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Cinco realidades que descubrimos viendo a Morrissey anoche

El cantante actuó ayer en Madrid y hoy lo hará en Barcelona pero las lecciones que desprende no varían de una ciudad a otra

Xavi Sancho
CORDON PRESS

Morrissey es ya casi una figura mitológica. Un ser sobre el que se sigue fabulando, que cada vez que es avistado renueva la teórica a su alrededor. Desde su sexualidad hasta sus opiniones sobre los plantas, minerales, animales y humanos, pasando por los eternos rumores sobre la salida de los juzgados y vuelta a los escenarios de la banda que le hizo famoso. El mundo se divide entre los que no saben quién es y los que saben quién es pero aún les cuesta poder decir que lo conocen. A poca gente del planeta es tan fácil amarla como odiarla. Mozzer es uno de esos curiosos ejemplos de humano, y sus conciertos siempre han sido un reflejo de ese carácter iconoclasta y a la vez panfletario, arisco y a la vez empático, genial y a la vez errático, sexual y a la vez asexuado. Desde siempre, el de Manchester ha sido, pues, todo a la vez. Lo fórmula le ha funcionado como artista y como personaje, sobre el escenario, ante la grabadora de algún periodista y en las narices de millones de fans. Pero hay algo que, tras lo visto en Madrid ayer, empieza a necesitar algo más que chapa y pintura. Ahí van cinco síntomas.

1. Morrissey tiene poco dinero

Ha vestido a sus músicos como si fueran suplentes de Osasuna (temp. 87-88). Luego, ha decidido traer como soporte para sus proyecciones dos pantallas que parecen sacadas de Cazasubastas. En ellas proyecta imágenes fijas de carácter vintage. Algunas no tienen nada que ver con lo que suena, otras, como el toro y el torero que decoran la interpretación de The bullfighter dies, no son lo que podríamos llamar sutiles. Pero la sorpresa llega cuando algunas imágenes se quedan ahí arriba proyectadas, inmóviles, observándonos durante dos o tres temas seguidos. O peor, cuando otras vuelven a aparecer cuatro canciones más tarde.

2. Que vuelva la era Johnny Marr

Si se reúnen The Smiths, que el repertorio lo escoja, por favor, Johnny Marr. De hecho, que llame a Johnny Marr para que le haga el setlist del resto de la gira, pues la verdad es que en el repertorio interpretado en el Palacio de los Deportes no solo falla la elección de temas, sino que incluso es nefasto el orden en que son interpretados. Empezar con The queen is dead crea unas expectativas demasiado altas, sobre todo, si va a pasar más de una hora hasta que se vuelva a interpretar otra canción de The Smiths, y esta encima es Meat is murder, que a ciertas horas y en según qué circunstancias lo único que provoca en el espectador son unas tremendas ganas de zamparse un durum de ternera. Arrancar los bises con Asleep (dormido) es de una chulería preocupante incluso para Mozzer y una redundancia olímpica para muchos de los asistentes. Podemos, pues, concluir, que en este fluctuante flujo de cariño que provoca que durante aproximadamente cinco años uno piense que el bueno de The Smiths era Marr, y durante el siguiente lustro recule y viva convencido de que no, que el bueno era Morrissey, podamos afirmar que vuelve la era Marr. Al menos, este en directo toca Stop me..., Bigmouth..., Panic y There is a light...

3. Deja de tocar y danos una entrevista

Existe un perfil de artista, casi siempre británico, que llegado un punto de su carrera se convierte en un maravilloso entrevistado, hasta el punto de que sus declaraciones al respecto de la raza humana en general son mucho más interesantes, entretenidas y divertidas que sus creaciones. Le pasó muy pronto a Noel Gallagher y muy tarde a Martin Amis. Ahora parece empezar a sucederle a Morrissey, quien sigue editando discos con un porcentaje aceptable de buenos temas (tocar casi todo su último trabajo e ignorar Staircase at the University es tan loco que hasta tiene su gracia), pero gana mucho cuando responde preguntas al respecto de los toros, la Familia Real Británica, los Bekcham o los estadounidenses como raza a estudiar con darwiniano detenimiento.

4. España nunca falla

Cuando sobre el escenario no se emite ningún sonido que merezca la pena, lo mejor es concentrarse en las conversaciones que a uno le rodean. Para esto, España es el país ideal. El artista estará mejor o peor, pero el público jamás defrauda. Allá vamos. A la izquierda, una muchacha atormentada por su entrevista de trabajo de esta mañana. Aunque la conversación termina abarcando cuatro largos baladones de Mozzer, es posible, en un ejercicio de síntesis que deja las líneas de diálogo de Dustin Hoffman en Rain Man a la altura de un alambicado discurso de Fidel Castro, resumirla en esto: la chica fue a una entrevista de trabajo, le preguntaron si sabía inglés y dijo yes. En realidad, la respuesta correcta era no. A partir de ahí, ella y su empático acompañante discuten largo y distendido sobre estrategias que adoptar en una situación como esa. Hasta que Morrissey toca Trouble loves me y se les quitan las ganas hasta de hablar.

A la derecha, el listo que todo concierto necesita. Cuando el inglés afirma que los toros son “la vergüenza de España”, él se la guarda. Y así, cuando Mozzer acomete el tema de The Smiths Meat is murder, él se la devuelve orgulloso: “En una entrevista decía que iba a tocar temas de los Smiths y no ha tocado ninguna. Él sí que es una vergüenza”. Delante alguien dice que Mozzer es el “Raphael versión british”. Atrás, uno le pregunta a su acompañante cómo traduciría “United King-dumb”, leyenda que, superpuesta a una imagen de Kate Middleton y el Príncipe Guillermo, decora ahora las pantallas situadas sobre el escenario. Es una ocurrencia tradicional británica que sustituye Kingdom (Reino) por King-dumb (siendo dumb traducible como bobo, lerdo, tonto). Bien, pues la respuesta que le ofrece al hombre que duda su compañero es esta: “Tío, pues King-Dumb, como de Dumbo, por las orejas, ¿no ves?”. Este podía ir a la entrevista de trabajo con la chica y ayudarla con el idioma y a la vez irse de cañas con el listo y volver con una vacuna para el Ébola.

5. Dejad que Mozzer sea Mozzer

Anoche tuvo momentos de brillo (You have killed me fue enorme y How soon is now sigue pareciendo que cayó de un platillo volante), algún arranque de tos y un final esplendoroso en el que hasta se quitó la camisa. Repertorio de duelo y tortura pero él sigue siendo genio y figura. ¿Fue un buen concierto? No. ¿Volvería a verlo otra vez? Sí.

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Sobre la firma

Xavi Sancho
Forma parte del equipo de El País Semanal. Antes fue redactor jefe de Icon. Cursó Ciencias de la Información en la Universitat Autónoma de Barcelona.

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