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Niños obreros: ilegal, pero barato

Casi ocho millones de menores de 18 años trabajan en Bangladesh Realizan jornadas completas, sin días de descanso y en condiciones infrahumanas

Emon Hawlader tiene 13 años y trabaja nueve horas diarias reparando motores desde hace dos años y medio.
Emon Hawlader tiene 13 años y trabaja nueve horas diarias reparando motores desde hace dos años y medio.SOFÍA MORO
Alejandra Agudo

“No tengo tiempo de jugar”. Emon Hawlader se divierte tan solo los viernes por la tarde, el único tiempo libre del que dispone desde que empezó a trabajar hace dos años y medio como mecánico de vehículos. “Juego solo, tirando una pelota a la pared”, dice el chico tímido, triste y sucio de hollín y aceite de motor. Tiene solo 13 años, vive en una chabola de chapa de unos nueve metros cuadrados que comparte con los otros cinco miembros de su familia, sus padres y tres hermanas pequeñas, muy cerca de las vías del tren en un slum de Dacca, capital de Bangladesh. El crío es uno de los 168 millones de menores víctimas del trabajo infantil en el mundo y uno de los 7,9 millones niños obreros que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que hay en su país.

Emon Hawlader gana 1.500 takas (17,5 euros) al mes. A cambio, trabaja los 365 días del año, nueve horas diarias, aunque a veces alarga su jornada toda la noche si hay muchos vehículos que reparar. Aguanta las bofetadas, martillazos u otras agresiones de su jefe cuando se equivoca, y se lleva algún golpe en la cabeza cuando está debajo de un coche y hace algún mal movimiento. ¿Por qué un niño de 13 años está arreglando bujías y pistones en vez de jugando al fútbol con amigos en el recreo del colegio entre clases? El patrón dice que está aprendiendo el oficio y "sacándose un dinerillo mientras estudia". "Sé que está prohibido, pero no le exploto", apostilla. La madre explica que el sueldo del padre, ayudante de un conductor de camioneta, no da para comer y pagar el alquiler. Por eso, su hijo y la mayor de las chicas, de 11 años, trabajan.

Así lo relata el niño: “No se supone que tenga estar feliz o sentirme bien, sino ayudar a la familia. El jefe me regaña, no se porta bien conmigo, pero si trabajas en un taller es normal que te peguen”.

“Es por la pobreza”, sentencia Abdus Shahid Mahmood, presidente de la Bangladesh Shishu Adhikar Forum (BSAF), una coalición de organizaciones contra el trabajo infantil. La ecuación es así de sencilla. En Bangladesh, un 43,25% de sus 156,5 millones de habitantes vive en situación de pobreza extrema —con menos de 1,25 dólares al día—. Y un 80% de los que tienen un empleo subsiste con menos de dos dólares diarios. Gran parte de ese abultado porcentaje de miseria lo engrosan y sufren los niños, que representan un 40% de la población del país (más de 60 millones). El resultado: abundante mano de obra muy barata.

“De acuerdo con la legislación, los menores de 14 años no pueden trabajar. Y los que tienen entre 15 y 17 pueden ser contratados, pero no en empleos peligrosos para su salud física o mental”, apunta Shahid Mahmood en referencia a la Bangladesh Labour Act (ley del trabajo) de 2006 y la Child Labour Elimination Policy (NCLEP) aprobada en 2010. Pero tales leyes no se cumplen. Casi ocho millones de niños son la prueba; el 93,3% trabaja informalmente por salarios pírricos de entre 10 y 20 euros al mes, en condiciones infrahumanas y sin derecho alguno. Así lo revela la última estadística oficial disponible realizada por el Gobierno en 2003. “Y sabemos que el número ha aumentando desde entonces. Calculamos que ahora hay 10 millones, pues la población aumenta, hay más inmigración de las zonas rurales a la ciudad y los pequeños encuentran empleo más fácilmente para mantener a la familia”, abunda. Si esa cifra se confirmase en la nueva encuesta pública al respecto que está elaborando el actual Gobierno y cuyos resultados se conocerán a finales de 2015, más del 16% de los niños del país estarían en esta situación. Multiplicarían por cinco la plantilla de la empresa privada con más empleados del mundo: Wallmart.

La infancia bengalí, en datos

A. Agudo

En Bangladesh hay 156.511.000 habitantes, un 40% (61.950.000) de ellos, menores de 18 años, según datos del censo de la Bangladesh Bureau Statistics (BBS) de 2011.

