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Columna
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Potajes

El daño que determinado tipo de gente produce va mucho más allá de sus delitos legales porque destruyen nuestra fe en el ser humano

Rosa Montero

No quería yo hoy seguir hablando de Rato porque el tema jarrea y todos los columnistas estamos con lo mismo, que ya es hasta cansino este asco a flor de boca que te deja la indigestión de la cosa pública. Pero es que no consigo quitarme la rabia de la cabeza porque es otra caída de gama alta, como los Pujol. Es decir, gente que no sólo te indigna, sino que, de entrada, sobre todo te desconsuela, te hiere y aniquila tus esperanzas en el sistema. Porque una cosa son esos apandadores evidentes a los que, como Bárcenas, o Fabra, o El Bigotes, enseguida imaginas sacados de un repertorio bufo de zarzuela y cantando lo de soy el rata primero, y yo el segundo, y yo el tercero. O incluso esos desahogados tipo Griñán y Chaves, que aseguran con toda tranquilidad que son unos completos incompetentes y no se enteran de nada, cosa vergonzosa en sí misma y harto sospechosa. Pero, antes de Bankia, Rato no tenía ese perfil y, aunque su nombre pegue tan bien con rata, no nos lo imaginábamos tan ratonil. Por eso ahora es un dolor ver sus antiguas y atinadas condenas de la amnistía fiscal, por ejemplo, como lo fue ver las enfáticas y creíbles declaraciones de honestidad de Pujol, El Terrible. Y lo peor es que no sólo parecen estar ellos metidos hasta los sobacos en quién sabe qué charcas, sino que además asoman por detrás grandes clanes familiares, padres e hijos y sobrinos trabajando para el Lado Oscuro de la Fuerza. El daño que este tipo de gente produce va mucho más allá de sus delitos legales porque destruyen nuestra fe en el ser humano y deberían tener por eso penas supletorias, como, por ejemplo, y tras salir de la cárcel, unos cuantos años de servicio en comedores sociales. Habría que verlos sirviendo los potajes.

 

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