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Columna
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Sadomasoquismo

El Gobierno exhibe su versión estadística de la realidad en vez de reconocer lo mal que lo está pasando gran parte de la ciudadanía

Josep Ramoneda

Hay poca tradición reformista en España. No en vano la historia se ha escrito de ruptura en ruptura. La resistencia a renovar las instituciones es tan grande que cuando se cae en la cuenta de que no funcionan es tarde para cambiarlas sin trauma. Dice el economista inglés William Keagan que, en el futuro, cuando se analicen las políticas de austeridad europeas de estos años se llegará a la conclusión de que “fuimos presa de un ataque de locura masoquista”. Quizás sería más exacto decir sadomasoquista. Porque los que más han sufrido los latigazos de la austeridad ni escogieron el castigo ni son los responsables de lo que pasó. Eso sí, por un temor reverencial a los que mandan (al poder económico más que al político), que los clásicos llaman servidumbre voluntaria, han aguantado con resignación sobrecogedora lo que les ha caído encima. Los que gobiernan el castillo deberían estar agradecidos por la moderación de los ciudadanos al tomar la palabra. Sin embargo, la derecha se niega a aceptar la necesidad de las reformas. En el colmo del sadismo, el Gobierno del PP exhibe su versión estadística de la realidad en vez de reconocer lo mal que lo está pasando gran parte de la ciudadanía. Y tiene la osadía de decir que sin él todo iría a peor.

Al PP, marcado por la corrupción y sin un relato confesable, no le queda otra estrategia que la del miedo. Las dos palabras para alimentarlo son fragmentación y desgobierno. La fragmentación parlamentaria que puede salir del actual ciclo electoral es la expresión de la crisis de representación. La ciudadanía, con los actuales actores, no siente la política dominante como asunto propio y ha buscado otras opciones para hacer llegar su voz. La responsabilidad de los emergentes es grande: deben demostrar que saben construir y no se dejan arrastrar por el tacticismo de la vieja politiquería. Y los partidos de siempre deberían asumir la fragmentación como una ocasión para reformarse ellos y el régimen en su conjunto. Tratar a los emergentes como un estorbo es el acto sádico de tapar la boca de los ciudadanos que quieren expresar su descontento. En vez de reconocer la diversidad, se presenta el multipartidismo como garantía de desgobierno, como si el bipartidismo fuera la única forma de gobernanza democrática. Son los dos grandes partidos los que han labrado a pulso el desprestigio del régimen. Es tiempo de cambio. Todo régimen político es un sistema de control social. El régimen español se ha ido cerrando. Sectores sociales muy diversos que lo sienten ajeno piden entrar en el juego. Reformar es aprovechar esta oportunidad. Por supuesto, requiere un cierto reparto del poder. Y es ahí donde duele. No quieren renunciar a su idea patrimonial del Estado. Gobernar con mayoría absoluta permite incumplir impunemente las promesas que se hicieron sabiendo que no se podrían cumplir. Lo ha hecho el PP. Es la definición de populismo. Rompamos, entre todos, el ciclo sadomasoquista.

La responsabilidad de los emergentes es grande: deben demostrar que saben construir
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