Teniendo en cuenta que 16.328.000 son menores de 5 años, hay 45.622.000 de niños entre 5 y 18 años. Y de estos, según la encuesta pública sobre trabajo infantil más reciente (2003), 7,9 millones trabajaban.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) subraya, de entre los datos de la estadística del Gobierno de Bangladesh, que 4,9 millones de menores de 14 años (el 14,2% del total de los niños de entre 5 y 14 años del país) realizaban algún tipo de trabajo, lo que está prohibido por la ley.  Y de los que están por encima de esa edad, la mayoría estaban enrolados en labores peligrosas que no les están permitidas. Esto explica que el 93,3% del trabajo infantil sea informal, es decir, fuera de la legalidad. Sin contratos ni derechos.

  • Por género, entre los niños trabajadores (de 5 a 17 años), el 73,5% son niños y el 26,5% niñas.
  • Por lugar de residencia, de los 7,9 millones de menores dentro del mercado laboral, 6,4 millones vivían en zonas rurales y 1,5 en urbanas.
  • Por sectores, 4,5 millones de críos estaban enrolados en la agricultura, dos millones en servicios y 1,4 millones en la industria.
  • Un total de 1,3 millones de menores trabajan 43 horas o más a la semana.

En cuanto a la educación, los datos de asistencia a la escuela y alfabetización completan una fotografía tirando a negro para la infancia bengalí. Unicef señala que mas de cuatro millones —un 23%— de niños entre 6 y 10 años (edad obligatoria de escolarización) no van al colegio. Una tasa que engordan, sobre todo, los niños de hogares pobres y que aumenta con la edad, pues a partir de lo nueve años muchos abandonan la escuela para empezar a trabajar, indica el organismo de las Naciones Unidas para la infancia. Así, cuando llegan a los 14 años, un 49% de menores de hogares en situación precaria no reciben ningún tipo de formación, mientras que entre los ricos, el porcentaje de menores fuera del sistema son el 19%.

“No hay castigo ni acciones públicas para acabar con este problema. El Gobierno tiene planes, pero hay que implementarlos”, se queja este testigo de abundantes injusticias. “Los políticos deberían hacer más para proteger a la infancia. Las autoridades deberían ir a los slums, pero no van, y cuando lo hacen es para recibir dinero y mirar para otro lado”, acusa Shahid Mahmood ya casi exhausto en su enfado. La madre de Emon sabe bien que la policía podría multarles —a los padres y al empleador—, pero que eso no ocurrirá. “Nunca vienen por aquí”, reconoce encogiendo los hombros, sentada en su única cama, que ocupa la mitad del espacio de su vivienda en el poblado de chabolas de Shampur.

Basta conversar con alguno de los 16 millones de vecinos de Dacca, especialmente aquellos de los barrios más pobres, para comprobar el alto grado de aceptación del trabajo infantil. “Bangladesh es así”, dice la mayoría. “Somos pobres”, alegan los progenitores. “Son pobres”, justifican los empleadores. Ante este panorama, hay dos tipos de intervenciones posibles, en opinión de Mohammad Jasim Uddin Kabir, director del programa contra el trabajo infantil de la ONG española Educo, en Bangladesh: sacarles de su empleo o apoyarles con educación.

“Para muchos es prácticamente imposible dejar su trabajo, pues sus familias dependen de sus salarios”, apostilla Uddin Kabir. Por eso, Educo comenzó en el 2000 un programa de educación adaptada a niños trabajadores. No sin críticas, reconocen en la organización, pues hay quienes les consideran cómplices del problema. En la ONG arguyen, sin embargo, que a través de la formación consiguen el doble efecto de mejorar las aptitudes de los pequeños para conseguir empleos mejores y romper el círculo de la pobreza en el futuro y, en los mejores de los casos, convencer a los chavales y sus padres de que abandonar el trabajo para la dedicación exclusiva a la escuela es la mejor opción. A veces, lo consiguen.

Kanchon Rani Das dejó su empleo como sirvienta en una casa hace tres meses después de cuatro años de servicio. “Ahora dibujo y estudio más inglés”, dice la niña de 11 años en la lengua de Shakespeare. “Es un idioma internacional y quiero viajar al extranjero”, continúa sonriente. Alumna de 5º de primaria, pronto se someterá al Somapony, el examen oficial que los estudiantes deben pasar para obtener el título y continuar su formación. "Desde 2012, seguimos el plan de estudios oficial y así nos aseguramos de que nuestros alumnos puedan presentarse y obtener el certificado", puntualiza Uddin Kabir. Desde entonces, todos los estudiantes de Educo han pasado la prueba. "El 51% de los niños de las escuelas para trabajadores saca la máxima calificación con más del 80% de las preguntas bien contestadas", destaca el responsable del proyecto, no sin atribuirles a los chiquillos su parte de éxito. "Son más inteligentes, aplicados y prácticos que los que no trabajan", opina.

