Fernando Alonso, el amante despechado
El piloto español abandona el sueño de formar parte de la leyenda de la escudería italiana. Han sido cinco años improductivos, con 2014 en blanco. Ha dado lo mejor de sí mismo. A los 33 años sabe que el final de su carrera no está muy lejano
Es llamativo cómo la salida de Fernando Alonso de Ferrari ha sido interpretada como un divorcio por la prensa especializada. Para ser un deporte donde la diferencia entre lo bueno y lo malo se mide por décimas de segundo, donde no hay demasiados ejemplos (por no decir casi ninguno) de caballerosidad en el asfalto, donde para entender qué ha pasado en cada carrera hay que hablar con ingenieros, describir lo que es una mera rotura contractual como una cuestión sentimental parece excesivo. Y, sin embargo, todos los expertos que escriben sobre fórmula 1 coinciden en afirmar que Alonso amaba locamente a Ferrari antes de caer en sus brazos. Era el sueño de su vida. El que le permitió afirmar, durante su primer año en Maranello: “Me levanto cada mañana con una sonrisa”.
Alonso se va triste. Justifica por un lado su desencanto y por el otro muestra entre lágrimas su aprecio por quienes le han acompañado en el equipo. Es consciente de haberle dado a Ferrari lo mejor de sí mismo. Sus mejores años. Sí, algo así como un amante que lo ha intentado todo y no ha sido correspondido.
Los títulos de Fernando Alonso son asunto del pasado. Cinco años en Ferrari le han dejado tres subcampeonatos y una última temporada en blanco, sin una sola victoria. He ahí su problema. Han transcurrido ocho años desde que ganó el último mundial, demasiados, y en ese tiempo han aparecido otros pilotos más jóvenes que han superado o igualado su palmarés. Sebastian Vettel tiene cuatro mundiales con 27 años, Lewis Hamilton acaba de ganar su segundo título con 29 y un coche que parece invencible. Fernando está en los 33. ¿Cuántos años le quedan para ser un verdadero aspirante? La opinión general habla de dos temporadas, quienes confían ciegamente en él piensan que es tan excepcional que puede prolongar un poco más ese estado de gracia que le permita tomar decisiones a 300 kilómetros por hora mientras su cuerpo anclado a un habitáculo que es un potro de tortura soporta temperaturas de hasta 50 grados y su cabeza aguanta que algo parecido a un niño de ocho años esté colgado a su cuello cada vez que negocia una curva. Eso es ser piloto de fórmula 1.
La temporada ha supuesto la crónica de un divorcio anunciado. Habían pasado cuatro años de aquellos días de franca sonrisa nada más despertar. Por entonces, Alonso vivía en Europa. Ahora, se ha mudado a Abu Dabi, un lugar de residencia poco habitual para un piloto de carreras, donde vive en un lujoso rascacielos en compañía de su actual pareja, la modelo rusa Dasha Kapustina, una relación por la que nadie apostaba hace dos años. En un vídeo promocional del banco de Santander, Alonso explicaba cómo aquel lugar le permitía ahorrarse muchas horas de vuelo, una ventaja para un hombre que había entrado en la treintena. Así lo dijo: “Ya no tengo el cuerpo de un chaval de 19 años a quien no le importa tomar cuatro aviones para ir a una carrera”. Esa decisión es coherente con su obsesión por cada detalle, con su dedicación exclusiva al trabajo que ha hecho de él un piloto excepcional: dado que buena parte del circuito de carreras se ha desplazado a Oriente (con grandes premios en Abu Dabi, Bahréin, China, Japón, Malasia, Singapur y Australia), despegar desde Abu Dabi significa ahorrarse muchas escalas. “Comentó que se llega a ahorrar 20 días de viaje”, dijo un colaborador.
Otra ventaja: Alonso ha explicado que su cuerpo empieza a sufrir los efectos de tantos años de competición y Abu Dabi le permite hacer su preparación física al aire libre, sobre todo natación y ciclismo. Y, por qué no decirlo, le permite también llevar una vida alejada de los paparazi, una de sus grandes obsesiones. Un desconocido Alonso divulga fotos privadas con Kapustina a través de Twitter, convertido en su medio oficial de comunicación. Hombre práctico como es, terminó descartando Instagram y Facebook y quedándose con este único canal.
