¿Sería acaso demasiado descarada? La pregunta cruzaba con frecuencia la mente de la biempensante clientela porteña que acudía al estudio de Annemarie Heinrich. Corrían los años treinta y la fotógrafa, desafiante y díscola, recibía en pantalones. Con idéntica libertad abordó esta pionera de la imagen los retratos y desnudos que caracterizan su extraordinaria obra.