Dogma
Lo vienen haciendo desde hace siglos, con mucho éxito y enorme amén
El 28 de noviembre de 2014 caminé por Puebla, México, y entré a varias iglesias. En una de ellas, había una niña y una muchacha sentadas frente a un sacerdote que les decía: “El varón es el que manda en el hogar. ¿Y la mujer qué es? Obediente. Tampoco tiene que ser una sumisión total. Pero debe ser obediente”. Me senté en uno de los bancos, simulando una atención desmedida en el altar. El cura siguió: “El hombre es el que lleva las riendas del hogar. ¿Y qué hace la mujer? Colabora, se ocupa de sus hijos. El matrimonio es indisoluble. Por eso no hay que prestar oídos a toda esa propaganda en contra del matrimonio, de la familia. El matrimonio es indisoluble. Y es entre hombre y mujer”. Cada tanto, el cura se reía un poquito, como quien piensa “Qué picardías estoy diciendo”. Salí de la iglesia con la sensación imprecisa de haber asistido a un espectáculo montado, a una parodia grotesca. Hace una semana, en Perú, el congreso rechazó un proyecto de ley de unión civil homosexual. Quienes votaron en contra hablaron de “matrimonio gay encubierto”, “lobby gay”, y dijeron haber defendido “la familia peruana natural”. Carlos Polo, director de la Oficina para América Latina Population Research Institute, dijo: “(...) se frustró un engaño a la población (...) el Proyecto de Ley no quería tanto regular las cuestiones patrimoniales sino atribuirle legalidad y derechos a las personas con actividad homosexual”. En efecto, de eso se trataba: de atribuir legalidad y derechos. Y no quisieron hacerlo. Pienso, ahora, que quizás la risa del cura de Puebla no era sino el gesto de un empleado satisfecho: alguien que sabía que, con paciencia de hormiga, estaba sembrando palabras que, antes o después, harían su trabajo. Como lo vienen haciendo desde hace siglos, con mucho éxito y enorme amén.