¿Populismo o mediocridad?
El Gobierno acusa de populismo a Sánchez, SEA acusa a Maroto de populista por pactar con Bildu, el director de Lanbide acusa al PP de engordar un caldo populista, el PSOE acusa a Pablo Iglesias de ejercer populismo extremista, IU acusa a Rudi de lanzar propuestas populistas, Floriano acusa a Podemos de populismo bolivariano... Populismo, populismo, populismo. Todo el mundo de la esfera política española acusa al adversario de populista y se indigna cuando es acusado de populista. Detengámonos un momento y preguntémonos: ¿saben qué es el populismo, o sencillamente son unos mediocres sin imaginación incapaces de descalificar al adversario sin copiar sus mismos argumentos?
De entrada, el término populismo ni siquiera está recogido por el diccionario de la RAE, que sí recoge “populista” con el significado: “Perteneciente o relativo al pueblo” (idénticamente a la primera acepción de “popular” —ambas palabras proceden de la latina populus, “pueblo”—). Entonces, sin duda, el máximo representante del populismo sería el Partido Popular, que ya incorpora el concepto explícitamente en su nombre. Igualmente, la consecución de la actual mayoría absoluta, a través de un programa electoral que ha incumplido desde el primero hasta el último punto, es una obra maestra del populismo. Pero, ojo, otras formaciones políticas le pisan los talones. El populismo se ejerce peyorativamente en el contexto político sin dotarlo de una identificación ideológica (sirve tanto para la derecha como para la izquierda). No es más que un mecanismo político basado en la demagogia, la simplificación, la provocación de emociones (principalmente, el miedo al adversario) que se superpongan a la racionalidad, la búsqueda de la movilización, la exaltación del liderazgo, el oportunismo y, en definitiva, la mentira en todas sus variantes. Es, por tanto, una gran herramienta para los mediocres para ocultar la pobreza de sus argumentos, la podredumbre en sus estructuras o la irrealizabilidad (consciente) de sus programas electorales. Pero lo más triste es que el triunfo de los populismos es un síntoma de la mediocridad generalizada de la sociedad. El populista, tanto de izquierdas como de derechas, necesita ciudadanos crédulos, poco informados y poco formados, manipulables y sectarios para triunfar. Y lamentablemente, los encuentra en abundancia.— Josep Maria Estarellas Torrens.
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