"I want to go to university and be a teacher", continúa resuelta Kanchon. Su madre, Joshowda Rani, de 40 años, la observa orgullosa mientras la niña relata en inglés sus planes de ir a la universidad y ser profesora. "Estoy muy contenta y sorprendida de que hable otro idioma", apunta la progenitora. "Su padre y yo trabajamos duro para que ella pueda estudiar y ser libre", añade. Ahora que se ha quitado la losa de la jornada laboral, ha podido colgarse definitivamente la mochila. Acude siete horas a la escuela, recibe clases adicionales y tiene tiempo para repasar la lección en casa. "El trabajo infantil debe parar. Pero la realidad es así. Los niños trabajan porque necesitan dinero debido a la mala situación económica de sus familias", resuelve, conocedora en primera persona de lo que habla, ella que lavaba la ropa, hacía la comida y barría la casa de otros por dinero.

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"Ellos [sus empleadores] eran felices; tenían frigorífico y televisión, y sus hijos estudiaban en buenas escuelas. Y me preguntaba por qué yo vivía de esa manera. Ahora creo que si estudio mucho podré llegar a tener ese tipo de vida, tener una casa de madera fuera del slum y que mis padres se vengan conmigo", afirma convencida.

Otros no tienen la oportunidad de dejar su empleo y van a clase tres horas al día antes, durante o después de su jornada laboral. Alamin, de 11 años, es uno de ellos. Se levanta temprano, se asea y desayuna un cuenco de arroz antes de irse a trabajar. Durante diez horas diarias fabrica chanclas de plástico marca Raty junto a otros diez chavales de su edad. Ninguno para, ni sonríe, ni habla. Cuando acaba a las diez de la noche, regresa a casa, donde volverá a cenar arroz, quizá aderezado con curry, después de ducharse. Y dormirá en el suelo, pues la única cama de la vivienda familiar en el barrio chabolista de Hazaribag, en Dacca, la ocupan sus padres, su hermano pequeño y la enferma abuela de 80 años.

Así ha sido la vida de Alamin desde hace dos años y medio. Porque necesita los 1.000 takas al mes (11,75 euros) que recibe por su trabajo para ayudar a la economía doméstica. Sobre sus hombros excesivamente musculados para su edad pesa la responsabilidad de pagar la mitad del alquiler de la casa, ya que su madre cuida de la anciana y su padre sufre algún tipo de discapacidad y no consigue empleos bien remunerados de manera continua."Algunos días vende verduras en el mercado", detalla la progenitora, que asegura que Alamin no trabajaría si no fuera por necesidad. "Ninguna madre quiere esto para sus hijos, pero tenemos suerte de que su jefe le deja estudiar", concluye.

Raton Das, de 40 años y dueño de la fábrica de chanclas en una cochambrosa edificación en el slum de Hazaribag fue, de hecho, quien animó al chico a matricularse en la escuela que Educo tiene en el barrio. Después de que la ONG evaluara su caso y resolviera aceptarle por su situación extrema, Alamin empezó la primaria el pasado enero. "Me gusta aprender a sumar y restar", señala sin dar muestra de alegría en su rostro o su voz. ¿Qué desea para el futuro? "Un buen empleo", responde escueto antes de volver a su mecánica labor.

"Los niños son muy pobres y vienen a pedir trabajo porque aquí tienen una oportunidad de ganar un salario", alega el jefe cuando se le plantea la ilegalidad de que toda su plantilla esté compuesta por menores de 14 años. "Los adultos no accederían a realizar este trabajo por este sueldo. Tendría que pagarles más", expone sin atisbo de culpa. Eso sí, no quiere que su hijo de tres años tenga el mismo destino que los necesitados críos que se asoman por la puerta para solicitar empleo. "Espero que solo estudie". Con todo, Raton Das no es el peor de los patronos posibles. Concienciado de la importancia de la educación, preside una asociación para promover que otros empresarios del barrio permitan a sus pequeños obreros acudir a la escuela. "Si estudian, será beneficioso para todo el país", manifiesta. 

Esta idea es compartida por los responsables de la ONG española, que ha levantado en Bangladesh cinco escuelas propias para estos críos. En Korail, el más grande de los slums de Dacca, con unos 200.000 habitantes en el centro de la ciudad hacinados en chabolas junto a un vertedero, Educo dispone de tres escuelas, dos corrientes y una especializada en niños trabajadores. Cada año admiten a 30 nuevos alumnos en cada una de ellas. Además, otras organizaciones como Save the Children también han abierto colegios en el barrio y es fácil encontrarse con pequeños grupos de uniformados de rojo, azul o verde, dependiendo de que ONG sea la titular de su escuela. Puntadas de colores para coser un gran roto que se remienda por un lado mientras se desgarra por el otro. 

