Atolones en el vacío
El universo está formado por miles de millones de galaxias similares a la Vía Láctea, pero eso no se supo hasta el primer cuarto del siglo XX
En el exclusivo club de los conceptos científicos que cambiaron para siempre el pensamiento humano ocupan un lugar destacado la evolución de las especies, el mundo atómico, la finitud de la velocidad de la luz... Sin embargo, relegado a un discreto plano, fuera de los focos comunes del conocimiento público, se resguarda la idea de un universo poblado de galaxias. Una de las razones por las que esta idea suele vivir en el anonimato es la naturaleza esquiva del término galaxia en sí.
Con frecuencia, en el lenguaje coloquial, las galaxias se confunden con sistemas solares, similares a la corte de nuestro Sol y sus planetas. Así, no es raro encontrar títulos de películas tan famosos como Star Wars (literalmente “guerras de las estrellas”) traducidos al español como La Guerra de las galaxias.
Demócrito fue el primero en plantear que la banda brillante que cruza el cielo estival podría estar compuesta por estrellas distantes
Conviene, por lo tanto, dejar claro que una galaxia no es un sistema solar. De hecho, el Sol, junto con todas las estrellas que son visibles por el ojo desnudo en una noche clara pertenecen a una misma galaxia, la nuestra, la Vía Láctea. Inmersos como estamos dentro de ella, los más de cien mil millones de estrellas compañeras a la nuestra, aparecen en el cielo de verano del hemisferio norte como una enorme franja difusa que, en nuestras tierras, se conoce como Camino de Santiago.
Llegar a esta idea le ha costado a la humanidad siglos y el comienzo del camino se remonta (como casi todo) a la época de los pensadores griegos clásicos. Fue en ese periodo cuando Demócrito plantea, por primera vez, que la banda brillante que cruza el cielo estival podría estar compuesta por estrellas distantes. Este hecho solo pudo ser confirmado muchos siglos después, en 1610, gracias a la observación de Galileo en la que, con su rudimentario telescopio, comprobó que la Vía Láctea estaba compuesta por innumerables estrellas débiles.
Tuvo que pasar todavía otro siglo más para que los científicos llegaran a la conclusión de que la distribución estrecha de la Vía Láctea podría explicarse si las estrellas que la forman estuvieran distribuidas en el espacio en una disposición con forma de disco. Un disco gigantesco, con proporciones difíciles de digerir a nuestra escala humana, y que hoy, con las medidas modernas, se establece en aproximadamente unos 100.000 años luz de diámetro.
El 26 de abril de 1920 se produjo uno de los grandes debates de la Astronomía: ¿es nuestra galaxia, la Vía Láctea, todo el Universo, o hay más galaxias como la nuestra a distancias muy lejanas?
Dentro de esta visión actual, los miles de estrellas que observamos a simple vista en una noche clara solo corresponden a una porción muy pequeña de toda esta enorme colección de estrellas a la que pertenece el Sol. Hoy en día sabemos que el Sol tarda unos doscientos cuarenta millones de años en realizar una rotación completa en torno al centro de la Vía Láctea, localizado en la dirección del cielo conocida como la constelación de Sagitario.
La visión moderna de la Galaxia es del primer cuarto del siglo XX. También es en esta época cuando nuestra concepción del Universo estaba a punto de cambiar para siempre. El 26 de abril de 1920 se produjo uno de los grandes debates de la Astronomía: ¿es nuestra galaxia, la Vía Láctea, todo el Universo, o hay más galaxias como la nuestra a distancias muy lejanas?
En el Museo Smithsonian de Historia Natural de Washington, donde tuvo lugar esta confrontación de ideas lideradas, por un lado, por Harlow Shapley y, en el otro bando, por Heber Curtis, hubo argumentos de peso para cada uno de los puntos de vista. Admitir, como sugería Curtis, que el universo estaba formado por miles (hoy sabemos que son miles de millones) de galaxias a distancias de millones de años luz de distancia suponía ampliar de manera tan descomunal el tamaño del universo que era difícilmente aceptable hasta por los astrónomos más vanguardistas de la época (las más distantes hoy en día se calcula que están a miles de millones). Sin embargo, tan inimaginable como resulta de entender un universo con este tremendo tamaño, ésta es la idea que viene avalada por nuestros datos actuales.
El universo moderno está formado por miles de millones de galaxias similares a la Vía Láctea, algunas más grandes, otras más pequeñas, situadas a distancias medias de varios millones de años luz de distancia entre ellas. Cada galaxia contiene unos centenares de miles de millones de estrellas. Entre las galaxias apenas hay materia, un vacío intergaláctico sólo cruzado por la luz de las estrellas de cada uno de los universos-isla que intuyó Immanuel Kant, aunque realmente él los denominó mundos estelares y Alexander von Humboldt mundos-isla. Probablemente, en cada uno de estos “atolones”, astrónomos de otros mundos hayan llegado a la misma conclusión que nosotros. Ellos, también, sabrán que su propia galaxia no es el centro del Universo. Seguramente, también, se sobrecogerán con la idea de un universo más complejo y vasto del que nadie hubiera podido imaginar hace apenas cien años.
Ignacio Trujillo Cabrera es investigador del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), especialista en Física Extragaláctica, y coautor del libro La cosmología en el siglo XXI: entre la física y la filosofía (Publicaciones URV, 2012).
Crónicas de AstroMANÍA es un espacio coordinado por el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), donde se publican relatos con el Universo como inspiración, desde anécdotas históricas relacionadas con la astronomía hasta descubrimientos científicos actuales. Un viaje literario por el espacio y el tiempo.
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