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Tribuna
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Tsipras, tras la victoria

Si el nuevo Gobierno griego tiene éxito, será ejemplo en otros países de Europa

Durante las semanas anteriores a la aplastante victoria de Syriza, en las cenas que se organizaban en los barrios ricos de Atenas, se oía una broma: “Disfrutemos de nuestra última cena antes de que vengan los comunistas y nos quiten nuestras casas, nuestras cuentas bancarias, etcétera...”

Se repetía la retórica del miedo de 1981, cuando la llegada al poder del Pasok y su promesa de redistribuir la riqueza causaron temores similares entre las clases altas. Pero no pasó nada. La burguesía griega sobrevivió a dos decenios del Pasok sin un rasguño.

Muchos piensan que Syriza es un Pasok revivido, un nuevo partido del pueblo, que prometió demasiado durante la campaña y ahora va a encontrarse bruscamente con la realidad. El drástico giro se observa ya en las palabras del nuevo primer ministro, Alexis Tsipras: antes llamaba a la canciller alemana “Madame Merkel” y la acusaba de llevar al pueblo griego al infierno. Ahora atribuye la obsesión de Merkel por la austeridad a su ética protestante y su rígida interpretación de las normas.

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Hace poco hablé con un periodista alemán que predijo que la canciller no tendría muchos problemas con el líder de Syriza: “Se las ha arreglado para exterminar a todos los enemigos dentro de su propio partido, empezando por Helmut Kohl y terminando con Karl-Theodor zu Guttenberg. A Tsipras se lo va a comer vivo”.

Merkel ha dicho que Tsipras suavizará las demandas que le han enfrentado a los acreedores. Es lo que la mayoría del pueblo griego espera de él, y la razón por la que le han votado muchos: con la esperanza de que no haga lo que ha prometido hacer.

Esta actitud contradictoria del electorado griego explica que un alto porcentaje prefiera permanecer en la eurozona y también la carta blanca que ha dado al costoso programa económico de Syriza, que amenaza con provocar un conflicto entre Grecia y la troika y abre la puerta a una posible Grexit.

Merkel ha dicho que Tsipras suavizará las demandas que le han enfrentado a los acreedores

La prórroga de dos meses del programa actual (lograda por el gobierno anterior para completar las negociaciones con la troika) expira a finales de febrero. La liquidez está acabándose, debido a las cuantiosas retiradas de dinero de las últimas semanas por culpa de la incertidumbre política (2.500 millones de euros en un mes).

Muchos contribuyentes se negaron a pagar sus deudas con la Hacienda griega ante la posibilidad de que ganase Syriza, porque la izquierda radical ha prometido eliminar un impopular impuesto sobre bienes inmuebles (ENFIA). Los inversores no quieren poner su dinero en una economía frágil que, de aquí a unos meses, quizá no forme ya parte de la eurozona. El paro sigue siendo muy alto (25,8% en octubre de 2014), aunque los últimos datos son algo más prometedores.

La historia del superávit presupuestario que pretendía contar el gobierno anterior se resquebraja. El momento es muy inoportuno: Grecia puede estar a punto de lograr la recuperación y, al mismo tiempo, a punto de salirse del euro.

El gran interrogante es hasta qué punto es buen diplomático Tsipras y cómo podrá llegar a un entendimiento con la UE, el BCE y el FMI sin indignar a sus electores ni al ala izquierda de Syriza, formada por maoístas, trotskistas y euroescépticos. Yannis Varoufakis, nombrado ministro de finanzas, declaró una vez a un periodista que, si Mario Draghi no cedía a las exigencias de Syriza, Tsipras debería colgarle el teléfono.

Sin embargo, ahora que ya están en el poder, No parece probable que vayan a enfrentarse con Draghi. Al contrario: la oferta de que Grecia participe en el programa de expansión cuantitativa, siempre que se atenga al programa de rescate, puede ser el incentivo fundamental para lograr un futuro acuerdo con el nuevo gobierno.

Tsipras podría hacer algún gesto simbólico (reabrir la radiotelevisión pública, volver a contratar a las 600 limpiadoras del ministerio de economía o aumentar los impuestos para las rentas más altas) y ceder en otros aspectos (el salario mínimo y la nueva regulación del mercado de trabajo) que los acreedores consideren innegociables.

Durante la campaña hubo una cacofonía de opiniones contradictorias de los candidatos de Syriza. Nadie sabe con certeza a quién creer. ¿Varoufakis, que es partidario de jugar a las provocaciones con Draghi? ¿El izquierdista Panagiotis Lafazanis, que piensa que el dracma no es un tabú?

El claro mandato obtenido en las urnas obliga a Tsipras a satisfacer las expectativas creadas. Ha dado esperanzas a un pueblo sacudido por la peor crisis económica desde la Segunda Guerra Mundial, un país que ha perdido la cuarta parte del PIB que tenía en 2008 y ha entrado en su sexto año de depresión. Y debe estar a la altura de lo que supone ser la sensación de toda Europa y el nuevo icono de la izquierda radical en la UE.

Si triunfa, quizá abra el camino para que Podemos, el Frente Nacional francés y Beppe Grillo cuestionen la ortodoxia fiscal de Berlín. El efecto dominó que desencadenó Grecia al principio de la crisis del euro, en 2010, podría materializarse ahora en otro sentido.

Xenia Kounalaki es periodista del diario griego Kathimerini.

© 2015 The European/The Worldpost/Global Viewpoint Network, distributed by Tribune Content Agency, llc

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

 

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