Los menores de 14 años no pueden trabajar, según la ley del país

Así, mientras Jasmin, de 25 años, y Siddik, de 27, abrían respectivamente sus fábricas de aluminio en un barrio industrial de la capital bengalí, gracias a que habían aprendido a escribir, sumar, restar y llevar una contabilidad básica, como ellos mismos relatan; Shopon se iniciaba como repartidor de comida en un restaurante con tan solo ocho años. Después de que el padre abandonara a la familia, la madre empezó a mendigar y el niño a reciclar plástico y otros materiales de valor de la basura. Desde hace un año, el vertedero de Korail es su oficina; y hoy, como cada día, este crío de 11 años con el rostro cruzado por cicatrices y los pies descalzos llenos de heridas abiertas por los cristales o cualquier objeto punzante traicioneramente mezclado con los desperdicios y los gusanos, se pasará las horas matinales a la caza de tapones, botellas o cables con preciado cobre en su interior, que luego venderá al peso.

Algún día, por la simple razón del paso de los años, Shopon dejará de ser un niño trabajador, una ilegalidad, una vergüenza para quienes son responsables de su infancia perdida. Quizá llegue a cumplir su sueño de ser policía "para perseguir a los ladrones". De momento, está aprendiendo los números.

Alamin, Kanchon, Emon, Shopon... y tantos otros (hasta ocho millones) son el último eslabón de una cadena de producción y un sistema económico que, en busca del máximo beneficio, se aprovecha de los más débiles y necesitados, hasta que ya no hay nadie más debajo. Quedan solo ellos: los niños sin infancia de las fábricas.

Este reportaje ha sido posible gracias al apoyo de la ONG Educo que ha costeado los gastos del viaje.

La incompleta lista de trabajos peligrosos

a. agudo

El Gobierno de Bangladesh ha iniciado sobre el papel una batalla contra el trabajo infantil. En 2006, su ley laboral prohibía que los menores de 14 años realicen ningún tipo de actividad económica. A partir de esa edad, los niños pueden trabajar, pero no en cualquier empleo. La Child Labour Elimination Policy (NCLEP), aprobada en 2010, establece una lista de 38 oficios vetados a los adolescentes. "Son peligrosos para su salud física y mental", apunta Abdus Shahid Mahmood, de la Bangladesh Shishu Adhikar Forum (BSAF). La manufactura de objetos de aluminio, el montaje de cigarrillos, reparación de vehículos, refinado de sal, fabricación de jabones y detergentes, curtido y acabado de cuero... son algunos de ellos. No están incluidos entre los empleos prohibidos, sin embargo, el reciclado de basura de los vertederos ni el servicio doméstico.

"Tienen que trabajar en la cocina, con el fuego, cocinando, con cuchillos... Lavar la ropa a mano. En Europa tenéis lavadoras, ¡pero aquí se lo mandan hacer a los niños!", se enoja Shahid Mahmood. La última encuesta oficial sobre trabajo infantil que realizó el Gobierno, continúa, revela que 1,3 millones de niños de todas las edades en el país realizan labores peligrosas. Eso, sin contar los que como Shopon trabajan en un vertedero o las niñas que, como Hashi Akter, son empleadas del hogar. Ella tiene 11 años y cuando no está en clase, limpia la casa y prepara la comida. Un trabajo que ni aunque sumara 15 primaveras le estaría permitido realizar. "Pero si les pillan, no pasa nada", lamenta el presidente de la BSAF.

Hashi y su hermano son huérfanos y a cambio de vivir en casa de la vecina, a la que llaman "tía", la niña realiza todas las tareas domésticas. "Los empleadores prefieren que no tengan padres porque son más baratos. A veces ni les pagan", apunta Shahid Mahmood.

"Ningún niño debería trabajar, pero Bangladesh no es un país rico como España. Por eso, luchamos para que, si los niños trabajan cuando cumplen los 14 años, al menos que no sea empleos nocivos. Que tengan contrato, días libres, asistencia médica si se ponen malos...", enumera a modo de lista de deseos. Las organizaciones en el país luchan, dice, porque a pesar de las estadísticas que revelan un aumento del trabajo infantil, creen que pueden ganar la guerra. Batalla a batalla. La de hoy: dos nombres más en la lista de empleos prohibidos. ¿Mañana?

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Sobre la firma

Alejandra Agudo
Reportera de EL PAÍS especializada en desarrollo sostenible (derechos de las mujeres y pobreza extrema), ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Miembro de la Junta Directiva de Reporteros Sin Fronteras. Antes trabajó en la radio, revistas de información local, económica y el Tercer Sector. Licenciada en periodismo por la UCM

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