Mas impone su ruta
El pacto soberanista lleva a una peligrosa dinámica de confrontación
Artur Mas se ha salido finalmente con la suya. El acuerdo para concurrir a las elecciones del 27-S con una lista unitaria del soberanismo se acerca mucho a la hoja de ruta que trazó el 25 de noviembre, tras la consulta del 9-N. Con esa propuesta, Mas lanzaba un órdago en el que arriesgaba mucho pero que, de salirle bien, debía permitirle salvarse, refundar el partido y dejar atrás el lastre que supone una muy discutible gestión de gobierno y los escándalos de corrupción que afectan al partido y a su fundador, Jordi Pujol. El primer paso está dado; el segundo, la refundación, será abordado este mismo fin de semana. Aunque de forma agónica y sin resuello, el presidente ha conseguido sacar adelante su estrategia a costa de fagocitar todo lo que se mueve a su alrededor y de abocar la política catalana a cotas de inestabilidad nunca conocidas.
La propuesta de lista unitaria dejó noqueados durante meses a sus socios y a la vez rivales de Esquerra Republicana, que finalmente han resultado ser los grandes perdedores del envite. De acariciar la idea del sorpasso —en algunas encuestas ERC llegó a superar a CiU— ha pasado a diluirse en una candidatura que tendrá como principal beneficiario a Artur Mas. El hecho de que el presidente figure en cuarto lugar, seguido de Oriol Junqueras, es solo una cuestión de cosmética electoral, pues lo que cuenta es que el acuerdo incluye el compromiso de que Mas sea investido presidente, si ganan las elecciones, al frente de un Gobierno de coalición.
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Tanto en la lista como en el futuro Gobierno, el acuerdo petrifica un reparto de poder del 60% para Convergència y del 40% para Esquerra, lo que para los republicanos representa el abrazo del oso que tanto temían. Solo la CUP ha tenido la inteligencia de salir del círculo envolvente con el que Mas pretende salvarse a costa de los demás.
El acuerdo permite también a Mas capitalizar buena parte de las energías movilizadas por las entidades, cuyos principales dirigentes se integran en la lista. Y en el colmo del tacticismo, se ha elegido para encabezarla a Raúl Romeva, un exeurodiputado de Iniciativa per Cataluña. Con esta maniobra el soberanismo trata de neutralizar el empuje que, según las encuestas, tendría en Cataluña una candidatura de confluencia entre Podemos, Iniciativa y otras fuerzas de izquierdas.
Que finalmente haya conseguido imponer su estrategia no significa que sea menos insensata. Al contrario. Lleva a la política catalana y española a un escenario de incertidumbre muy peligroso. En estos meses de soterrada pugna por la hegemonía interna, el soberanismo ha mostrado su extrema debilidad como proyecto político, con grandes dosis de improvisación y ocurrencias como la de concurrir a las elecciones con una lista sin políticos. En el último momento ha salvado los muebles, pero los catalanes se ven ahora abocados a una peligrosa dinámica de división social. La pretensión de emprender una vía unilateral de “desconexión” del Estado si la lista soberanista gana las elecciones abre inquietantes perspectivas. Pero los electores no deben olvidar que hay otros actores, con otras propuestas, y que lo que se decide, en primer término, es la continuidad o no de Mas al frente del Gobierno.
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