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Desplazados forzosos por la violencia

En El Salvador, los ciudadanos solo pueden librarse de la presión de las maras poniendo kilómetros de por medio

Autobus quemado tras el ataque de miembros de maras en San Salvador en 2010. Hubo 17 muertos.
Autobus quemado tras el ataque de miembros de maras en San Salvador en 2010. Hubo 17 muertos. EFE

Ante la atenta mirada de la policía, un grupo de familias va recogiendo sus pertenencias. Las pandillas han decidido que necesitan sus casas. Y ni la policía les asegura que podrán permanecer en ellas. A Godofredo P. la amenaza de las pandillas de su barrio le llevó a vivir a tres horas de la capital en la región de Usulutan entre laderas de cafetales, sin acceso a agua potable, ni luz eléctrica. “Trabajaba como bombero y la situación se volvió insufrible por el temor a que reclutaran a uno de mis seis hijos”. Lo que más le preocupaba era su hijo de 12 años y su hija de 10. “Si te señalan a uno de ellos, no puedes hacer nada: les obligarán a extorsionar; si no lo hacen, los amenazarán de muerte”. Una presión que sólo se rompe con kilómetros de por medio. “Denunciarlo a la policía sólo te puede traer problemas porque siempre se enteran”.

Alexander N. También optó por vivir en la zona de Usulutan. Trabajaba para el Isna, Instituto Salvadoreño para el Desarrollo Integral de la Niñez y la Adolescencia, en la capital del país. En concreto, en un de los centros de acogida para menores de edad. “Son pequeños de edad pero pueden llegar a realizar verdaderas atrocidades: un día vi como degollaban a un de siete años. Ése día decidí irme”. Tras tres intentos de cruzar a los Estados Unidos como ilegal, espera al mes de mayo para volver a intentarlo.

“Buscan a las niñas en las escuelas para reclutarlas: bien como novias, bien para vender su virginidad en la prostitución”. Tanto Godofredo como Alexander forman parte ahora de un proyecto de liderazgo comunal a través de la ONGD Solidaridad Internacional – Nazioarteko Elkartasuna para impulsar las zonas rurales a través de apoyo a las asociaciones comunitarias. “Sólo manteniéndonos unidos conseguiremos vivir en paz”. La pobreza ha dejado de ser la principal preocupación para muchos habitantes del El Salvador, una convivencia en paz con sus vecinos ha llevado a muchos a rehacer sus vidas en las zonas más rurales.

Buscan a las niñas en las escuelas para reclutarlas: bien como novias, bien para vender su virginidad en la prostitución

A tan sólo tres kilómetros de sus casas, las pandillas han tomado Santiago de María, una ciudad en la que muchos de sus hijos deberán ir si quieren ampliar los estudios más allá del bachiller. “Lo sabemos y no dejamos de hablar con el Ejército para que dé clases de prevención a nuestros hijos: las pandillas pueden convertir sus vidas en un infierno”, zanja Godofredo P.

Roxana H. no ha podido irse a ninguna otra parte. No tiene ahorros como para comprar un terreno o alquilar una casa en otro lugar. “Toda la vida peleando para sacar adelante a mi hijo y ahora las pandillas me han pedido mi casa”, solloza Roxana mientras sube una a una las escalares de la Catedral de San Salvador. Ahora sólo confía en un milagro. Todas las mañanas acude ante la tumba de Monseñor Romero para pedirle que los pandilleros le dejen vivir en su casa.

Desde el Instituto de Derechos Humanos de la UCA, Luis Monterrosa dirige varios grupos de investigación sobre estos desplazados, las raíces de la violencia juvenil y los índices de impunidad del país. Para él más que de un milagro, depende de un gran cambio nacional frente a la violencia. “Necesitamos cómo sea armar una tercera vía ligada al diálogo con estos jóvenes entre la policía, el gobierno y las propias familias”. De todos modos, lo reconoce: es fácil hablar cuándo los más afectados son las familias pobres entre las que se están matando y extorsionando.

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