Sin miedos
Se hace duro llamar a la revolución democrática como Colau y decir que consistirá en obviar la democracia

La primera respuesta de Ada Colau en la entrevista con EL PAÍS incluye una adversativa, o sea una impugnación. Dice que a ella no le gusta sentir miedo ni darlo, pero. No hay mejor declaración de intenciones que la adversativa, sobre todo cuando no hay que dejar pasar el tiempo, basta con que pase la entrevista, para explicarla. Unos párrafos más allá la futura alcaldesa de Barcelona anuncia que desobedecerá las leyes que “nos parezcan injustas”. Utiliza el plural porque la gran expropiación de la nueva política es la primera persona del singular, o sea la suspensión de responsabilidades individuales. No será a Colau a la que le parezca algo injusto, sino al pueblo, aunque sea ella la que deba sacrificarse para actuar en su nombre. De este modo cualquier acción que impida sus medidas, incluida la justicia, será un ataque a la ciudadanía. La frase, en rigor, es que la democracia no será un obstáculo para ella. Y que por tanto prevaricará.
No es ningún escándalo. La diferencia entre la nueva y la vieja política en el primer párrafo es que donde dice Colau podría poner Mas y donde pueblo, Cataluña. Hay algo que perdura: un sentido clásico del victimismo que justifica cualquier Gobierno. En la misma entrevista Ada Colau dice haber votado sí a la independencia de Cataluña no porque sea soberanista, sino para salir de España: Cataluña es la excusa, podría haber sido Murcia. La única identificación política es la del enemigo y, como ocurre con las leyes, se le irá poniendo nombres y apellidos de acuerdo a la conveniencia. Sólo así se entiende que hayan pasado dos semanas desde que el PSOE sea el partido del terrorismo de Estado, la corrupción y el paradigma de la casta a un partido que ha cambiado y con el que se puede hablar. Más de 30 años purificados gracias a la tintorería moral de Podemos, que lo ha llevado al Jordán.
Cuando uno traza la línea divisoria entre dos bandos y sitúa consigo al pueblo, a la honestidad y a la verdad se lleva también una obligación: la de tener la sintaxis a su altura. Se hace cuesta arriba señalar la podredumbre del PP en base a su número de imputados y decir, como acaba de hacer Tania Sánchez, que su imputación obedece al PP, como si la justicia se pusiese en manos del mismo partido al que le está descubriendo las miserias. Se hace duro llamar a la revolución democrática como Colau y decir que consistirá en obviar la democracia, sometiendo las leyes a la sensibilidad social de la alcaldesa, que interpretará los deseos del pueblo a salvo de los jueces. No es fácil presentarlo, pero tampoco imposible. solo se necesita otra edad de oro de la adversativa.
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