El mayordomo de la reina
William Tallon fue durante cinco décadas el confidente de la madre de Isabel II. De día era el perfecto mayordomo. De noche abría el palacio para sus amantes Ocho años después de su muerte, emergen sus secretos en un libro
Dominar la fórmula exacta de la bebida favorita de la reina madre de Inglaterra, una décima parte de Dubonnet y el resto, pura ginebra, acabó convirtiendo a William Tallon en una figura indispensable en palacio. Más que un simple mayordomo, el gran confidente y amigo de la progenitora de Isabel II a lo largo de medio siglo, se llevó a la tumba algunos secretos que ahora emergen en una biografía publicada ocho años después de su muerte para irritación de los Windsor. Y no se trata sólo de confirmar las sospechadas querencias etílicas de la dama, o de su retrato al borde de la demencia durante las dos últimas décadas de su vida, sino de los detalles sobre su estrecha relación con un sirviente de orígenes humildes al que siempre concedió carta blanca. Aquel que le acompañaba en todas sus comparecencias públicas, y entretenía sus veladas contándole chismes o ejerciendo de pareja de baile, pero que con la complicidad de la noche abría las estancias reales para sí mismo y una colección de amantes masculinos que jalonaron su vida privada.
Backstairs Billy (Billy, el de la escalera de servicio), el título del libro firmado por Tom Quinn, replica el apodo por el que era conocido entre el público británico este personaje de porte esbelto y distinguido que solía aparecer en el segundo plano de las fotografías de la reina madre o paseando vestido punta en blanco a los famosos perros corgi de la casa real. Era el mayordomo perfecto, cuya proverbial discreción nunca se dejó tentar por repetidas y millonarias ofertas a cambio de relatar sus experiencias palaciegas. Pero tenía un lado secreto y oscuro que el autor ha intentado destilar entrevistando a una veintena de sus antiguos compañeros, más enemigos que amigos, y sobre todo a los entonces miembros más jóvenes del servicio que lo describen puertas adentro como un “depredador sexual”.
“Llegó a comportarse como parte de la familia real”, cuenta Tom Quinn, autor de la biografía
El protagonista de la polémica biografía “llegó a comportarse como parte de la familia real, porque la reina madre le convenció de que no podía vivir sin él”, describe Quinn sobre ese servidor que siempre sabía anticiparse a los deseos de su jefa, ya fuera a base de colmar la afición a los gin-tonic o de llenar los espacios en blanco de su vida social desde que enviudara de Jorge VI en 1952. Y la madre de la actual soberana le recompensaba haciendo la vista gorda de sus promiscuas aventuras palaciegas que, según los testimonios del libro, llegaron a trasladar un lance sexual de Tallon con un joven prostituto hasta el sillón favorito de la señora de la casa.
Pluma especializada en las memorias, a menudo escandalosas, de aquellos que han servido a la aristocracia inglesa, Quinn insiste durante la entrevista telefónica en que el principal objetivo de Backstairs Billy ha sido trazar el extraordinario recorrido del hijo de un tendero del deprimido norte de Inglaterra hasta el corazón del selecto círculo real. Fascinado desde la adolescencia por el oropel de la monarquía, Tallon (1935-2007) no dejó de enviar solicitudes de empleo al palacio de Buckingham hasta que a los 17 años consiguió desembarcar en su puerta trasera como aprendiz, un trabajo de largas horas y magro sueldo. El traslado junto a la reina madre a la residencia de Clarence House, tras la ascensión al trono de su hija mayor Isabel, fue el catalizador que le permitió afianzarse como maestro de ceremonias de una suerte de corte paralela. “Le gustaba el poder”, confirma su biógrafo, y pudo ejercerlo gracias a esa protectora “que le tenía genuina simpatía y confianza, y sobre todo disfrutaba con la reacción de los estirados asesores de palacio ante su debilidad por una persona común”.
El escritor destaca el “carácter tolerante de la reina madre”, a quien no le importaba lo más mínimo la condición de homosexual del mayordomo que entró a su servicio cuando todavía estaba penada por las leyes británicas. Aunque acaba resultando algo más viperino al añadir que “ella olvidaba cualquier aspecto negativo de las personas que le gustaban y sobre todo que la entretenían”, como el historiador del arte Anthony Blunt, cuya compañía siguió cultivando una vez expuesto públicamente como espía para la URSS y, por lo tanto, como un traidor.
El libro ha sido recibido con aprensión desde ciertos sectores monárquicos por su relato de la tremenda complicidad entre una reina madre “que vivía como una aristócrata de cien años atrás y completamente desconectada del mundo real” y ese mayordomo que lo hacía posible y que, después de cumplir sus funciones de forma impecable, trastocaba la armonía de quienes vivían escaleras abajo seduciendo o acosando al personal. O que solía introducir en los salones de palacio a sus nuevas y frecuentes conquistas del exterior.
William Tallon fue forzado a retirarse a la muerte de la centenaria reina madre en 2002, después de cinco décadas a su servicio, cuyo último tramo les asemejaba a “un viejo matrimonio”, en palabras de Tom Quinn. Le sobrevivió cinco años rodeado de recuerdos de palacio en el pequeño piso de Kennington, al sur de Londres, que le permitía su modesta pensión. Doscientas personas asistieron a su funeral en la Queen’s Chapel del palacio de St. James, destacando artistas y actores, aunque ninguno de los principales miembros de la familia real, ni siquiera el príncipe Carlos que siempre lo había tratado con afecto deferente. Entre sus objetos personales, subastados unos meses más tarde, destacaba una nota escrita del puño y letra de la reina madre conminándole, en víspera de un viaje a Escocia, a no olvidarse de las provisiones de ginebra y Dubonnet.
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