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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un reto para Europa

Syriza debe atender las necesidades de los griegos sin romper los compromisos con la UE

La rotunda victoria de la izquierda radical de Syriza en las elecciones adelantadas de este domingo supone una gran novedad en la Europa comunitaria. Y conlleva tres factores de los que los vencedores, la ciudadanía griega y el conjunto de la Unión Europea se deben enorgullecer. Aunque, por su carácter insólito, la digestión de este resultado sea ardua para muchos.

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Lo evidente es que la elección, que acumulaba mucha tensión política, se ha celebrado sin embargo con normalidad. Ha sido limpia, sin interferencias. Las discrepancias de muchos dirigentes con las recetas de los ganadores se han formulado desde el respeto y la corrección.

Lo más importante consiste en que eso mismo demuestra que la estructura y el modo de nuestras democracias occidentales son integradores. Cabe en ellas el triunfo de partidos no convencionales: Grecia es y sigue siendo miembro de la familia europea, aunque sus nuevos dirigentes no pertenezcan a las orientaciones fundadoras y mayoritarias de la misma, el centroderecha conservador y el centroizquierda socialdemócrata.

Y en tercer lugar, Syriza ha sabido encauzar en la vía política un contundente descontento social que amenazaba la estabilidad del país. Si esa contribución para nada es baladí, también resulta insuficiente de cara al futuro. En la hora de la verdad, esta nueva izquierda y especialmente su líder, Alexis Tsypras, deberá aplicar mucha responsabilidad para que su actuación como gobernante coincida más con la presentación moderada que de sí mismo ha realizado en las capitales europeas y ante las instituciones comunitarias, que con las apelaciones populistas de brocha gorda lanzadas en sus mítines nacionales.

Ese reto es clave. Aunque les inquietase, los socios europeos descontaron con normalidad —incluso antes de la elección— la posible victoria de Syriza, como imponía el imperativo democrático. La contrapartida obvia es que, una vez producida, Syriza proponga, sugiera y defienda lo que considere que mejor conviene a sus conciudadanos, pero sin romper los compromisos contraídos, ni perjudicar a los contribuyentes vecinos, ni atentar contra la estabilidad de la Unión.

Una forma de visualizar ese propósito, si llega a ser tal, sería allegar a las tareas de la gobernanza a otros partidos, como el del centro progresista, aunque ello no fuese matemáticamente necesario para formar Gobierno. Otra, intentar un acuerdo con distintas formaciones para renegociar el rescate y los términos de la deuda, pues algún partido —como el socialista—que intentó afrontar este asunto en solitario lo ha pagado con un brutal declive.

Todo ello tiene que ver con la especial y singular posición de Grecia. Aunque en algunos aspectos esta elección guarde similitudes con otras situaciones —como España—, sería intelectualmente abusivo equipararlas. Y a la larga, seguramente no muy rentable para quien lo pretenda.

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