Porque Fernando Alonso ha terminado construyéndose una imagen de personaje difícil, quizás a su pesar. Gente de su entorno sostiene que sigue manteniendo relación con los amigos del colegio como prueba irrefutable de que es un hombre de lealtades. De sus verdaderos amigos poco se sabe, porque se mueve en un entorno cerrado, lejos de las celebridades que le visitan en algunas carreras, rey Juan Carlos incluido. Hace unos días se divulgó una foto polémica de una cena entre Alonso y Flavio Briatore que ha dado mucho que hablar. A final de cuentas, Briatore, con su imagen de playboy desgastado y sus modales de padrino, es el único hombre que le ha llevado hasta los títulos, el único que le ha dado lo que necesitaba para ser campeón. En esa foto, Briatore lleva entre sus dedos un cigarrillo apagado y en la mesa aparece una cajetilla de Marlboro puesta en posición vertical: todo el circuito ha leído que ambos se despiden de Marco Mattiacci, el director deportivo de Ferrari, que ha dejado la escudería después de 100 días en el cargo y ha sido sustituido por Maurizio Arrivabene, un alto ejecutivo procedente de Phillip Morris, la tabaquera que tiene a Marlboro entre sus productos.
La prensa italiana estaba convencida de que la marcha de Alonso dejaría algún cadáver en Ferrari. Alonso es mal enemigo, como quedó demostrado en McLaren cuando decidió irse antes de tiempo, con acusaciones muy escabrosas. Por ejemplo, los periodistas se dividen entre quienes están o no en su lista negra, no hay término medio. En Oviedo aún recuerdan sus esfuerzos para mantener en el anonimato su boda en 2006 con la cantante Raquel del Rosario y sus amenazas cuando ha sido sorprendido en algún viaje privado. Estos días, sin embargo, se muestra más accesible y comunicativo, mientras vive el duelo de su divorcio con Ferrari.
¿Qué ha sucedido entre Alonso y Ferrari? No es un problema de cuernos: Ferrari no se ha dirigido a otro piloto sin haber tenido antes claro que Alonso cogía las maletas. El problema, si lo reducimos a su lado sentimental, es que Alonso es un piloto tan extraordinario como un hombre que toma mal algunas decisiones fuera de la carrera. Ferrari acababa de perder toda la estructura que había montado Schumacher y los reglamentos técnicos no le estaban resultando favorables. Y eso no lo supo ver Alonso.
Ferrari se había quedado anticuado, a pesar de que con el presidente Luca di Montezemolo batía récords. Pero una cosa era el marketing y otra el coche de carreras. Montezemolo multiplicó los beneficios vendiendo menos coches, convirtiendo sus modelos en más exclusivos todavía, al alcance de cada vez menos multimillonarios dispuestos a pagar más dinero. Pero esa estrategia comercial exitosa no servía para el circuito de fórmula 1.”Ferrari es un sueño”, decía el presidente en cada acto.
También era un sueño para Alonso. Ganó su primera carrera con un Ferrari. Eran días de inmensa felicidad. Pudo haber ganado el Mundial de 2010. O el de 2012. Pero la sensación reinante era la de que Alonso estaba por encima del bólido que pilotaba: cada temporada, Alonso finalizaba muy por delante de su compañero de escudería. Le sucedió con el brasileño Massa y este año con Raikonnen: 16 veces acabó por delante Alonso y solo una vez el finlandés, un hecho que no ha sucedido en ningún equipo. Así han ido transcurriendo las cosas a lo largo de 2014. Tampoco daba frutos el apoyo del fallecido Emilio Botín, muy encelado con este proyecto. Un día llegó el excampeón Nicki Lauda para decir lo que mucha gente pensaba: “Sin Alonso, Ferrari no es nada”. Sus esfuerzos para mejorar el coche no eran compensados por los resultados de los ingenieros. En realidad, Ferrari había comenzado su decadencia. Era un aristócrata de apuesta estampa en horas bajas. Y Alonso no lo supo ver. Estaba loco por ser parte de su leyenda.
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