su sentido

Las respuestas de política económica que hasta ahora han dado las autoridades chinas no son del todo tranquilizadoras. Es en momentos como los actuales cuando la confianza en la calidad de la información cobra todo su sentido. A fin de cuentas es lo que procesan los mercados financieros, aunque no siempre de forma eficiente. Y esa información no es completa, como no lo es la presunción de la capacidad de esas autoridades para controlar la situación creada. Decisiones confusas, cuando no contradictorias, como las adoptadas para influir en sus mercados de acciones, acentúan la desconfianza en un sistema financiero cuya calidad es impropia del tamaño de su economía.

Si la desaceleración china resulta más aguda de lo que los registros han reflejado habrá razones para que el banco central estadounidense aleje cualquier tentación de endurecimiento inmediato de su política monetaria. Por el momento, las declaraciones del vicepresidente de la Reserva Federal, Stanley Fisher, no han sido muy tranquilizadoras, al confirmar que la elevación de tipos prevista para el próximo 17 de septiembre seguía encima de la mesa. Su homólogo en el BCE, afortunadamente, ha confirmado el mantenimiento de la actual política hasta al menos el otoño del año que viene.

La economía mundial no ha vuelto a la normalidad. En ninguna de las economías avanzadas, la estadounidense incluida, se perciben amenazas inflacionistas. Ni los precios de las materias primas ni la evolución de los salarios son precisamente generadores de inquietud. Si antes de los episodios de agosto eran razonables las dudas acerca de la firmeza de la recuperación del crecimiento global, ahora lo son bastante más. Suficientes, en todo caso, para que los bancos centrales no se precipiten en la adopción de decisiones endurecedoras que, además de limitar el crecimiento y dificultar el ascenso de la tasa de inflación, generarían espasmos financieros adicionales, no necesariamente tan reversibles como los de las últimas semanas.

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