¿Qué fue de aquellos niños apadrinados?
Hace 25 años los apadrinamientos de niños africanos se pusieron en boga Hoy ya son adultos, y hemos ido a buscarlos a Etiopía para saber cómo han crecido
Una mochila. Un pollo asado para celebrar la Pascua. Un pantalón nuevo. Objetos y alimentos básicos, cotidianos y hasta monótonos que, sin embargo, fueron un verdadero lujo para sus destinatarios, unos niños etíopes llamados Berhan, Ephrem o Girmay, entre otros. Estaban destinados a pasar una infancia bien cruda debido a la pobreza extrema instalada en sus hogares y en sus vidas, pero la mala suerte se trocó en fortuna cuando sus rostros adornaron los pósters de alguna de las campañas de apadrinamiento que inundaban España en los ochenta y noventa. Y la publicidad resultó: las familias españolas se interesaron por ellos y les ayudaron a pagar sus estudios, a crecer sin pasar necesidad. Han transcurrido 25 años, esos niños condenados a la miseria y la marginación son adultos y se han convertido en ingenieros, peluqueras o mujeres de negocios. Todo empezó con un misionero preocupado.
Se cree que el origen de los apadrinamientos tuvo lugar en España, durante los primeros meses de la Guerra Civil, cuando al periodista británico John Langdon-Davies —que fundaría posteriormente la ONG Plan Internacional— se le ocurrió la idea de crear casas de acogida para niños huérfanos por la guerra que fueran mantenidas con dinero donado por familias británicas.
Con los años, las tornas cambiaron y el boom de los apadrinamientos desde España hacia otros países tuvo lugar a partir de los ochenta. En aquel momento, Adigrat era, igual que hoy, un punto más en el mapa, una ciudad fronteriza muy al norte de Etiopía. Situada en lo alto de las montañas, a 2.500 metros sobre el nivel del mar, desde alguna de sus colinas se distingue Eritrea, el país vecino, con quien los etíopes no se relacionan desde la independencia de los primeros, en 1993. El 16 de agosto de 1987 llegaba a este enclave el misionero salesiano español Alfredo Roca con el encargo de dirigir una escuela de jóvenes seminaristas. Lo que encontró fue que había necesidades mucho más acuciantes: la gente se moría de hambre y la pobreza era extrema. "Cuando llegué había una guerra que duró hasta 1991 entre el Gobierno comunista de Mengistu y varios grupos secesionistas que querían desbancar su régimen. Estábamos muy limitados por ese conflicto; mientras duró y, aún después de que acabara, no pararon de llegar refugiados", relata el padre, que hoy cuenta 81 años. "Esa gente no poseía nada, ni raíces. Si tenían hambre, tenías que procurar que comieran".
El padre Roca fue testigo del nacimiento de la actual Etiopía. Efectivamente, hubo una cruenta guerra civil que empezó con el derrocamiento del emperador Haile Selassie en 1974 y se prolongó hasta la caída de Mengistu en 1991, cuando el país empezó a dar sus primeros pasos hacia la democracia. Por el camino quedaron un millón de muertos por el conflicto. A este hay que sumar otro a causa de la feroz hambruna de 1984 que se cebó en un país castigado y poco desarrollado que hoy, todavía, es el décimo quinto más pobre en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU.
A esto hay que unir la guerra con Eritrea. Pese a que se independizó de Etiopía en buenos términos en 1993, la tensión fue creciendo por discrepancias en cuanto al diseño de las fronteras hasta que el conflicto armado estalló en 1998. Acabó en el año 2000 y tuvo serias consecuencias para la población civil que vivía en puntos fronterizos como Adigrat: muerte, desarraigo, empobrecimiento. Miles de niños nacidos en esos años pasaron serias dificultades para ser educados, vestidos y alimentados.
Sostiene una foto antigua entre las manos el padre Roca, una descolorida imagen en la que apenas se distinguen una casa de piedra y unos cuantos hombres hablando con una mujer muy delgada que sonríe. Este es el único recuerdo material que queda de una de sus primeras labores: repartir mantas entre los refugiados. La situación era crítica y la misión de Don Bosco de Adigrat, hogar de este religioso y de un puñado de jóvenes seminaristas, no tenía capacidad para aliviar los padecimientos de toda la población necesitada. Y, entonces, surgió una idea: montar en Madrid un sistema de apadrinamientos que sirviera para ayudar a los niños más pobres haciendo que las familias españolas se comprometieran a mantenerlos. "Sabíamos que en otras comunidades autónomas había funcionado, pero en Madrid no se había probado nunca", explica el padre. "Hicimos fotografías de los chicos, las enviamos y así empezó todo".
La idea surtió efecto: Las misiones salesianas de Madrid no saben cuántos niños han sido apadrinados desde que se inició el proyecto, pues no quedan archivos anteriores a 2002. Desde ese año, han sido más de mil. El procedimiento, 25 años después, sigue siendo el mismo: cada padrino se compromete a enviar una ayuda mensual de entre 18 y 60 euros y, al cabo del año, el niño le envía un par de cartas contándole qué tal le va.
