Grecia y las caras nuevas
El peligro para Europa no está en Atenas, sino en los nacionalismos, incluido el ruso
El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, lo dijo muy gráficamente: “No nos gusta mucho ver caras nuevas”. Se refería a Grecia, pero seguramente es aplicable a toda la Unión. No se puede decir, sin embargo, que la Comisión ejerza la misma presión en todos los casos en los que asoma una novedad. Nadie en la Comisión ha advertido a los franceses que no voten a Marine Le Pen. Nadie avisó a los húngaros de que Viktor Orbán era un dirigente problemático, un extremista.
Donde Juncker no tiene la menor gana de ver caras nuevas es en Grecia y es una lástima porque ya advirtió Eurípides que, en Grecia, las caras nuevas son las que tienen autoridad. Es precisamente en Grecia donde más falta harían nuevos políticos, capaces de gobernar sin tanta falsedad e hipocresía. ¿O acaso no es de eso de lo que Europa se ha quejado amargamente en Atenas? ¿Acaso no dijo un ministro alemán que había que “crujir a los griegos” porque estaba harto de sus estadísticas falseadas, de sus élites políticas y económicas insolidarias y defraudadora? ¿A qué vino entonces apoyar como candidato a presidente a Stavros Dimas, una cara tan conocida que debería enfermarles: 37 años en el partido responsable de esas políticas?
Antes de someter a Grecia a otro ataque preventivo de cara a las elecciones del próximo día 25, la Unión Europea debería tener en cuenta qué ha pasado en estos años. La economía griega nunca tuvo tamaño como para plantear un problema real en la UE. Su desgracia no es esa, sino que se la tomó inmediatamente como el escenario donde atajar otros conflictos, el teatro en el que los grandes cauterizan a las bravas posibles contaminaciones que amenacen con debilitar la ideología dominante y su traducción en planes de ajuste.
Pero han pasado ya seis años y el resultado de aquellas decisiones está a la vista. Hasta el Fondo Monetario Internacional ha reconocido que la medicina fue excesiva y que el sufrimiento de la población se llevó a extremos que nunca estuvieron justificados por la necesidad sino por el simbolismo. Hasta Peer Steinbrück, del ala conservadora de la socialdemocracia alemana, ha reconocido que Grecia no puede superar la crisis sin reestructurar su deuda, aunque haya muchas maneras diferentes de hacerlo.
En casi todos los análisis aparece como uno de los principales problemas el declive europeo
Empieza un nuevo año y en casi todos los análisis internacionales aparece como uno de los principales problemas el declive europeo, su incapacidad para resolver sus problemas económicos y sociales, la fatal fractura que se enchancha entre sus miembros. Empieza un nuevo año, escribe el exministro alemán Joschka Fischer, y Europa tiene que decidir entre el make-or-break, el éxito o el fracaso del proyecto entero.
El peligro para Europa no está en Atenas, sino en el aumento de los nacionalismos, incluido el nacionalismo ruso. El peligro para Europa no está en lo que voten los ciudadanos griegos el 25, sino en que los intereses de Alemania y de Italia diverjan cada día más, en que Europa se convierta en una zona de libre cambio, sin papel ni influencia en el mundo. El peligro para Europa ha estado siempre mucho más en la extrema derecha que en el socialismo democrático. El problema es que siempre se ha dado cuenta tarde.
La Unión Europea no tiene mucha legitimidad para presionar a los griegos. La ayuda que les ha prestado ha tenido un precio enorme y, lo que es peor, a veces injustificado. Mucho más inteligente seria esperar a ver qué quiere y qué ofrece Alexis Tsipras, si es que realmente consigue formar gobierno. Tsipras, un ingeniero civil de 40 años, no es una cara tan nueva. Fue candidato a alcalde de Atenas en 2006 y lleva desde 2009 en el Parlamento. Su programa habla de socialismo democrático. Obviamente, es un dirigente de la izquierda, pero no parece que exista impedimento alguno para que negocie y llegue a un acuerdo con sus socios europeos para la salida del rescate. De hecho, Tsipras ha dicho que cooperará con Bruselas en la búsqueda de una reestructuración razonable. Quizás esa negociación y ese acuerdo supondrían el auténtico make-or-break para la Unión. Quizás fuera una oportunidad. Una gran oportunidad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.