"Lo más acuciante fue dar de comer pero, tras la llegada de las primeras ayudas, se empezaron a notar los cambios porque los padrinos madrileños fueron muy constantes y se intentó que la ayuda llegara al máximo número posible de beneficiarios", describe Roca. Para ello, se instauraron dos normas: el niño apadrinado recibiría dinero mientras continuase con sus estudios. Si dejaba la escuela, se cortaba el grifo. Si no, podría ir incluso a la universidad. Y la segunda regla: el dinero del niño apadrinado no sería solo para él, sino para mejorar las condiciones de vida de toda la familia. "Lo que no se gasta directamente en la escuela del chico es de libre disposición para el resto", describe el misionero. "El ahijado tiene todas las necesidades cubiertas pero, como eso a veces cuesta menos de lo que recibe, el sobrante se utiliza para cubrir las de sus hermanos y padres, como ropa, acceso a la escuela o alimentos porque, si no, se crean unas desigualdades muy grandes".
La nueva hornada de apadrinados pisa fuerte
Etiopía ha cambiado mucho y para bien pero la pobreza y el hambre son crónicas en lugares como Adigrat, donde los menores pasan serias dificultades para alimentarse y ser educados. Hoy, 380 niños de esta ciudad reciben ayuda de familias españolas gracias a las misiones salesianas. Una de ellas es Abdullah.
El sistema de apadrinamientos tiene adeptos y detractores por igual. Las quejas de estos últimos se fundamentan en que lo ven como un sistema de recaudación de fondos a costa de la imagen de un niño. Episodios como el de Intervida, ONG que fue acusada en 2007 de timar a 400.000 padrinos, aunque la justicia concluyó cinco años después que no hubo tal fraude, han dañado la imagen de estos patrocinios. Sin embargo, organizaciones como Ayuda en Acción, la Fundación Vicente Ferrer o Plan cuentan con el apoyo de miles de familias españolas. Hoy, en Adigrat hay otros 380 menores que siguen recibiendo esta ayuda económica a través de las misiones salesianas.
La mayoría de estos niños provienen de hogares monomarentales, pues el no tener marido ni pareja es algo muy habitual entre las mujeres de Adigrat, según el padre Roca. La primera razón es la viudedad, pues muchas perdieron a sus esposos en el frente durante la guerra civil o después, durante la contienda con Eritrea. Pero la segunda es debido a que la promiscuidad allí es mayor que en otras zonas de Etiopía debido a la elevada presencia de soldados, asevera el religioso. "Ellas buscan marido pero ellos sólo un entretenimiento. Algunas fueron violadas, otras se prostituyeron para sobrevivir y otras, simplemente, fueron engatusadas con la falsa promesa de un matrimonio. Las dejan embarazadas y cuando les cambian de destino, desaparecen. Si te he visto, no me acuerdo", lamenta el padre. Él no maneja estadísticas ni informes, pero su voz es la de la experiencia de un hombre que lleva 25 años socorriendo a sus vecinos y que conoce cada cara, cada nombre y cada historia de esta ciudad de Adigrat.
La clave del éxito o del fracaso del niño apadrinado en la vida es, sobre todo, su voluntad y su ambición. Así, ha habido quienes acabaron incluso los estudios universitarios y otros que aún no son económicamente independientes. "Más que para el futuro, el apadrinamiento les ha ayudado en el momento en que iban a la escuela pero no solo para los estudios, sino para estar mejor alimentados, vestir un poco mejor, no tener problemas para comprar el uniforme, acceder a tratamientos médicos...", describe el padre Roca. Encontrar un trabajo mejor depende de cómo y dónde hayan podido formarse. "En el país existe mucho nepotismo pero si el chico recibe educación superior tendrá mejores perspectivas". Aún así, hay muchos casos de éxito. Precisamente, un buen número de estos jóvenes no pudieron ser entrevistados para este reportaje porque se encuentran fuera, estudiando en alguna de las universidades del país o ejerciendo empleos cualificados en ciudades grandes como Addis Abeba o Arba Minch.
Han pasado 25 años. Etiopía ha crecido como país y los niños apadrinados de Adigrat se han hecho adultos y han cimentado sus vidas. Y hemos hablado con ellos. A continuación, sus historias:
Los niños apadrinados de Adigrat, 25 años después
Mulu Gebre
Sus padres murieron cuando era muy pequeña, pero pudo estudiar gracias a que fue apadrinada. Hoy tiene dos hijos y regenta un comercio
Terhass y Estella
Han abierto un centro de ocio con otros ocho ex apadrinados en el qeu hay piscina, cafetería, zona de paseo... Aún pasan dificultades.
Selam Aberra
Esta madre lucha por sacar adelante a sus hijas. Regenta una tienda, pero necesita el apadrinamiento de la mayor para llegar a fin de mes
Berhan Getahun
Era buena estudiante y pudo ir a la universidad pero prefirió aprender peluquería. Su negocio va viento en popa y planea ampliarlo pronto.
Ephrem Haile
Ephrem ha comprado una moto taxi y con ella se gana la vida, pero quiere adquirir un mini bus para llevar turistas y aumentar beneficios.
Marta Getachew
Es madre soltera de una niña y unos gemelos. Trabaja de camarera en el bar de una prima pero todavía no es económicamente independiente.
Brahane Teferi
Estudió Ingeniería hidráulica y agricultura y trabaja para el Gobierno en la compañía pública de aguas, realizando proyectos de irrigación.
Medhou Gimedhini
Es viuda y mantiene a dos hijas, pero reconoce que no podría hacerlo sin la ayuda de una familia española que la niña mayor recibe.
Girmay Garedero
“De pequeño solo tenía una camiseta rota y un pantalón; cuando llegó la ayuda tuve ropa nueva y me puse muy contento”. Hoy estudia y trabaja.
Tesfay Tsigme
Estudió Economía pero no terminó porque el Gobierno le llamó a filas. Casi muere en el frente, pero hoy regenta una barbería y es feliz.
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